Los privilegiados del azar

Capítulo 8 - Regresión y correlación





El objetivo del análisis simultáneo de dos o más caracteres es estudiar las relaciones entre ellos para detectar la existencia de algún tipo de dependencia o covariación. Este análisis se aborda de dos maneras: la Regresión trata de explicar cómo se comporta una variable en función de los valores de la otra; la Correlación trata de medir el grado de dependencia entre ambas, es decir, la intensidad con que esas variables están relacionadas.

Se acercaban las vacaciones de Navidad. Aquella mañana el profesor estaba en su despacho resolviendo unas dudas que le había planteado Agustín sobre las distribuciones bidimensionales. Al terminar, decidió arriesgarse con el inclasificable muchacho.

—Cuando veas a tus tíos, dales recuerdos míos. Imagino que me recordarán. Yo no puedo recordar a toda la gente que ha pasado por aquí, pero supongo que la primera promoción a la que das clase siempre te marca algunas instantáneas. Y recuerdo a Luis Figueruela, sentado donde tú estás ahora, haciendo preguntas para atar todos los cabos sueltos. Me los he encontrado alguna vez, pero hace ya mucho tiempo que no los veo.

—Sí que se acuerdan de usted. Les daré recuerdos.

—Verás, Agustín, no me gusta meterme en asuntos de nadie. Pero te pido que si tienes algún problema en la universidad, sea académico, administrativo o, incluso, personal, consideres la posibilidad de poder contar con mi ayuda, si es que crees que puedo servirte en algo. La verdad es que he observado un profundo cambio en tu actitud y en tu carácter desde el comienzo del curso hasta ahora, y no me gustaría que te vinieras abajo en los estudios. No sé si tendrás problemas con tus compañeros, o con tus padres… Solo digo que, si quieres a alguien con quien hablar, aquí me tienes.

—Muchas gracias, pero no me pasa nada. Me va todo bien —respondió con cierta brusquedad.

—Sí, tal vez es que veo problemas donde no los hay. Imagino que si tu carácter hubiese cambiado, tus padres serían los primeros en darse cuenta y en decírtelo, pero si soy el único que lo capta, seguro que son figuraciones mías.

—No tengo padres. Mi madre murió de un cáncer de mama cuando yo tenía nueve años. Y cuando tenía trece, mi padre murió de leucemia. Ya hace cinco años de eso, así que esa no puede ser causa de un cambio de carácter en los últimos tres meses, ¿no le parece? —La voz de Agustín desprendía un intencionado tono de reproche ante tantas preguntas sobre su blindada vida personal.

—Lo siento, no lo sabía. Espero que disculpes mi intromisión. Pero has de saber que mi ofrecimiento sigue en pie, te lo digo de corazón. ¿Te puedo hacer una última pregunta personal? Es pura curiosidad, si quieres no me respondas. ¿Con quién vives o has vivido desde los trece años?

—Desde los trece años estoy viviendo con mi tío Luis y con su mujer Sara.

El profesor se quedó bloqueado ante la respuesta. No se la esperaba y eso lo descolocó. Hacía apenas unos segundos le había pedido a Agustín que diera recuerdos a sus tíos cuando los viera, y el joven no le había dicho que los veía a diario, que vivía con ellos. De hecho, cada vez que Isidro nombraba a Luis y a Sara, Agustín se había sentido incómodo. No entendía la extraña reacción del alumno; no era capaz de ajustar una ecuación de regresión que explicara el comportamiento de Agustín en función de la relación con sus tíos. Pero esa regresión existía, vaya que sí.

—Hasta luego, profesor. —Agustín decidió irse, aprovechando la cara de póker de Isidro, para evitar que siguieran hurgando en sus asuntos. Fue entonces cuando el profesor volvió a la carta.

En algún momento de la conversación con Agustín, había tenido un flashback que todavía seguía nutriendo su memoria. Era una imagen nítida, hasta ahora latente, en la que Luis Figueruela aparecía sentado en la primera fila del aula E.3.2 (en el tercer piso de la facultad), en una de las clases de “Estadística para la Economía y la Empresa” impartidas por Isidro en el curso académico 1996-1997. Y tres bancos a su izquierda (dos vacíos entre ellos) estaba la morenita Salka.

Es bastante curioso cómo funciona nuestra mente. Reaparecen en nuestra vida dos registros del pasado, y los cables neuronales empiezan a cruzar información hasta encontrar un punto de encuentro entre ambos; un lugar común en el que hayan coincidido, aunque sea con dos bancos de separación entre ellos.

En la intimidad de su despacho, Isidro abrió el maletín y extrajo la carta. Si bien en varias ocasiones había tenido intención de desprenderse de ella, la curiosidad le había sugerido retenerla hasta tener tiempo para dedicarle unos minutos. La prioridad del embarazo de Marlene había condenado el escrito al olvido, pero Agustín Figueruela, sin quererlo, acababa de prender una mecha que marcaría el inicio de un camino sin retorno.

Desde la primera vez que la había leído, había algo en la prosa de aquella carta que le resultaba extrañamente familiar. Pero, como hombre de pensamiento lógico que era, lo achacaba a una simple asociación de ideas, alguna conexión mental por semejanza. De entrada, releyendo la carta, le resultó curioso y, por supuesto, casual, que, en la primera frase, Salka hablase de una balada anónima. Luego, todas las frases que precedían al acertijo final eran una sucesión de lamentos ante una tragedia en la que pretendía involucrar a Isidro. ¡Como si él no tuviera ya bastantes problemas! En su locura, Salka decía que el crucigrama enlazaba su tragedia con la sensibilidad de Isidro.

—¿Qué sabrás tú de mi sensibilidad si apenas nos conocemos? —le preguntaba Isidro a la carta.

Tal vez algo tan sutil, como haberla llevado en coche y haber escuchado su historia, era para ella, una joven condenada a superarse a base de sufrimientos continuos, una prueba de sensibilidad. ¿Y el crucigrama? Isidro había decidido que no había por dónde cogerlo. Le había dado muchas vueltas la primera vez que lo leyó, y ahora se estrujaba los sesos de nuevo.




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