Llegaba tarde a trabajar. Yo nunca llegaba tarde. Tampoco es que tuviese otro sitio mejor donde estar. Ahí mataba las horas y cada minuto que pasaba sabía que era por mi futuro. Cada minuto significaba dinero para invertir en mi futuro. Así qué, ¿dónde podía estar mejor que ahí?
Conocía la respuesta que darían la mayoría de las adolescentes de mi barrio, pero yo no era como ellas. Nunca lo había sido y nunca lo sería. Tampoco lo deseaba. Yo solo ansiaba una cosa. Salir de allí.
—Ey, ¿por qué tanta prisa?
Me giré hacia Melania. Bueno, Mel o Mélani. Ella odiaba su nombre. En mi opinión era bonito, le daba un toque diferente, pero a ella no le gustaba y siempre se enfadaba cuando alguien le llamaba así. Era de las pocas veces en las que Mel dejaba de sonreír y fruncía el ceño con desagrado.
—Llego tarde —respondí mostrando lo evidente y ella se rio con esos rojos y carnosos labios.
Mel era en cierto modo muy parecida físicamente a mí. Delgada y esbelta, con el cabello pelirrojo y largo que se ondulaba en las puntas y rostro angelical. Sin embargo, aún teniendo rasgos similares, no podíamos ser más diferentes. Mientras que mis ojos verdes parecía que siempre estuviesen buscando una respuesta, sus ojos marrones irradiaban luz y felicidad.
Mi maquillaje siempre era muy natural; en cambio su pálida piel siempre estaba maquillada con colores cálidos que hacían recordar a las películas clásicas de la época dorada de Hollywood.
Ella desprendía diversión y despreocupación por cada poro de su piel. Lo mío era más la poca paciencia y las malas caras.
—Unos minutos no es llegar tarde —comentó tirando de mí.
—Mel, no todos nos tomamos la vida como tú.
—¿Por qué? Si solo vamos a vivir una vez y por tiempo determinado, ¿por qué tenemos que estar todos los días agobiándonos por las pequeñas cosas? Hay que exprimir el tiempo, Aylén.
Ella era probablemente la única amiga que yo tenía. Me costaba abrirme a los demás. Podía sonreír y pasar el tiempo con un grupo de gente, pero nunca llegaba a mostrarme del todo. Nunca dejaba que me conociesen los suficiente como para que los considerase mis amigos.
Con Mel había sido diferente. Supongo que al pasar tanto tiempo juntas en el trabajo no me había quedado otra opción. Además, ella era diferente. No sé, me sentía cómoda con su presencia. Siendo sincera, con ella todo era fácil y, en cierto modo, me sentía responsable de ella.
En realidad Mel era un par de años mayor que yo, pero a veces actuaba como una niña pequeña y no veía el peligro. Quizá por eso hacíamos tan buen tandem. Yo la frenaba de pasarse de la ralla y ella hacía que saliese de mi zona de confort.
—Mira, ahí tienes a tu cliente vip —provocó burlona y yo negué con la cabeza.
Cada viernes a las ocho de la tarde ahí estaba él en la misma mesa de siempre esperando a que yo le atendiese. Podía haber parecido raro. Y, quizás, si hubiese sido otro le hubiese tildado de acosador, pero con él no. Me transmitía seguridad y confianza. Y eso que apenas intercambiábamos palabras.
Yo iba y le preguntaba qué quería. Él siempre me respondía lo mismo. Whiskey con soda. Yo sonreía y se lo servía. Él me preguntaba por mi día y yo hacía lo propio. Luego me volvía a la barra y nos dedicábamos miradas durante el resto de la noche hasta que el bar cerraba y él se despedía.
Miré desde la distancia cómo observaba el local con sus ojos azules intensos. Tenía su habitual sonrisa contagiosa. En verdad, él siempre parecía de buen humor. Eso era algo que me gustaba. Eso y que nunca me juzgaba le dijese lo que le dijese.
Aún sentado se podía ver que el chico era alto, muy alto. Y bajo ese jersey fino se marcaban sus definidos brazos, lo que siempre me había hecho pensar que también escondía un perfectamente esculpido abdomen. Aunque nunca había tenido la suerte de verlo.
—¿Por qué no das algún paso?
Me giré hacia Mel como si estuviese loca. ¡Era un desconocido!, ¡no sabía ni su nombre! Una cosa era medio tontear ahí en el bar donde me sentía segura y otra lanzarme a la piscina. Además, me gustaba lo que teníamos y temía que al conocerlo mas se estropease la magia y descubriese que no me gustaba en absoluto cómo era.
—Venga, Aylén, que no te estoy diciendo que le pidas matrimonio.
Torcí el labio y me dirigí a la barra para preparar un cóctel. Una vez listo avancé hasta su mesa y lo deposité con sumo cuidado.
Él me miró entre divertido y curioso. Había variado nuestra dinámica.
—Boulevardier —le expliqué señalando su bebida—, creo que te gustará.
Me quedé en silencio. Me estaba tocando el pelo con el dedo índice y tenía esa estúpida sonrisita. ¿Estaba coqueteando? ¡Maldita Mel!
—Em, si no, dime y te pongo lo de siempre —me apresuré a añadir.
—No, no, así está perfecto.
Y sonrió. Sonrió como nunca antes le había visto sonreír mostrándome su perfectamente alineada y blanca dentadura. Joder, ¡cómo se podía ser tan perfecto! Si es que casi hasta dolía mirarlo.
Parpadeé rápidamente. Lo que menos quería era que él se diese cuenta de lo que estaba pasando por mi mente.
Giré sobre mis talones y volví a toda prisa a la barra donde Mel me esperaba con cara de disgusto.