Los Recursos Humanos vistos por un extraterreste

Formación 2.Formadores internos: los Jedi del aprendizaje corporativo

PRÓLOGO: Homenaje a los que no salen en la foto… pero hacen que todo funcione

En todas las empresas hay una figura legendaria. No sale en los vídeos motivacionales con música épica. No aparece en la slide 2 de la estrategia 2030. No firma artículos en Harvard Business Review ni presume de ser “keynote speaker en eventos internacionales de aprendizaje experiencial” (aunque podría). Pero si desaparece… lo que queda es una presentación huérfana , caras de póker y un silencio incómodo que ni en misa.

Ese personaje invisible pero imprescindible se llama formador interno. O trainer. O mentor de batalla. O “el que te explica las cosas como son y no como las pone el manual”.

Sabe más que los manuales oficiales (y probablemente los escribió, corregidos y con dibujitos incluidos). Tiene más temple que una línea de atención al cliente en Navidad.

Y cuando alguien le pregunta con tono de “tú estás loco”:

—¿Pero por qué sigues dando formación?… si ni te lo pagan!

Responde, sin parpadear y con media sonrisa:

—Porque creo en esto.

Y ahí, colega, es cuando te entran ganas de abrazarlo, invitarle a una caña y levantarle una estatua. No ecuestre. Una estatura con portátil en una mano, pos-it en la otra y cara de decir: “Esto lo he explicado 57 veces y aún así os lo vuelvo a contar porque os quiero (un poco)”.

El que firma estas líneas es uno de ellos. Desde que Antonio Rebollo encendió el pebetero en Barcelona 92 —sí, esto es verídico— ando entre aulas, plataformas, roll-ups torcidos y cáterings que van de lo sublime a lo sospechoso. He formado en salas sin HDMI, sin aire, sin internet y a veces hasta sin luz. He improvisado más que un monologuista en una boda y aún así, volvería a hacerlo con la misma pasión y con un rotulador gastado en la mano.

Y como yo, cientos (miles) de colegas con los que he compartido formaciones exprés, cafés apresurados y presentaciones con nombres tipo final_final_OK_V4_buenoahoraSí

Gente de la buena. De la que enseña desde dentro, sin filtro y con cicatrices.

Porque si algo tengo claro es esto: sin formadores internos, no hay cultura. No hay alma. No hay empresa que respire. Solo procesos fríos, vídeos con voz de robot y valores impresos en lonas que nadie lee.

Aprender, de verdad, es que te lo cuente alguien que ya se ha pegado la torta. Alguien que no solo te explica el “cómo”, sino el “por qué puñetas se hace así”.

Este artículo no es solo un repaso histórico (aunque algo de historia hay, y con pedruscos incluidos). Es un homenaje. Con sorna, pero con respeto. Con ironía, pero con devoción absoluta.

A todos y todas los que alguna vez os habéis plantado delante de un grupo —presencial, online o con el WiFi temblando— y habéis soltado ese mítico:

“Tranquilos, que todo esto tiene sentido”… GRACIAS. De corazón.

Ahora sí. Vamos al lío. Y que no falten los roll-ups, aunque estén torcidos.

ACTO 1: EN EL PRINCIPIO FUE EL GRUÑIDO

Sube al Delorean mental, abróchate un taparrabos imaginario que vamos a hacer un viajecito a la Prehistoria. Anticipo: el aprendizaje allí era, por decirlo suave, poco orientado al bienestar del alumno.

Nada de “entornos seguros de aprendizaje”, ni clases invertidas, ni desayunos con fruta cortada y avena orgánica. Aquí el pupitre era un pedrusco, el aula una cueva con goteras y el profesor…Un cromañón con halitosis letal, lanza afilada y una pedagogía basada en el grito, el susto y el porrazo.

Y ahora que estamos aquí, veamos el plan formativo de la época. Porque sí, había metodología… aunque muy distinta a la que explican en los másteres de hoy:

Golpe correctivo instantáneo

Si dudabas ante una fruta o seta sospechosa, el sabio del clan es decir, el que aún sobrevivía te soltaba una bofetada pedagógica -las mas de las veces literal - de alto impacto. ¿Te la comías y era venenosa? Evaluación final. Sin opción a recuperación.

Simulacro de caza en vivo (sin cascos de protección)

El grupo se preparaba para una experiencia realista cazando cualquier cosa comestible. Si sobrevivías: matrícula de honor. Podías pasar al siguiente nivel. Si no, si alguien suspendía de manera definitiva… aprendizaje vicario para el resto.

Lenguaje corporal versión “cuidao que voy”

No existían manuales ni plataformas virtuales. Aquí se aprendía a gritos, con empujones didácticos y alguna patada correctiva para señalar la cueva buena (o para sacar a los torpes de en medio).

¿Y si suspendías? Los castigos eran ejemplares:

  • Una noche con lobos… sin certificado de convivencia.
  • Ganarte la piel del león quitándosela al propio león. Sin tutorial.
  • Y si la cagabas estrepitosamente, te ponían tu nombre a una enfermedad fea. Así nació la gonorrea de Ugg, mártir del aprendizaje apresurado.

La formación, amigos y amigas, no nació en Harvard. .Nació entre piedras, miedo, hematomas y mucho “aprende rápido o muere”.

¿Y el método? Sencillo: imitación + error + superviviente veterano = conocimiento transmitido. Ese superviviente, el que lo hacía mejor y enseñaba mientras comía carne cruda…Fue el precursor del formador interno.

Y ojo: el sistema funcionaba. Porque el que aprendía, vivía. Y el que no... no repetía.

ACTO 2: EGIPTO, GRECIA Y ROMA. Sarcófagos, togas y formadores con vocación de sargento

Antes de que los griegos se pusieran intensitos con eso de pensar, ya estaban los egipcios dándolo todo con sus formaciones jeroglíficas.

Sí, en Egipto el saber era poder pero solo -siguiendo la pauta cavernícola- si sobrevivías al proceso. Los escribas enseñaban a los nuevos a copiar jeroglíficos durante 14 horas al día, sentados como estatuas, con papiros que cortaban más que el ego de un jefe intermedio.




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