Los privilegiados del azar

Capítulo 5 - Medidas de concentración





Las medidas de concentración determinan el mayor o menor grado de equidad en el reparto total de los valores de la variable entre las distintas frecuencias.

Era lunes por la mañana. Hacía unos minutos que había llegado a la universidad y estaba comenzando su primera clase. Dos días habían transcurrido desde que recibiera la carta de Salka, pero aún no la había abierto. El profesor tenía intención de leerla hoy en su despacho, pues los fines de semana se negaba a hacer cualquier cosa que tuviera relación con el trabajo. Suponía que Salka se habría mudado a Francia y allí habría terminado sus estudios. Y luego, años después, estaría tanteando la posibilidad de volver a Canarias a trabajar, o, simplemente, necesitaba ayuda de tipo estadístico para algún proyecto de investigación en el que pudiera estar colaborando. Por eso, interpretaba el profesor, solicitaba su ayuda. Basándose en esas suposiciones, la carta seguía cerrada. Ni siquiera Marlene lo había instado a abrirla, lo cual le resultaba extraño dado el carácter insaciablemente curioso de su mujer.

Isidro estaba explicando a sus alumnos las medidas de concentración.

—Imaginad una distribución de salarios. Las frecuencias serían los trabajadores. Se trata de obtener una medida que nos indique si el reparto de los salarios entre los empleados es más o menos equitativo. ¿Alguna pregunta?

Una muchacha pecosa, con gafas de pasta verde, levantó la mano.

—¿Cómo limitamos esa medida? Quiero decir… ¿Hay un tope de mayor y de menor equidad?

—Pues sí, la medida tendrá que estar acotada tanto superior como inferiormente —contestó Isidro—. Si todos los trabajadores cobran exactamente el mismo sueldo, estaremos hablando de la máxima equidad o, en términos estadísticos, de la mínima concentración. Pero si todo el dinero se concentra en una persona y el resto no cobra nada, o sea, un sistema de esclavitud donde el señor se lo lleva todo, hablaremos de mínima equidad o máxima concentración.

Curiosamente, cada vez que explicaba este tema, Isidro pensaba en cómo repartía las tonalidades entre sus canciones. Considerando las dieciséis canciones que tenía cerradas y registradas, casi todas estaban escritas en Sol mayor, Do mayor y Re mayor. La excepción eran dos de ellas, en La mayor. Si a esto sumaba otras diez canciones en las que estaba trabajando (cuando tenía inspiración y tiempo), su patrimonio musical estaba compuesto por seis canciones en Sol mayor, ocho en Do mayor, ocho en Re mayor, tres en La mayor y una en La menor; cero canciones para cada una de las restantes tonalidades existentes. Si tenemos en cuenta la existencia de un total de veinticuatro tonalidades posibles, la concentración era más que evidente.

Isidro se preguntaba qué le llevaba a componer básicamente en esas tres escalas musicales, Do, Re y Sol; y siempre en modo mayor. Se tenía prohibido el uso de tonalidades en sostenidos y bemoles. A veces concluía que, tal vez, sus escalas eran las más fáciles para la ejecución con la guitarra; era un tema de comodidad, o de cobardía. En cualquier caso, sus canciones eran solo para él y las cantaba en la intimidad. Ese ejercicio de intimidad era una de las pocas cosas que no compartía con Marlene.
Aunque, eso sí, Marlene tenía mucho que ver en el contenido de alguna de sus letras y, sobre todo, en la inspiración de Isidro.
De hecho, había utilizado una de las frases favoritas de su chica para el nombre de su página web.

La palabra clave elegida por Isidro, el “apellido” que el servidor de la ULL permitía elegir a sus usuarios, era “cafema”. Se trataba de las iniciales de una expresión que, en tono burlón, solía emplear Marlene para referirse a su marido. C.A.F.E.M.A. Combinación Aberrante: Friki Estadístico y Músico Aficionado.

Marlene llamaba friki estadístico a su marido porque ella no creía en la Estadística; o, por lo menos, en las estadísticas. “Tus estadísticas me las paso yo por el culo”, acostumbraba decirle seriamente a Isidro para hacerlo rabiar. Esta situación provenía de aquella ocasión en que Marlene se presentó a unas oposiciones para la administración pública. Tenía que desarrollar un tema elegido por ella entre tres extracciones al azar sobre el temario total. En base a los temas que se había estudiado, Isidro la tranquilizó, comentándole que tenía un 83% de probabilidad de que le tocara, por lo menos, uno de los que se sabía. Pero cuando el presidente de su tribunal extrajo las tres bolas, correspondían a tres temas que no se había preparado. Pocos argumentos tenía Isidro para darle una explicación convincente. La Estadística
podía presumir de un 83%, pero a ella la iban a catear.

Tampoco Marlene compartía el sentimiento que ponía Isidro en su música. La composición musical, tan repetitiva durante el período de creación y aprendizaje, esos rasgueos constantes de la guitarra que volvían a empezar a cada instante como un bucle, la desquiciaban. Por eso la profesión y el hobby de su marido eran una combinación aberrante para ella. Eso sí, solo en las formas. En el fondo estaba orgullosa de la capacidad creativa y docente de Isidro.

Terminada la clase, el profesor bajó a la cafetería para cumplir con el ritual de ingerir su tercer (de momento) café de la mañana. Allí observó a un grupo de alumnos de primer curso. Entre ellos estaba Agustín, el sobrino de Figueruela. Le llamaba la atención que aquel muchacho, tan avispado y tan atrevido durante las primeras semanas del curso, aparentaba estar cada vez más apagado y preocupado. Su carácter parecía haber sufrido una auténtica metamorfosis, pues, de la jovialidad en septiembre, había pasado a la apatía en noviembre de manera radical.

Abstraído en estos pensamientos, entró en su despacho y leyó la carta.


d


Montpellier. 3 de noviembre de 1997.

Quiero que veas esta carta como una balada anónima, no como el hueco entre el 4 y el 5. He tomado la decisión de no ser directa contigo porque quiero que esto sirva para algo. Mis últimos días en Tenerife han sido un infierno tan desgarrador que no creo que nadie pueda entender la magnitud de mi dolor. Por eso apelo a tu sensibilidad. Sé que tú puedes ayudarme si decides implicarte en descifrar esta carta.




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