Juntos
El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Laine sintió el aroma del café recién hecho. Se desperezó lentamente, acostumbrándose a la suavidad de las sábanas y al sonido de los pájaros en el exterior. Owen ya se había levantado, como solía hacer, y probablemente estaría en la cocina, preparando el desayuno o revisando algunos documentos. Se estiró y, con un suspiro, se levantó de la cama.
Era Año Nuevo y los pequeños revoltosos de la familia habían partido ese día con sus tíos a hacer muñecos de nieve. Elizabeth y Atlas habían sido convencidos por Ian y Noah, y no pudieron resistirse a que la pequeña Jemina les rogara que jugaran con ellos al día siguiente. Ese año, como siempre, toda la familia se reunía en la casa principal de la familia.
Bajó las escaleras con calma. En la sala se encontraban Xane y su novia jugando juegos de mesa, por lo que Laine no los interrumpió.
Aquel día comenzó con el aroma del café recién hecho y el murmullo suave de la televisión encendida en la sala. Laine y Owen llevaban un año de casados, y su vida juntos no podía ser más feliz.
—Buenos días, querida —saludó Agatha mientras tomaba asiento en la isla de la cocina.
—Buenos días —respondió Laine mientras servía dos tazas de café y le ofrecía una.
Agatha aceptó la taza y la sostuvo entre sus manos por unos momentos, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras. Finalmente, se decidió a hablar:
—He estado pensando… Owen y tú ya llevan un año de casados. Han formado una familia hermosa con los niños. Pero, ¿alguna vez han considerado tener otro hijo? Uno que nazca del vientre de ustedes dos.
Agatha tenía entre sus manos una taza de porcelana, y sus ojos reflejaban la ternura de quien solo deseaba lo mejor para su hijo y su nuera. Laine conocía a esa mujer, así que no se molestó ni se sintió incómoda por sus palabras.
Laine sintió un nudo en el estómago. No porque las palabras de su suegra fueran crueles, sino porque, aunque había intentado no pensarlo demasiado, la idea de tener un hijo biológico con Owen se le había cruzado por la mente en varias ocasiones.
Laine parpadeó, sorprendida. Sabía que Agatha no lo decía con mala intención, pero el comentario la dejó con sentimientos encontrados. No era un tema que hubieran discutido en profundidad. Claro, ella había pensado en ello, pero no creía que Owen lo hubiera hecho. Suspiró y sonrió suavemente.
—Es algo en lo que no hemos profundizado mucho —dijo, tratando de que su tono sonara despreocupado.
Agatha le dio un apretón de manos cariñoso.
—Solo quería mencionarlo. Sé que Owen sería un padre maravilloso para otro pequeño, y tú… tú serías una madre increíble.
Laine asintió, aunque por dentro no pudo evitar sentir una ligera punzada de inseguridad.
La voz de los pequeños McSell interrumpió la charla, por lo que el tema quedó a la deriva. Ni siquiera se había iniciado bien la conversación, pero para Laine, ya estaba allí. La duda había comenzado a crecer en ella.
La tarde cayó, y sin saber si hacerlo o no, mientras se preparaban para la cena de aquella noche, Laine pensó en decirle lo que pensaba a su esposo. Después de todo, eran una pareja y aquel tema les concernía a ambos. Se sentó en la cama a su lado y, después de unos minutos de silencio cómodo, decidió compartir la conversación que había tenido con su suegra.
Owen frunció el ceño al escucharla.
—Mamá no tiene derecho a presionarte con algo así —dijo, con un leve tono de irritación.
Laine le tomó la mano y la acarició con el pulgar.
—No lo hizo con mala intención, Owen. Y lo cierto es que… quiero intentarlo.
Él la miró, sorprendido, y su expresión se suavizó. Le dedicó una sonrisa pequeña antes de besar su frente.
—¿Estás segura de esto? —preguntó en voz baja, buscando en sus ojos una respuesta honesta. —No será fácil y tú serás quien más sufrirá por esto, pero… no quiero negarte la oportunidad si tú lo quieres.
—Sí —afirmó ella, con una mezcla de emoción y nerviosismo—. Sé que no será fácil, pero quiero que lo intentemos juntos.
Owen suspiró y la abrazó con ternura, apoyando su frente contra la de ella.
—Entonces lo haremos —susurró—. Pase lo que pase, estaremos juntos en esto.
La primera visita al médico fue llena de expectativas. Laine y Owen se sentaron en la sala de espera de la clínica, observando a otras parejas con la misma mezcla de ansiedad y esperanza reflejada en sus rostros.
—Señor y señora McSell, pueden pasar —dijo la enfermera con una sonrisa.
La doctora que los recibió, la doctora Álvarez, era una mujer de voz calmada y ojos comprensivos. Tras escuchar su historia y hacer algunas preguntas, ordenó un sinfín de exámenes para ambos: pruebas de sangre, ecografías, estudios hormonales. La primera etapa del proceso estaba en marcha.
Los días siguientes se llenaron de citas médicas y resultados. El diagnóstico final no era desfavorable, pero implicaba más esfuerzo del que habían imaginado.
—El tratamiento hormonal es una opción viable —explicó la doctora—, pero puede ser un proceso largo y con altibajos emocionales. Lo importante es que se apoyen mutuamente.