Los Magos de la Gran Guerra

El Mago

Un silbido resonó en toda nuestra trinchera. La hora de atacar estaba apunto de comenzar y todos temblaban, nerviosos, pero de cierta manera, relajados por mi presencia. Había un olor intenso a pólvora por los numerosos proyectiles de artillería y disparos que se lanzaban sin cesar, no importaba que tanto te cubras la nariz, el olor no desaparece, uno se acostumbra al cabo de unos días al penetrante aroma de la guerra.

Nuestro hogar, la trinchera, no era muy acogedor, pese a ser de los nuevos tipos mas “cómodos” segun los altos mandos, ya que contaba con electricidad, una mejor cocina y camas; aunque solo fueran para los oficiales, pero las ratas, el agua estancada de la lluvia, la tierra que salta al impactar un proyectil de artillería, la melodía de una feroz batalla cerca de ti y la suciedad que se encontraba en cualquiera de las trincheras, lo hacía de la misma manera en la nuestra. Lo único que tienes que hacer es acostumbrarte, de nuevo, aunque no quieras.

El oficial al mando se dirigió a mí, me ordenó salir a tierra de nadie y aniquilar al enemigo, obedecí sin oponerme, al igual que los demás soldados. Subí la escalera que daba al exterior de la trinchera donde llovían balas desde las posiciones defensivas del enemigo sobre lo que una vez fue un campo de flores y ahora se ha convertido en un páramo fúnebre, sin vida. Varios soldados perecieron por proyectiles de ametralladoras, rifles o morteros, sin embargo, no todos murieron al instante, la gran mayoría sobrevivió, lo único que podían hacer es gritar por ayuda o gemir del dolor. Pese a todo, no parábamos de avanzar, tomando cobertura en los cráteres causados por explosiones de la artillería o detrás de un pequeño montículo de tierra para no sufrir el mismo destino de los muertos o moribundos.

Cada vez me acercaba más a la trinchera del enemigo junto con otros soldados, uno de ellos cortó el alambrado de púas con alicates para abrirnos paso, una labor muy arriesgada ya que usualmente eran objetivos fáciles. Estando a una distancia considerablemente corta guarde mi rifle, salí de un cráter que me mantenía a salvo de los disparos y de mis manos expulsé llamas que cubrieron toda la trinchera enemiga, los soldados gritaban al ser abrazados por el fuego que yo mismo producía, revoloteando en un intento desesperado de apagar el fuego. No perdimos el tiempo y entramos a la trinchera, abatiendo a los soldados confundidos por el ataque o ardiendo en un infierno. Avanzamos con cautela, pasando sobre los cuerpos inertes del oponente, pero con rapidez, en poco tiempo conseguimos ocupar la trinchera de primera línea. Los demás soldados usaban granadas para despejar las otras líneas defensivas, túneles o almacenes donde se refugiaba el enemigo, yo usaba fuego, lo que hacía la tarea más fácil, pero sumamente agonizante para mi objetivo, solo escuchaba sus gritos y veía como se retorcía del dolor como cucarachas mientras poco a poco morían sufriendo cada segundo que les quedaba de vida, así es la guerra.

Pronto, logramos asegurar toda la trinchera enemiga, aun así no había tiempo para descansar, ya que nuestro objetivo era la recaptura de la ciudad fortaleza de Verna que está a solo 10 kilómetros controlada por nuestro enemigo, Lancois. Debemos de recuperar lo que se nos fue arrebatado, eso es lo que los altos mandos nos dicen y repiten, así que solo cumplimos órdenes y ya. Me he preguntado varias veces ¿por qué peleamos? Desde mi entrenamiento, siempre me han dicho que “por nuestra patria, por Allmanía y por el pueblo”. Solo obedezco, es lo que tengo que hacer, ya que soy un mago.



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En el texto hay: magos, misterio, guerra entre bandos

Editado: 17.09.2024

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