Los príncipes cautivos

Capítulo 2: El cumpleaños

Con la vista fija en el cielo repleto de estrellas solté un largo suspiro, por un momento logré pretender que me encontraba solo en el mundo. Solo existíamos yo y el cielo estrellado. Nada de Encenard, ni responsabilidades, ni deberes reales. Me removí en mi lugar, el frío del césped comenzaba a colarse entre mi ropa, pero ignoré esa leve incomodidad. Era un precio pequeño a pagar por la calma que sentía.

—¡Connor, lo encontré! —gritó Gregor a todo pulmón de pie a unos pasos de mí.

Mi aislamiento terminó de súbito. Giré el rostro hacia mi hermano con desinterés, sin intención de levantarme de donde me encontraba recostado.

Connor llegó a los pocos segundo y esbozó una boba sonrisa en cuanto me vio.

—Miren nada más, los hermanos lelos, ¿qué quieren ahora? —pregunté con la voz amodorrada.

—Padre te está buscando, quiere que vayas a verlo en el Salón del Trono de inmediato. Tiene a todo el castillo buscándote —me informó Connor.

—¿Qué haces aquí en el jardín? —me preguntó Gregor dando un paso hacia mí.

—Disfrutando de mi soledad, pensando en todo y en nada—respondí volviendo a fijar mi vista al cielo.

Gregor me alcanzó de una zancada y se dejó caer a mi lado derecho, adoptando la misma posición que la mía.

—Vaya, es lindo —observó mientras admiraba el cielo nocturno.

—¿Qué hacen? Padre nos está esperando —nos recordó Connor.

—No va a pasarle nada por esperar unos minutos más —respondí mientras con la mano le indicaba que se recostara a mi lado izquierdo.

Connor me obedeció al instante, de modo que los tres nos encontrábamos observando el firmamento recostados sobre el césped en el Jardín de la Reina.

—¿Qué crees que piensen de nosotros? —preguntó Gregor después de un rato.

—¿Las estrellas? ¡Ja! Las estrellas no piensan, son solo cosas —le respondí.

—Sería bastante genial si pudieran pensar, ¿no? Porque tienen vista a todo lo que pasa aquí abajo —comentó Connor.

—Sí, supongo que eso sería bastante genial —respondí mientras pasaba mis manos detrás de mi nuca.

—Yo creo que pensarían que soy muy simpático y encontrarían las bromas que le hago a Odette hilarantes —opinó Gregor.

Los tres soltamos una risotada ante su observación. Gregor era experto en jugarle bromas pesadas a nuestra hermana menor, desde esconder ranas en sus cajones hasta cortar mechones de su cabello; Odette siempre tenía dolores de cabeza garantizados con Gregor.

—¡Ahí están! —escuchamos la voz de mi madre detrás de nosotros—. Son incorregibles, muchachos, su padre los manda por su hermano y en lugar de traerlo se quedan a pasar el rato con él.

De inmediato, los tres nos pusimos de pie.

—Yo les dije, pero no me hicieron caso —se justificó Connor al tiempo que sacudía sus pantalones color marrón.

—Soplón —susurró Gregor antes de darle un codazo.

—Adentro los dos —ordenó mi madre con un tono autoritario que todos sabíamos que era fingido. Luego tomó mi mejilla y me dedicó una de sus sonrisas cargadas de cariño—. Tu padre quiere hablar contigo.

—¿Ahora qué hice? —pregunté poniendo los ojos en blanco.

—Nada, cielo, solo quiere platicar acerca de la fiesta de mañana —contestó al momento que me daba una palmada en la espalda para animarme a andar.

Esperé a estar de espaldas a mi madre para refunfuñar. Mañana era mi cumpleaños y tendría lugar la gran celebración que mis padres habían planeado en mi honor. La fiesta no me entusiasmaba en nada, lo mismo que crecer. Entre más adulto me hacia más responsabilidades se esperaba que tomara en el reino; yo no me sentía listo para hacerme cargo del reino, ni ser responsable del bienestar de todo un pueblo.

Delante mío iban andando con paso despreocupado Connor y Gregor, ellos no tenían sobre sus hombros el peso que yo tenía, nadie esperaba nada de ellos más que me apoyaran, lo mismo que de Odette. A pesar de tener los mismos padres, yo era el único de mis hermanos que poseía la sangre primera, una herencia de mi padre hacia su primogénito que me daba habilidades especiales como poder mover cosas con la mente, cambiar de forma a un búho o a un lobo y alargaba la vida de la gente que se encontraba cerca de mí. Mi padre poseía las mismas cualidades, heredadas de generación en generación hacia los primogénitos Autumnbow. Eso significaba que yo tenía muchas responsabilidades desde mi nacimiento pues se esperaba que yo protegiera al reino de Encenard y a todos sus habitantes en caso de que mi padre faltara. La mayoría del tiempo no me gustaba ser el primogénito, la responsabilidad me abrumaba y estaba seguro de que cualquiera de mis hermanos serían más aptos para estar a la cabeza del reino que yo. Gregor con su buen humor constante, Connor con su facilidad para sentir empatía hacia otros u Odette con su agudeza mental. Yo no poseía ninguna de esas cualidades, para mí lo único que importaba era el vino y las chicas guapas.

Llegué al Salón del Trono y los duendes de la entrada abrieron las puertas de par en par para dejarme entrar. Les agradecí guiñándoles un ojo antes de dar un paso al interior. El imponente recinto de piso de mármol gris tenía colgados en sus muros tapizados de color vino cuernos de animales y espadas. El trono, del lado opuesto a la puerta, enseñaba el escudo de Encenard: dos espadas cruzadas sobre uno de los peculiares árboles de nuestro bosque. Detrás del trono había un gran ventanal de marco plateado



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En el texto hay: matrimonio, magia, realeza

Editado: 28.11.2021

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