Los Magos de la Gran Guerra[pequeña pausa]

Historias de Guerra

“La invasión allmanesa avanzaba casi sin oposición, haciendo que el ejército karkonés se retirara continuamente. La situación era muy mala, pero la moral no decaía, todo lo contrario, no hacía más que aumentar ante un enemigo que quería apoderarse de sus tierras. Actos heroicos nacieron a partir de esto.

Invasión allmanesa al Reino de Karkón, 20 de agosto de 1931. Fortaleza de Propov.

Un intenso combate se vivía entre el ejército allmanés y karkonés, uno luchaba para apoderarse de la fortaleza de Propov, y el otro la defendía. Debido al armamento pesado con el que contaban los allmaneses los karkoneses empezaron a retirarse. Pero Levashov Zosima no estaba dispuesto a dejar su posición sin dar pelea, por el reino, por su familia y por sus compañeros. Intentaron detenerlo, pero él estaba decidido.

Así, él solo cubrió la retirada de sus compañeros desde un puesto de ametralladora dentro de la fortaleza. Disparaba sin cesar a los allmaneses en todo momento y cambiaba de posición en distintas ocasiones con el fin de evitar ser impactado por un proyectil de un cañón de campaña y para confundirlos. Desde ametralladoras pesadas hasta pistolas, usaban cualquier tipo de arma con tal de retrasar el avance allmanés. Todo esto hizo que sus contrincantes pensaran que se enfrentaban a más de 10 soldados, sin saber que solo era uno.

Desesperadamente intentaban acercarse a la fortaleza a través de los cañones, sin éxito. Pese a todos los esfuerzos de Levashov, los allmaneses se acercaban más y más. Era inevitable la toma de la fortaleza, cualquiera en esta situación ya habría huido, pero no fue en el caso de Levashov. No se iría hasta disparar la última bala que le quedase.

Fue hasta el primer piso y rápidamente fortificó la única salida segura que tenía, posicionó una ametralladora encima de unos sacos de arena que le llegaban hasta el pecho y esperó al enemigo pacientemente. Los allmaneses, al ver el cese al fuego, pensaron que los karkoneses se dieron a la retirada, aún así, entraron con cautela. No sabían que Levashov estaba ahí, esperándolos sin mover ni un músculo y apuntando a una entrada donde sí o sí pasarían los allmaneses. Al ver entrar a uno de ellos, empezó a disparar sin cesar.

Desde otro punto de la fortaleza, una escuadra de soldados allmanés atravesaban por la izquierda para flanquear a Levashov. Sin embargo, la suerte estaba de su lado. Justo cuando estaban a tan solo unos metros pisaron una rama que generó un crujido que, pese al sonido de los disparos, Levashov escuchó. Consciente de su escasez de municiones, decidió abandonar su posición, pero también tenía que lidiar con los que estaban dentro de la fortaleza. No disponía de mucho tiempo para pensar, pero se le ocurrió una idea que le salvó la vida. Agarró un pedazo grande de tela desprendido de las bolsas de arena, las llenó con vainas de bala del piso y se sacó una agujeta de su bota para poder amarrar la improvisación de una granada falsa. La lanzó gritando hacia los allmaneses dentro de la fortaleza, ellos, por reflejo, gritaron “¡Granada!”, en su idioma, se alejaron y tomaron cobertura para evitar que la metralla les impacte.

Era ahora o nunca, Levashov agarró su ametralladora y pasó por la salida, disparando a la escuadra que intentaba flanquearlo, ellos le respondieron. Recibió tres disparos, uno en su brazo izquierdo, otro en su muslo derecho y el último en un costado de su abdomen. No paró de disparar, la adrenalina le hacía olvidarse del dolor. Pudo abatir a dos soldados antes de que la escuadra se retirara. Se quedó sin balas, “Maldición” dijo. Tiró su ametralladora al suelo y corrió lo más rápido que pudo hasta el bosque para poder esconderse. A lo lejos, los allmaneses empezaron a dispararle, pero, una vez más, la suerte estaría del lado de Levashov. Todas las balas le rozaron, el solo escuchaba como estas pasaban cerca de su oído, era un sonido aterrador, el silbido de la muerte. Su corazón no paraba de latir, sentía como si en algún momento se le saliera del pecho. Pudo llegar al bosque, con solo tres heridas de balas no mortales, pero que tenía que tratar.

Los allmaneses trataron de darle caza, sin éxito, era muy escurridizo pese a las heridas que le hicieron. Levashov logró llegar a la segunda línea de defensa que montó la retirada. Todos sus compañeros lo daban por muerto, jamás imaginaron que sobreviviría. Lo abrazaron como si hubiese regresado después de meses. Levashov solo se echó a reír, contándoles cómo burló a los allmaneses y a la muerte misma. Esta ocasión se repetiría a lo largo de su vida, ganándo el apodo de “El Soldado Inmortal.”



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En el texto hay: magos, misterio, guerra entre bandos

Editado: 15.10.2024

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