Elisabeth se encontraba en uno de los balcones de su palacio de Hondarribi. El sol no se encontraba aún en su punto más algido. Ella llevaba días alejada de la corte. Bien sabía que su marido, el rey, la solía "aconsejar" marcharse cuando quería pasar días, semanas, a veves hasta meses, con su favorita. Pero esta vez su intuición hacía que su cuerpo se extremeciera. No sabía bien el por qué, pero esta vez todo estaba siendo diferente.
Sus preocupaciones se tornaron en asombro tras oír golpear la puerta de acceso a la habitación. Era su amiga Caroline. Ella había estado con Elisabeth desde de que saliera del reino de su isla para desembarcar en el puerto de la bahía. Habian pasado ya cuarenta y cinco añoa, desde aquél viaje para convertirse en reina. Ahora todo lo que le quedaba era su amiga y un primogénito sin poder y trastornado.
-Caroline ¿Qué tal en el mercado? Preguntó Elisabeth intentando evadirse de sus inquietudes
-¡Un alboroto! No se puede comprar nada. Todos anda revolucionados desde de ha empezado la temporada de nieve. Es insoportable tener que estar con personas de tan bajo rango. Que ni tan siquiera pueden pagar las pieles. Tú te crees..Dijo alborotada Caroline mientras se tiraba en la cama de la reina.
- Querida amiga, ya os dije que enviaríamos a alguien del personal para comprar. Sois testaruda. Dijo Elisabeth a Coraline mientras servía dos copas de vino.
- Me aburro. Estar siempre metidas en estas cuatro paredes. Sin nada más que hacer. Alejada de las fiestas de la corte. Tan siquiera te ha dejado traer a nadie con quien divertirte. Respondió Caroline mientras cogía la copa de vino.
-A caso quieres decir que no eres divertida. Dijo Elisabeth mientras apuraba la copa de vino sin dejar de mirar la ventana.
En ese instante Caroline se dio cuenta de la preocupación de su amiga.
-¿Sabéis algo del rey? Le preguntó.
-A parte de que está con esa. Nada. Bien sabes que desde que nos descubrió, parco es en palabras. Respondió Elisabeth poniéndose otra copa de vino.
- Ya os lo dije. Los Goenaga no lo iban a permitir. Su hija está casada con vuestro segundo hijo, el heredero, su heredero. Confiar en los Etxeberria...¡¿ Qué demonio os llevó a confiar en ellos!? Le recriminó Caroline mientras le daba la copa a su amiga para que se la rellenará.
-Jon hubiera sido mi baza. Cierto que mi primogénito es tonto. Intentó explicarse Elizabeth.
-¿Tonto? Querrás decir.. Intentó interrumpir Caroline.
- Bien sé, que mi primogénito no entiende más que un niño de cuatro años. Pero es manejable. Y me afianzaria en el consejo. Una vez.. Intentó desahogarse Elisabeth.
-Una vez que el viejo hubiera estirado la pata. interrumpió de nuevo Caroline entre risas.
- ¡Callad! Podrían acusarnos de nuevo de traición. Dijo Elisabeth.
-Sino me mata la traición, me matará el aburrimiento. Dijo Caroline, mientras, era ella esta vez la que se servia su propia copa de vino.
Elisabeth sonrió a su amiga. Pero en el fondo seguía preocupa. Eneko no la había alejado tanto tiempo de la corte. Bien sabía que, ella, aunque le hubiera inducido a revocar su decisión de apartar a Jon del trono, era hija de quién era. Y que tras el ragnarok la necesitaba para mantener a la los Loyola en el trono. Además, una Goenaga usurpando su puesto era algo que no podía soportar. Ella venía de una dinastía anterior. Todo lo que había planeado durante sus últimos veinte años, se había esfumado delante de sus ojos. Solo, y solo, porque Aintzane Goenaga, con el beneplácito de su marido, se había encamado con su esposo. Los Goenaga habían ganado la batalla -mas no la guerra. Estúpido Etxeberria. Cobarde-pensó mientras la copa se rompía en su mano del enfado.
-Ely.. Estás sangrando.. Dijo asustada Caroline.
-No es nada. Replicó Elisabeth sin darle importancia al corte de su mano.
Sonó entonces la puerta. Elisabeth no sabía que todo su mundo iba a cambiar en ese mismo momento, mientras con una seda se intenta curar los cortes. Tras dejar pasar a uno de sus sirvientes. Ambas mujeres se sorprendían que James, el secretario del reino y mejor amigo del rey, se presentará en persona en el palacio de Hondarribi.
-Majestad, os preguntaréis con asombro, el mismo que refleja vuestro rostro, qué hago aquí tan lejos del palacio de Miramar. Dijo James con solemnidad.
Elisabeth afirmó con la cabeza mientras nerviosa miraba la carta que tenía James entre sus manos. Caroline también se puso de pie de insofacto. El color del sello no presagiaba nada bueno. Y la presencia de James menos. Ambas coincidían en el mismo pensamiento, pronto perderían la cabeza.
James sin terciar palabra alguna entregó la carta a la reina. Ésta nerviosa, antes de abrir la misiva miró por la ventana. Había guardias reales en las inmediaciones del palacio, los más próximos a su marido. Temblándole las manos. Miró, con gran preocupación, a su amiga. En sus miradas se podia leer - Estamos sentenciadas-
Abrió, no sin cierta dificultad, la carta. La leyó. Sus manos parecían un sonajero, no paraban de temblar mientras la leía. Su preocupación por su cuello y el de su amiga, pronto se transformó en asombro.
-No... No.. Puede ser. James ¿Es cierto? Le preguntó a James con los ojos llenos de incredulidad.
-Lo es. Respondió con seriedad James.
-¿Lo.. Lo saben mis hijos? Preguntó de nuevo con cieto titubeo la reina.
-Todos salvo Jon, dado que se encuentra con usted majestad. A todos se les ha enviado la misma misiva. Es orden expresa de su majestad, que la nueva llegará a todos por igual. Contestó James.
-Elizabeth ¿Qué está ocurriendo? Preguntó Caroline con miedo aún de perder su bonito cuello.
-Nos tenemos que ir a Donosti. YA. Gritó la reina.
Editado: 26.10.2019