— No quiero ir— dijo el chico mientras se aferraba con todas sus fuerzas al pomo de la puerta.
— No tenemos opción— Respondió el hombre mayor clavando sus uñas en la mano del joven — la psicóloga de servicios infantiles dijo que debía llevarte una vez cada dos semanas a sesión, a menos que quieras ir a un orfanato. Si esa es tu decisión bien sabrás que no me opondré — su tono rebosaba una rabia acumulada desde hace meses, 7 para ser exactos. Los meses pasados desde la muerte de su esposa, la madre del muchacho, la madre de Kaidan.
Por un momento le sostuvo la mirada y se vio reflejado en los orbes iracundos de su padre. De igual forma se vio a sí mismo en el hombre mayor, la mala postura, el frágil cabello castaño y la cara surcada por el dolor. Hubo una época en la que Alaric Smith fue un hombre agraciado pero el luto lo, volvió enfermizo y malhumorado, lo mismo hizo con su hijo, quien a las malas se subió al asiento del copiloto y se dedicó a observarse en el espejo del retrovisor, el rostro pálido y las ojeras marcadas, los labios quebradizos y el rastro de una ligera barba, la imagen en el espejo le devolvió la mirada y le sonrió. En el rostro de kaidan no se había movido un solo músculo.
Alaric suspiro y relajó los hombros, como si al entrar al auto se librara de una carga — ¿qué tal la escuela, hijo? —
— Bien — Kaidan no tuvo el corazón para corregirlo y decir que la escuela aún no había empezado, sus escapadas que solían durar todo el día eran solo para mantenerse lejos de su padre y de cualquier superficie reflectiva.
El viaje fue silencioso, acompañado por la estática de la radio, pasada media hora se encontraban frente al edificio donde el doctor les esperaba. Al entrar, en la recepción se encontraba la misma mujer de siempre, a este punto se esperaría que recordara su nombre. La verdad no lo hacía.
La mujer sonrío, su padre devolvió el gesto, kaidan no se molestó en hacerlo y fue directo al sofá, tomó la primer revista que encontró y decidió perderse por unos minutos en el caos mundial para así escapar de su caos interno, le fue imposible, la estridente risa de la mujer lo desviaba de las palabras en la revista y entonces alzó la mirada y lo vio todo claramente, las risas exageradas, el pestañeo constante y los sutiles toques en el brazo de su padre, la mujer estaba coqueteando con Alaric, poco sabía que desde hace 7 meses este guardaba el celibato cual cura, pobre mujer, pensó. Ha de estar desesperada.
— ¡Kaidan Smith!— gritó el doctor desde su consultorio.
Se levantó, dejó la revista y caminó en dirección a la voz, tras la puerta estaba la silla del terapeuta y el sofá para los pacientes, el doctor Pearson observaba la ventana como si esta tuviera todas las respuestas más se volteó al escuchar sus pasos.
— ¡Kaidan!, me alegra verte. Enderézate un poco muchacho, tu espalda lo agradecerá cuando llegues a viejo — Pearson hablaba con alegría y enfatizó sus palabras con un ligero golpe en la espalda, no obtuvo respuesta por parte del joven, el cual se acomodó en el sillón observando el frío techo blanco que se alzaba sobre él y esperó a que la oleada de preguntas comenzara.
—Vamos a iniciar con algunas preguntas de rutina, ¿te parece?— preguntó el hombre mayor.
— claro, señor Pearson — respondió Kaidan.
— Vamos, Kaidan. Llámame por mi nombre, llevo 6 meses y medio viéndote...sé que no me consideras tu amigo, pero hagamos de esto algo menos formal — sonrió amablemente al final de la oración.
— Entendido señor...Nathan— le tomó unos segundos recordar su nombre y este se sentía raro en su lengua al pronunciarlo.
— Eso es lo máximo que obtendré de ti, ¿verdad?— dijo resignado —empecemos con la rutina, ¿Cómo va la relación con tu padre? —
Kaidan pensó en como su mano aún dolía donde Alaric había enterrado sus uñas, pensó en cómo lo escuchaba llorar a la media noche, pensó en las latas de cerveza que se acumulaban en la nevera, y respondió.
— Bien
Nathan sonrió complacido y continuó — por tus ojeras veo que no has dormido, o si has dormido entonces no has descansado, ¿tengo razón? — el doctor se apoyó en los brazos de su silla para acercarse al chico
Recordó las noches en vela sentado frente al espejo de su cuarto, escuchando al reflejo hablar sin darle la oportunidad de responder en ningún momento, a eso se le sumaba las pesadillas en las que soñaba con semáforos en rojo, autos colisionando, el rostro de su madre, cuyo cuerpo descansaba en la acera, acostada en una posición inhumana.
— Voy a entrar a la escuela pronto, quizá sea por eso— y el doctor no pareció creerle
— ¿Qué hay de las voces? Tu padre me ha dicho que escucha tu voz en las noches—
No era su voz, era la voz de Keiden, el reflejo, parloteaba todas las noches a cerca de algo nuevo. Pero él no era una voz, el era otro tipo de espectro.
— A veces murmuro entre sueños — y esta vez le creyó.
La consulta siguió como lo hacen la mayoría de interrogatorios y pasados 45 minutos kaidan al fin fue libre de irse, se despidió del doctor quien insistió en abrazarlo, lo cual tuvo que aceptar a pesar de su incomodidad y salió por la puerta. Al llegar a la recepción vio a su padre ya con su receta e historia clínica lo cual indicaba que finalmente podía ir a casa.
— Y... ¿qué tal estuvo? — preguntó Alaric.
— Bien — y ahí murió la conversación.
Al llegar a casa el espejo les esperaba, y Keiden ya estaba sentado ahí, se sentó frente a él, más por inercia que por otra cosa.
— Hoy fue un día largo — dijo Kaidan con la mirada en los ojos del reflejo, la única diferencia entre ellos, donde sus ojos eran grises su contraparte, imaginaría o no, lucía unos orbes color fuego, una amalgama indescriptible de rojo y naranja con apenas una pizca de amarillo, hipnótico si le pidieran describirlos, Kaidan culparía a esos ojos hasta el fin de sus días por todas las conversaciones que han sostenido. Una vez se entra a la habitación las llamas en su mirada te atraen al espejo, y al momento de sentarse frente a él es imposible pararse hasta que Keiden decida que han terminado.
Editado: 20.12.2021