Los príncipes cautivos

Capítulo 5: La princesa dragón

(Narra Triana)

Dejé el libro que estaba leyendo sobre mi regazo y recargué mi frente sobre el frío cristal. A lo lejos, tres dragones surcaban el cielo resguardando Roca Dragón, la montaña sobre la cual se encontraba edificado nuestro reino. Nuestro castillo se encontraba en el punto más alto de la montaña, por lo que el viento helado soplaba casi a todas horas. Incluso en las tardes en las que el sol brillaba con fuerza como en esta.

Solté un suspiro, cerré el libro de golpe y lo hice a un lado. Leer era uno de mis pasatiempos predilectos, junto a un libro jamás me sentía en soledad, pero últimamente no lograba concentrarme. Había demasiadas cosas en mi mente como para enfocarme en una lectura, mis pensamientos me llevaban a otra parte constantemente. Me sentía inquieta y no encontraba distractor que me apaciguara. Con la vista enfocada en el horizonte, volví a preguntarme qué le sucedía a papá. Hacia algunas semanas que el rey se mostraba taciturno conmigo, actitud completamente nueva para él quien siempre había sido un padre amoroso y atento. No entendía qué había podido suceder para que su actitud hubiera cambiado tan repentinamente conmigo, solo sabía que había coincidido con la llegada de unos emisarios de Encenard, uno de nuestros reinos vecinos. Por más que me quebraba la cabeza, no encontraba una explicación lógica y temía haber hecho algo que hubiera ofendido irremediablemente a mi propio padre. Por instinto, mi mano buscó el prendedor de plata que llevaba sobre mi pecho; era un viejo hábito que tenía, cada vez que algo me inquietaba, jugueteaba con el pequeño dragón de plata que mi abuela me había regalado de niña. Por alguna extraña razón, siempre lograba calmarme.

—Triana, hay un admirador aquí para ti —la voz traviesa de mi hermana en la entrada hizo que me sobresaltara—. Date prisa.

Me giré hacia la puerta y encontré su cabecita asomada esbozando una sonrisa que mostraba sus dientes perlados. Me puse de pie de un brinco al tiempo que mi hermana hacia un ademán para que me apresurara para llegar a su lado. Hice lo que me decía y ambas entrelazamos nuestros brazos. Nuestros brazaletes de oro tintinearon al chocar. A pesar de que yo era dos años mayor que Nadine éramos casi de la misma estatura. Cualquiera que nos viera sin conocernos podría adivinar al instante que éramos hermanas, nuestro parecido era sorprendente. Ambas teníamos frondosas cabelleras negras y ojos color violeta, cuerpos estilizados y cinturas diminutas, la forma de nuestros rostros también era muy parecida excepto que la nariz de Nadine era un poco más ancha mientras que la mía era respingada.

—¿De quién se trata? —pregunté al tiempo que dejaba que me guiara por el pasillo.

—Enzo Parisi —respondió en un susurro—. Dice venir a “visitar” a Luken, pero sé que es solo una excusa pues ha traído un presente para ti.

Sentí una punzada de decepción al escuchar el nombre, pues no era quien yo esperaba. No tenía nada en contra de Enzo, solo que mi corazón anhelaba la visita de alguien más. Aun así, seguí a Nadine hasta la terraza en donde encontré a Enzo y a mi hermano mayor Luken de pie con la mirada clavada en los dragones que surcaban el cielo. Al darse cuenta de que habíamos llegado, Luken siguió en lo que estaba, pero Enzo se apresuró a nuestro lado.

—Buenas tardes, princesa Triana. Es un placer verla, le he traído este presente, espero que sea de su interés —Enzo me tendió un libro casi tan grande como mi torso—. Es una compilación de mapas del Valle y de los reinos conocidos, incluso aquellos que ya no existen. Recordé que en nuestra última conversación mencionó que no sabía mucho de mapas y creí que esto le sería de utilidad.

—Es usted muy amable, no debió haberse molestado —dije mientras tomaba el pesado libro.

—Tener atenciones con usted jamás será una molestia —respondió Enzo con una inclinación de cabeza.

—Enzo, ven acá, mira las piruetas que está intentando ese jinete —le llamó mi hermano, señalando el horizonte.

Enzo se apresuró de vuelta al lado de su amigo a pesar de que evidentemente prefería quedarse junto a mí. Aproveché la ocasión para hacerle una seña a Nadine para salir de la terraza.

—¿Acaso no encontró un ramo de rosas para regalar? —preguntó mi hermana una vez que estuvimos lejos, señalando el pesado libro.

—Supongo que unas flores serían demasiado obvias —concluí.

Conforme se acercaba mi cumpleaños número 18 y llegaba mi edad adulta, muchos hombres solteros en el reino habían puesto su mirada sobre mí con intención de pretenderme; entre ellos, Enzo Parisi. Era algo normal y completamente esperado que una jovencita empezara a atraer la atención masculina a medida que iba creciendo; era una etapa emocionante en la vida de las chicas de Dranberg que muchas esperábamos con ansias. Sin embargo, era una costumbre en nuestro reino que los padres dieran el visto bueno antes de que se pudiera comenzar con los cortejos. Por desgracia, mi padre se rehusaba a dar su visto bueno y eso hacia imposible que ningún hombre del reino pudiera pretender mi mano. Mi padre no daba motivos para su decisión y mi madre se limitaba a aconsejarme que me concentrara en mis estudios, que ya habría tiempo para el amor más adelante. Con ese impedimento por delante, mis posibles pretendientes habían salido huyendo, nadie deseaba ir en contra de los deseos del monarca de Dranberg. Solo dos chicos habían sido lo suficientemente temerarios como para intentar darle la vuelta a la situación: Enzo Parisi y Piero Ambani, quienes utilizaban su estatus de amigos de infancia de mi hermano mayor para acercarse a mí.



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En el texto hay: matrimonio, magia, realeza

Editado: 28.11.2021

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