Los príncipes cautivos

Capítulo 3: El castigo

El rey caminaba de un lado al otro dando grandes zancadas mientras mi madre estaba de pie en una esquina con las manos entrelazadas sobre su regazo. Ambos estaban furiosos conmigo, pero sabía que los enojos de mi madre eran pasajeros y que ella pronto olvidaba los malos tragos; mi padre era otra cosa, él era un hombre de cuidado y está vez parecía que lo había llevado demasiado lejos.

—Te pedí una sola cosa, Alexor, ¡una sola! Y no fuiste capaz de cumplirla. Me diste tu palabra, ¿que acaso eso no significa nada para ti? —inquirió mi padre con el rostro enrojecido por el coraje.

—Estaba cumpliendo mi promesa… en verdad lo estaba haciendo…

—¿Se puede saber en qué momento? ¿Cuando decidiste emborrachar a tu hermano y al chico Schubert o cuando tenías la lengua metida en la boca de Vanessa Muller?

—Elio y yo solo bebimos un poco con ellos… —me justifiqué.

—Jon terminó volviendo el estómago en un jarrón de 200 años de antigüedad —indicó mi madre mirando hacia la ventana—. Era una reliquia invaluable…

Contuve la respiración al oír sus palabras. Apreté mis labios hasta volverlos una delgada línea y miré hacia el suelo. Sin duda me había equivocado.

—Lo siento, no fue mi intención estropear la fiesta —me disculpé con sinceridad.

—Lo sé, cielo, no está arruinada. Por suerte nadie más que tu padre te vio con Vanessa y a Jon lo llevamos a un lugar apartado antes de que llamara la atención y su abuelo montara en cólera —comenzó a tranquilizarme la reina con la voz cargada de dulzura. Mi madre era demasiado linda como para no perdonarme mis fechorías—. Solo debes prometernos que te esforzarás más la próxima vez…

—No —interrumpió el rey con voz profunda—. Nada de eso, ya ha sido suficiente de promesas y segundas oportunidades. Alexor, ya no eres un niño al que le podemos pasar todo por alto. Ya eres un hombre y me apena decir que uno que deja mucho que desear.

La observación del rey me atravesó como un fierro caliente. Deseé que me tragara la tierra para no seguir soportando la mirada cargada de decepción que me dedicaba mi padre. Tragué saliva para mitigar el nudo que se había formado en mi garganta.

—Esteldor… —susurró mi madre en tono de reclamo, pero el rey la ignoró.

—Haz llegado a mi límite, Alexor, es hora de que madurez y te comportes como el heredero al trono. Desde mañana todo va a cambiar para ti, ya es tiempo de que crezcas y me voy a asegurar de que lo hagas —me advirtió el rey con gesto severo.

Asentí lentamente, en lugar de concentrarme en el abatimiento que sentía, comencé a pensar en lo que me deparaba el día de mañana, no entendía en absoluto qué se traía el rey entre manos, pero no podía significar nada bueno para mí.

 

Entendí a lo que se refería mi padre muy temprano al día siguiente cuando Tryx llegó a despertarme prácticamente de madrugada. Sentía que la cabeza iba a estallarme por falta de sueño y le indiqué a mi duende que me dejara en paz, pero él me había levantado por ordenes del rey y tenía la consigna de apresurarme pues mi padre me esperaba en la entrada principal.

Amodorrado como me sentía, me vestí sintiéndome casi un sonámbulo y bajé con desgana al amplio recibidor del castillo. Mi padre me esperaba junto con Zayn, el duende que estaba a su servicio. Él se veía lleno de vitalidad, listo para comenzar el día, mientras que yo traía cara larga y estaba ojeroso.

—Vamos que se nos hace tarde —dijo haciendo un gesto con la mano para que lo siguiera.

—¿A dónde vamos y por qué no podemos esperar a que salga el sol? —pregunté de mala gana mientras caminaba detrás de él.

—Porque es más conveniente trabajar ahora que bajo el pesado sol del medio día, en unas horas lo entenderás —contestó el rey antes de subir a uno de los dos caballos que tenían listos para nosotros afuera sin darme oportunidad de preguntarle de qué estaba hablando.

Hice lo mismo sobre mi caballo y lo seguí afuera del muro que rodeaba el castillo. Cabalgamos en silencio durante casi veinte minutos hasta que llegamos a un terreno en donde varios duendes obreros se encontraban edificando una escuela para niñas que mi madre había mandado construir. La idea había sido algo relativamente reciente así que la construcción llevaba muy poco de avanzado. Desmontamos y la mayoría de los duendes dejaron lo que estaban haciendo para dedicarnos una respetuosa reverencia antes de volver a sus trabajos. Miré la escena con desagrado, los duendes se esforzaban llevando carretas con ladrillos, picando piedras o mezclando arcilla. ¿Qué hacíamos aquí exactamente? ¿Por qué venir a supervisar la obra a estas horas tan tempranas?

Un duende se apresuró a nuestro encuentro con toda la rapidez que sus cortas piernas le permitían.

—Buenos días, Majestad. Buenos días, Alteza —nos saludó quitándose la gorra verde sobre su cabeza calva.

—Buenos días, Kyn. Alexor, este es Kyn, el arquitecto a cargo de la construcción de la escuela. Kyn, mi hijo ha venido hoy para ayudarte en la construcción. Por favor, no hagas diferencia entre él y tus obreros, dale tanto trabajo como le des a cualquiera de los que están aquí —indicó mi padre dando una palmada en la espalda del arquitecto.

—¡¿Qué?! —preguntamos yo y Kyn al unísono, igual de sorprendidos.



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En el texto hay: matrimonio, magia, realeza

Editado: 28.11.2021

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