Les costó un poco convencer a Darel, pero al final los dejó cruzar a Innon, en donde se entrevistaron con una humilde y deprimida joven mestiza de nombre Quetzalli. Ella entendió su dilema, y les prestó un ojo hecho de diferentes gemas.
―Tiene límites ―dijo Quetzalli―, no pueden regresar más allá de sus propios recuerdos. Si están seguros de que no intentarán cambiar nada, no hay problema. El destino se interpone a que cambien el curso del tiempo, así que si insisten en cambiar algo, podrían incluso perder la vida.
―No pretendemos hacer más que preguntas ―Viviana tomó la gema ―, se lo agradecemos mucho. Lo devolveremos en cuanto tengamos respuestas.
Regresaron a su dimensión y, sin dudarlo, Viviana y Rulfo se concentraron en un día que salieron a un viaje, para asegurarse de no encontrarse consigo mismos.
El ojo creció y en su pupila vieron aquel recuerdo, cuando subían al autobús. Se internaron justo cuando el autobús partía. Sus corazones se llenaron de nostalgia al ver el viejo san Basilio, con más casas humildes, comunidades de pescadores y el castillo siendo aún un monasterio.
Viviana fue la primera en entrar, haciendo señas a los demás para que la siguieran. Llegaron hasta la oficina del vicario, quien, para su sorpresa, estaba con Imamú, Atziri, Kenneth y Aidan, en su oficina.
―… y tanto Baba Yagá como sus discípulos ligaron sus almas con las de Gaia ―decía Ikal con gravedad ―, si alguno de ellos muere, el planeta muere también.
―Eso complica mucho las cosas…
Los ojos de Viviana se humedecieron. Ahí estaba Imamú, tan llena de vida, y no podían hacer nada por evitar su muerte.
En ese momento, Sirhan se tropezó al tratar de acercarse para escuchar mejor y la puerta se abrió de par en par.
―¿Rulfo? ¿Viviana? ―preguntó el vicario, frunciendo el entrecejo―. ¿No se habían ido a Veracruz?
―Este… el camión se retrasó. ―Rulfo titubeaba. ―Y es que… tenemos algunas preguntas qué hacerle.
―Denme unos minutos, tengo algunos asuntos qué atender.
Los niños salieron de la oficina, pero no se alejaron. Escucharon al vicario discutiendo las opciones con las que contaban. Era la primera vez que Rulfo y Viviana escuchaban ese tono iracundo en la voz del vicario. Era evidente, que consideraba a Baba Yagá una hechicera muy cruel y despiadada.
Tras varios minutos, los magos salieron hablando sobre una nueva cámara fotográfica que él llevaba en las manos, aparentemente, regalo de Atziri.
―Atziri estará en contacto contigo, para decirte de cualquier novedad. ―Imamú se despidió y los magos salieron por el pasillo. El vicario fue con los niños y se agachó recargando sus manos sobre sus rodillas para quedar a la altura de ellos.
―¿Amigos suyos? ―preguntó observando a Sirhan, Ignacio y Niara.
Los niños intercambiaron miradas. No fue sino hasta ese momento que se dieron cuenta de que llegaron sin tener un plan. El vicario hizo una mueca que parecía cuestionarles al verlos dudar tanto, así que Rulfo simplemente habló con la verdad.
―Ya somos magos. Una nagual de Innon nos prestó un amuleto para viajar al pasado.
―¿Al pasado? ―el vicario se incorporó, con el entrecejo fruncido ― ¿Los naguales tienen un amuleto para viajar en el tiempo?
―¿No lo sabía?
―No, Viviana.
―Si no nos cree ―Viviana le alargó la fotografía a color donde ellos estaban con el resto de los magos―, esta es la prueba.
―Bien. Esto lo prueba. ―El vicario guardó la foto en su bolsillo y se sentó en su sillón―. Y ¿a qué debo el honor de su visita?
Los niños le contaron al vicario lo que había ocurrido, desde lo que les pasó en los deis, hasta la muerte de Imamú. El vicario frunció los labios, mirando al cielorraso.
―Pero eso no responde a mi pregunta, ¿a qué han venido?
―Es que… ― Rulfo pensaba cómo abordar el tema.
―¿Es usted Ziusudra? ―preguntó Sirhan, en forma acusadora.
―¿Ziusudra? ―el vicario parecía asombrado.
―Vicario, usted nos contó de relatos sobre eras más allá de cualquiera conocida por el ser humano ―dijo Viviana ―, historias que están…
―En escritos antiguos, repartidos por todo el mundo, en todas las dimensiones ―Interrumpió el Vicario―. Sí, Viviana. Fui yo quien dejó esos escritos ahí. Y los dejé en esos lugares porque sabía que, si yo muriera, necesitaría que conocieran mi historia conforme visitaran los deis.
―¿Entonces no es usted Ziusudra? ―insistió Sirhan.
―Quizá. ―El vicario curvó sus labios. ―O quizá soy de los pocos que lo conocieron.
―No importa si es usted o si lo conoce, da igual. ―Niara habló con voz enérgica―. Lo que Ziusudra debe saber, es que tiene que detenerse. Esa manía suya de buscar más y más mundos ha hecho que criaturas cada vez más peligrosas crucen a nuestro planeta.
―¿Qué es lo que está sucediendo en su tiempo?
Los niños hablaron a grandes rasgos de la apertura de los portales cósmicos, y de los problemas en los que se estaban viendo envueltos al no saber qué clase de criaturas habían logrado cruzar. El vicario escuchaba con tranquilo semblante, hasta que mencionaron la liberación de Baba Yagá. Por primera vez, Viviana y Rulfo le vieron realmente enfadado.
Por minutos se la pasó caminando de un lado a otro de su oficina, vociferando, quejándose de la estupidez de confiar en un nigromante. Se sentó en su sillón, recargando su cabeza sobre su mano.
―En todo este tiempo no han aprendido nada. Un nigromante es, antes que nada, un asesino. Y no hay nada más vil que alguien capaz de quitar la vida de sus semejantes.
―¡Ziusudra también lo es! ―puntualizó Sirhan―. Quizá no lo hizo directamente, pero por su culpa han muerto miles de personas.
―Tiene que reconocerlo ―dijo Viviana ―, en su curiosidad, Ziusudra ha abierto portales que han provocado miles, quizá millones de muertes con el paso de los milenios. Su necedad e inconciencia lo convierten en cómplice de esos asesinatos.
El vicario observó a la niña, asombrado por la respuesta. Se puso en pie de nuevo y caminó hasta una pequeña ventana, en donde, por unos segundos, observó el mar en silencio.