La Teoría de la Probabilidad, basada en el azar y la incertidumbre, contiene los fundamentos teóricos que permiten el paso del nivel descriptivo al inferencial. Estudia los fenómenos aleatorios: aquellos fenómenos que, ante las mismas condiciones iniciales, pueden dar lugar a resultados diferentes.
El resto de la tarde no pudo avanzar con el pasatiempo. Marlene, repuesta tras su descanso, se dedicó a plantearle múltiples interrogantes sobre la carta.
—Pero si es prácticamente una desconocida para ti, según ella misma dice, ¿qué pretendía de ti? ¿Por qué te escribió?
—No lo sé, realmente no lo sé.
—Pues tiene que haber una razón —insistía Marlene—. ¿Cómo has adivinado tantas palabras? Yo no entiendo nada.
—Creo que tiene o tenía mis canciones. Las letras de mis canciones. Por eso habla de mi sensibilidad. Aunque eso no explica que me haya escrito. No lo entiendo.
—¿Cómo que tiene tus canciones? ¿Te dedicabas a repartir copias en clase entre tu alumnado? Si no recuerdo mal, las registraste en esta última década. ¿Cómo es que esta niña tenía tus letras aún sin registrar?
—No era una niña. Era mayor que el resto de sus compañeros. —Isidro deseó no haber dicho eso—. No tengo ni idea de cómo las consiguió. Yo nunca las saqué de casa.
—Más bien será que no te acuerdas. Si llegaron a sus manos es porque tú se las enseñaste.
Las cartas estaban echadas boca arriba, y eso suponía una descarga parcial del peso que venía aguantando Isidro por tanto secretismo.
—¿Quieres que me olvide de esto, cariño? Lo estoy haciendo por curiosidad, pero puedo romper la carta ahora.
—Haz lo que quieras. Intenta terminar el crucigrama. No creo que yo pueda ayudarte si está relacionado con tus canciones. ¡Pero no te obsesiones!
La amenaza velada de la última advertencia lo incomodó. Tras el alivio por poder compartir con Marlene el acertijo, se sentía de nuevo culpable, viéndose otra vez solo y sin apoyo. Y lo peor era que, ahora, ella sabía lo que se traía entre manos e intuía su preocupación.
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A la mañana siguiente recibió una inesperada llamada al teléfono de su despacho, en la universidad. Era Sara, la mujer de Luis Figueruela.
—Hola, Sara. ¿Qué tal te va?
—Pues muy bien. Me alegro mucho de hablar contigo. Hace tiempo que no coincidimos. Creo que el otro día te vi en un supermercado, pero de lejos. ¿Va todo bien? Espero que Agustín no te cause problemas. Me ha dicho que te preocupas por él más de la cuenta.
—No, no me causa ningún problema. Es un muchacho encantador, aunque, tal vez, últimamente lo encuentro un poco descentrado.
—Creo que no debes preocuparte. Está pasando una etapa complicada a nivel personal, pero ya me ocupo yo del tema.
Sara, a sus treinta y tres años, era una persona muy segura de sí misma y no permitía que nadie le diera consejos sobre cómo proceder ante cualquier contratiempo. Con sutileza dejaba claro a Isidro que no debía entrometerse en los asuntos de su sobrino político.
—Gracias por decírmelo, Sara. Si me has llamado porque te preocupa mi interés por los cambios de Agustín, te prometo que no volveré a atosigarlo —respondió Isidro, dejándole claro que había pillado la indirecta.
—No, no se trata de eso. Tampoco tiene mayor importancia. Te llamaba porque mi sobrino me comentó que querías hablar con Luis sobre Salka.
—Así es. Aunque, claro, también puedo hablar contigo. Tú también estudiaste en su promoción. Siento haber solicitado hablar con Luis y no con cualquiera de vosotros dos. Es una descortesía por mi parte.
—No tienes que preocuparte por eso, Isidro. —El tuteo de Sara venía desde que fue su alumna. Dado que Isidro empezó a dar clases con veintitrés años, no permitía que nadie lo tratara de “usted”, porque creía que eso lo disfrazaba con una capa de vejez que no se merecía. Al profesor le incomodaba que, ahora, Sara pareciera “preocuparse de que Isidro no se preocupase”, pues repetía una y otra vez la misma respuesta.
—En cualquier caso quería información sobre Salka. Te agradecería mucho tu ayuda.
—Bien… Lo que ocurre es que Luis está muy ocupado con el trabajo. Seguramente ya te llamará cuando Agustín le dé tu recado.
Isidro captó que Sara se estaba dando cuenta de que había metido la pata. ¿No podía darle el recado ella misma? La mujer empezó a hablar atropelladamente, exhibiendo así su nerviosismo.
—Mira, yo no recuerdo mucho sobre Salka, pero si quieres puedes hablar con Rosa Martínez. Ellas se llevaban muy bien. Te dejaré su teléfono.
—No te molestes, Sara. No me gusta llamar a nadie que no me haya brindado su número personalmente. Suena un poco raro, pero yo soy así.
—Bien, pues yo llamaré a Rosa y le diré que se ponga en contacto contigo. Te aseguro que estará encantada, pero ten cuidado con ella. Te va a asaltar sin piedad —respondió Sara.
—¿De qué me estás hablando, Sara?
—Verás, resulta que Rosa es ahora una especie de militante activa de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Creo que vive de eso; no lo sé. Su única actividad es comerle el coco a todo el que se cruce en su camino. Por eso te prevengo.
El comentario de Sara le recordó a un primo de Marlene. El profesor no sabía exactamente de qué vivía, y, si alguien le preguntaba por su profesión, respondía con toda naturalidad que era cantante de salmos.
—Gracias, Sara. Mira, no sé si te pareceré entrometido. Sé que no es asunto mío, pero os tengo mucho aprecio y tal vez me aclare el comportamiento de Agustín. ¿Os van bien las cosas a Luis y a ti? —Isidro apretó la mandíbula y descargó el sobrecejo contra los ojos, en una defensiva expresión facial dispuesta a recibir una fuerte reprimenda.
—Me alegro de haber hablado contigo, Isidro. —La brusquedad con la que Sara soltó el teléfono fue lo último que percibió. Ella parecía incapaz de asumir su (supuesta) separación. Su actitud, igual que la de Agustín, era de lo más infantil.
Editado: 16.04.2020