Los ojos de la verdad

Capítulo 3

—No me mires con esa cara —le advertí a Mel y ella negó con la cabeza como gesto de desaprobación—. Me has dicho que haga algo y eso he hecho.

—¡No! Yo te decía que le dieses tu número o aunque sea tu nombre. No sé, que le dijeses de quedar cuando termines tu turno.

—Shhh.

Como siguiese chillando así no iba ser necesario que yo dijese nada porque todos le iban a oír...

Me giré hacia el chico y recé por que no le hubiese escuchado o me moriría de la vergüenza ahí mismo. Para mi suerte, él tan solo se limitó a sonreírme y yo preferí pensar que no lo había oído.

—¿Qué voy a hacer contigo, Len?

Suspiré. Solo ella me llamaba así. A diferencia de a ella, a mí no me gustaban los diminutivos. Mi nombre era suficientemente corto. No era necesario acortarlo más. Además, me gustaba Aylén. Pero bueno, por alguna razón, a ella sí que se lo permitía.

—Pues, por ahora, lo que vas a hacer es atender tus mesas ya porque llevan un buen rato esperando.

—Eres incorregible...

—¡Mira quién lo dice! —me quejé mientras le daba la espalda y me disponía a hacer mi trabajo.

Poco a poco fui organizando los pedidos y ya tenía a todos los clientes servidos, así que me dirigí a la mesa de mi cliente misterioso.

Habían pasado como dos horas desde que le había servido y desde entonces había tratado de esquivar su mirada por culpa de los comentarios de Mel. Me avergonzaba imaginarme que al acercarme él me diría algo sobre que la había escuchado.

—¿Y bien?, ¿tenemos nueva bebida preferida? —le pregunté con la mejor de mis sonrisas.

Él tomó el último sorbo y pasó la lengua de su lengua por la comisura de sus labios para alcanzar hasta la última gota del cóctel.

—Podría acostumbrarme a este cambio.

—¿Quieres otro?

—Por favor —respondió con ese tono tan encantador que usaban los personajes masculinos de las películas de los años 40 cuando cuando estaban en presencia de una dama.

Le dediqué otra sonrisa, me llevé su vaso y al poco tiempo volví con otra copa igual, pero esa vez ocurrió algo que no me esperaba.

Él se puso en pie y comprobé que efectivamente me pasaba unos cuantos centímetros. Más que unos cuantos, en verdad.

—Soy Itzael.

¿Itzael?, ¿qué nombre era ese? No lo había escuchado en mi vida, era raro, como anticuado, pero a la vez tenía su encanto, ¿no? Seguramente sería muy difícil que coincidiese con alguien más que se llamase así. Así que tenía sus ventajas. Nunca se giraría cuando llamasen a otro.

O quizás no era de aquí y ese nombre era muy típico de donde proviniese. Quizá mi nombre también le resultase raro a él. 

Entonces me di cuenta que aún no había dicho nada y que él esperaba a que yo me presentase.

—Aylén —respondí a la vez que me ponía de puntillas para darle dos besos en las mejillas.

La verdad es que no estaba muy segura de si debía hacerlo. Al fin y al cabo era un cliente. Pero tampoco me importaba demasiado. Quería hacerlo.

Enseguida me invadió su olor a cítricos. Era suave, ligero y fresco. No supe descifrar cuál era su perfume, pero me gustó.

Entonces, él esbozó una sonrisa que en aquel momento no supe descifrar y decidí volver a la barra. Podía notar los ojos de Mel clavados en mi espalda y su sonrisa burlona asomando en su rostro.

—Ni una palabra —le advertí cuando vi que estaba a punto de chillarme.

—¡Esa es mi chica! —se limitó a decir mientras me ofrecía su mano para chocarla por debajo de la barra.

Yo se la choqué divertida y me alegré de que no formara un escándalo humillante.

—Ahora ve a atender las mesas.

—¿De nuevo? Ya he ido antes...

—¡Mel, ese es nuestro trabajo!

—Pero es un coñazo... Tienen dos piernas, que vengan aquí.

—En serio que tú eres caso a parte. ¿Es que no sabías en qué consistía ser camarera cuando aceptaste el puesto? 

—¿Qué? Encima que les ofrezco la oportunidad de alegarse la vista con dos pibonazos como nosotras...

Negué con la cabeza. Con ella nunca se sabía si hablaba en serio o en broma.

—¡A las mesas! —le ordené como a los niños pequeños cuando tienen que recoger sus juguetes.

—Vaaaale, pero la semana que viene tú le pides una cita al vip.

—¡Mel!

—¡Pues se la pido yo!

Mi cara debió ser un poema porque ella empezó a reírse de forma descontrolada.

—Tranquila, no me muerdas. Me refería a una cita para ti, no para mí.

Hasta entonces no me di cuenta de lo mucho que había tensado los músculos de mi cuerpo, porque de pronto sentí como se iban destensando poco a poco.




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