—¿Qué está pasando?
—¿Otra vez aquí?
—¿Quiénes son todos ustedes?
—Señores, sean bienvenidos a nuestra última sesión —dijo el Tribunal de Phygrabio.
—No puede ser.
—¿Hasta cuándo vamos a seguir viviendo este infierno?
—No se preocupen, este es su último día.
—Escuchen eso con atención —comentó Lady V.
—Ahora bien, estamos reunidos aquí para dictar la sentencia de...
—¿Qué sucede?
—¿Quién es ese hombre?
—Raptah, Markus, Greorg...
—Tuvo más de una identidad, eso ya es un cargo pesado —añadió Lady V.
—¿No tiene algo que declarar, caballero? —insistió el Tribunal.
—No contesta.
—Veo que es un arrogante.
—Tranquilas, solo lean los cargos —susurró el Occiso.
—Veamos. A este ser carente de nombre se le adjudican varios crímenes y actos: suplantación de identidad, matrato infantil, manipulación, amenaza y posterior intento de homicidio, así como escape de la justicia.
—Son demasiados.
—¿Pero escuchaste eso? —susurró Lady V.
—Espera.
—En breve, el espejo del trono blanco confirmará estos hechos.
—Recrea el pasado —esa vez, fue el Occiso quien conjuró el poder del espejo. Los horrores que el objeto mostraba eran horribles, pues eran brutales.
—Pasará el siguiente milenio antes de que hable —insistió Lady J, tratando de no ver las golpizas que el hombre arrojaba a sus víctimas al punto de deformarles sus rostros.
—No tengo nombre, nunca lo tuve —susurró el acusado—. Sin embargo, debo decir una cosa.
—¿Y qué es?
—Se me critica a mí, pero no mis fines.
—¿De qué está hablando? — cuestionó Lady V.
—Durante el tiempo que estuve en la vida de esos niños, ellos eran tontos, afeminados, alejados a la realidad de este putrefacto mundo. Yo expandí sus horizontes, les hice ver que la vida siempre les va a dar una golpiza peor que las dadas por mí.
—¿Cómo se atreve?
—Es la verdad, ellos se lo buscaron.
—¿Se buscaron que usted los amenazara?
—Yo no amenacé a nadie.
—¿No? Recapitulemos —dijo el Tribunal, volviendo a invocar su espejo.
—Si dices algo de mí, de esta no te vas a salvar. Y no le cuentes de esto a nadie, porque a ellos también me los llevo —eran las líneas que el espejo replicaba—. Muero por ver qué dirán los demás al ver ese hermoso rostro, pintado por el dolor y la realidad.
—Está enfermo —continuó Lady V.
—No puede ser, ese niño...
—Ese niño fui yo —habló el Occiso.
—¿Pero qué...?
—Eso quiere decir...
—Hermana, espera —insistió Lady J.
—Corrección, soy un vestigio de ese niño, un ánima que ha vagado por las arenas del tiempo para monitorear sus movimientos.
—Así que era él —murmuraban los demás acusados.
—Tras recurrir con el Tribunal de Phygrabio, solo fue cuestión de comprobar que la vida estuviera devolviéndoles su maldad.
—Maldito mocoso.
—Por un capricho nos tienes viviendo así.
—¿En qué momento dije que lo les dí esa vida?
—Ustedes siempre tuvieron la decisión de cambiar, de no dejarse definir por esos actos —añadió el Tribunal—. Sin embargo, decidieron involucionar. Su constante presencia en estos juicios no es más que un recordatorio de por qué viven así.
—Si alguien tiene la culpa de esos martirios, ustedes la tienen.
—¿Te das cuenta de que me estás dando la razón? —dijo el acusado—. Estás siendo infantil.
—La venganza podrá lucir infantil, pero la justicia se encarga de darle firmeza.
—Esta situación no es ninguna de las dos cosas.
—Lo es, y pronto sentirán la combinación de ambos conceptos.
—No, no quiero volver.
—No nos hagan daño, ya aprendimos la lección.
—Sí, ya entendimos que estuvo mal actuar así.
—Muy tarde, y muy infantil su disculpa —imitó Lady V, preparando su látigo.
—Y muy irónico tras escuchar sus declaraciones finales —agregó Lady J, tomando su bastón.
—¿Qué nos van a hacer?
—No va a doler.
—Y no lo permitiré —gritó el acusado, empujando a las hermanas—. Esto termina aquí.
—¡Basta! —exclamó el Tribunal, pero su mazo fue destruido por el criminal.
—Tontas actitudes infantiles, maldita sea la oportunidad que no aproveché para...
—No te preocupes, yo sí lo aprovecharé —dijo el Occiso, invocando el espejo del trono blanco.
—¿Qué harás con eso? ¿Reflejar la luz del día?
—No, reflejaré algo mejor —con esa respuesta, el encapuchado rompió el espejo, y sus fragmentos retransmitieron los actos que los demás acusados cometieron.
—¿Qué está haciendo? —cuestionaron el Tribunal y su séquito.
—¿Tanto quieres una cruel realidad? Tú y tus amigos la tendrán. —finalizó el Occiso, haciendo que los cristales se condensaran en una esfera que aprisionó a los siete acusados.
—No, déjennos ir.
—Perdónennos.
—¿Qué haremos?
—¿Qué pasará?
—Ya no tendrán que ir a este recinto. Ahora visitarán un mejor lugar,
—No puedes hacernos esto, no puedes condenarnos a tan horrible existencia.
—A ustedes no, pero a él sí. Si ese monstruo sin nombre no pudo pagar por su maldad en el plano real, que lo haga en este —finalizó el Occiso. arrojando la esfera a lo más vasto del cosmos.
—Se han ido.
—¿Qué será de ellos?
—Algo es seguro, esa condena perpetua los ha de eliminar con lentitud.
—Lamentamos mucho todo lo que usted vivió, pero, ¿podemos encontrarlo en el plano terrenal?
—Ya se los dije —insistió el Occiso—. No soy un humano, soy una proyección del pasado.
—Pero...
—Gracias a lo que ustedes hicieron, el pasado ha quedado atrás. Es tiempo de volver al presente, y mirar hacia el futuro.
—Señor Occiso...
—Mi tiempo aquí ha terminado. Ahora que sé que mi mayor pesar se ha hundido, puedo descansar.
—Bien. Que la luz del nuevo milenio lo oriente —dijeron los tres personajes, despidiéndose de su testigo.
—¿Qué haremos ahora?