Los Recursos Humanos vistos por un extraterreste

Formación 3. E-learning en tiempos de clic fácil (y neuronas en modo ahorro de energía)

Querido/a amigo/a (sí, tu que has hecho más cursos de compliance que flexiones en el último año): hoy te traigo una historia. Una epopeya, una tragicomedia digital. La historia del e-learning, esa criatura mitológica que prometió cambiarlo todo y acabó muchas veces en un PDF con logo.

¿Empezamos? Pues sube a este DeLorean del aprendizaje, agárrate al SCORM y no mires atrás. Hay curvas.

ACTO 1: Cuando instalar un curso era más difícil que ligar en una boda

Década de los 90: Internet iba a la velocidad de un café de máquina y conectarse era una aventura con banda sonora de módem a 56Kbps(!)

Sí, amig@s, en aquella época prehistórica donde el ADSL era ciencia ficción y la fotocopiadora tenía más RAM que tu PC de la oficina, el aprendizaje digital empezó a asomar tímidamente por nuestras pantallas de tubo gordo. Pantallas que, por cierto, pesaban más que un portátil con estrés postraumático.

A eso lo llamaron e-learning. ¿Por qué? Porque decir "formación online" o "aprendizaje electrónico" quedaba feo en las transparencias de PowerPoint. Lo de ponerle una “e” delante hacía que pareciera tecnológico, moderno y ligeramente sexy. Os anticipo: no lo era.

Fue una era de descubrimiento y frenesí digital. Flipábamos con el Messenger, el zumbido era la forma oficial de ligar, y creímos —con la inocencia del que aún no ha probado el metaverso fallido — que Second Life iba a ser la evolución natural del Homo Sapiens. Otro patinazo, por supuesto.

Las primeras plataformas de e-learning empezaron a nacer... y algunas tenían nombres que parecían antibióticos: "Educlick", "Learnix", "Formaplus"... tú elegías si te curaban la ignorancia o te daban fiebre académica.

Y así arrancó todo: con píxeles gordos, conexiones flacas y muchas ganas de cambiar el mundo... desde un Pentium II con Windows 95, el office y café de sobre.

  • WebCT (1997): Que sonaba a vacuna, y fue comprada por Blackboard en 2005. Ideal para perder el tiempo… y la paciencia.
  • Blackboard: La reina del mambo académico en USA, tan potente como antipática. Gris y seria. Como una reunión de tres horas sin café.
  • Moodle (2002): El Linux de los LMS: libre, robusto… y con un diseño que parecía hecho por un primo en prácticas. La plataforma rebelde, gratuita y tan fea que parecía castigo divino. Pero cumplía.
  • Chamilo, Claroline, Dokeos: sí, hubo una época en que los LMS eran como los Pokémon: salían a pares y casi nadie los dominaba.
  • Virtaula (1999)…. la plataforma corporativa de “la Caixa” que nació del hambre de saber, la pasión y el compromiso de unos locos muy cuerdos por el aprendizaje. No fue fruto de una presentación de ninguna consultora ni de una demo con fuegos artificiales. Surgió de la necesidad real, de la gente que se arremangaba cada día para formar a otros (nuestros formadores internos/Trainers de la que os hablaré otro día) . Una plataforma hecha con manos, cabeza y mucho corazón.

Os explico brevemente:

Virtaula no es el nombre de ninguna plataforma, es un proyecto de aprendizaje. Mientras otros presumían de servidores, nosotros hablábamos de personas. Donde algunos veían "usuarios", nosotros veíamos talento por desarrollar. Y sí, sabíamos que la tecnología era importante, pero también sabíamos que sin alma, era solo decorado.

Virtaula fue (y sigue siendo) una ventana de aire fresco. Sin ruido, sin postureo. Con coherencia. Con impacto. La trinchera donde se han formado y forman miles de profesionales mientras el mundo cambiaba y cambia de plataforma y de nombre cada dos años. Le llaman adaptación pero mas bien es falta de orientación. Debes tener tu personalidad y estilo como los grandes entrenadores.

Esto hace que nos sintamos los Jedi del aprendizaje frente al imperio de las promesas vacias . Los que apostaron por acompañar en lugar de automatizar. Los que preferían un curso que emocionara antes que uno con efectos 3D.

Y ahora, 26 años después, el orgullo sigue intacto. Porque hay cosas que maduran bien. Como el buen vino o las buenas ideas. Como la formación con sentido. Como el compromiso de quienes creen que aprender es una forma de cuidar. Así lo reconocen la docena de premios patrios y foráneos recibidos.

Pero no nos flipemos, que estamos hablando de los 90 y los 2000, aquella era gloriosa en la que todo era más rudimentario que una cabina de telefono. El smartphone era ciencia ficción. Literalmente. Lo más avanzado que tenías en el bolsillo era un Nokia con Snake y batería para invadir Normandía.

¿La innovación? Subías un archivo, le ponías un nombre tan inspirador como “curso_1_FINAL_definitivo_V4_OKahoraSí.pps”, lo colgabas en la intranet, y ya te sentías Steve Jobs. Era la época del “con esto ya cumplimos”… Y ojo, ¡se creían que era el futuro!

Conexiones lentas, plataformas que parecían sacadas de una web de astrología, y diseño instruccional hecho en WordArt. Pero ahí estábamos: emocionados, motivados, y convencidos de que habíamos descubierto América...

ACTO 2: Los gloriosos 2010: del clic sin sentido al algoritmo que te juzga

Y entonces, boom. Entramos en los benditos 2010, la década en la que los gurús del aprendizaje salieron como setas tras la lluvia. ¿La consigna? Había que digitalizar todo lo que se moviera… aunque no sirviera para nada.

Aparecieron los buzzwords, esa neolengua corporativa donde todo era “ágil”, “disruptivo” o “centrado en el usuario”… aunque el pobre usuario no entendiera un carajo. Tú solo querías aprender a hacer bien un informe o liderar un equipo sin volverte sociópata, pero te venía una ola de términos con más humo que la leña de una paella mal apagada.

Microlearning: las famosas “píldoras” de conocimiento. Te las vendían como la penicilina del saber. Eran pequeñas, intensas y supuestamente eficaces. Pero muchas veces eran más bien como los Smint: refrescan el aliento, pero no alimentan ni sostienen una conversación. Un carrusel de vídeos breves que te dejaban igual que estabas, solo que con menos batería.




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