Hola, de nuevo mis queridos/as colegas de deportivas, camisa y café frío. Hoy vamos a zambullirnos en un tema que nos ha hecho reír, llorar o renegar más de un lunes: el LIDERAZGO. Sí, esa palabra que suena a épica pero que, en la práctica, a veces se parece más a un sketch de Camera Café que a un discurso de Churchill. Preparaos, porque aquí no venimos a dorar la píldora a nadie… sino a intentar destripar y entender esta jungla del mando siempre con un poco de humor.
Y es que, desde que el primer cavernícola descubrió que podía levantar el garrote más alto que los demás, los humanos llevamos haciendo jerarquías con más creatividad que sentido común.
Imaginemos al líder primigenio: el que mandaba porque era el más bestia y gritaba más fuerte que el eco en la cueva. Un jefe de estilo "piedra y grito" que hoy encontrarías en alguna reunión interminable de lunes por la mañana (a alguno/a seguro que le suena). Luego llegaron los imperios, con sus jefes "faraón edition luxe": todo pirámide, mucho oro y cero feedback bidireccional. Si no te gustaba el plan, te hacían un ERE permanente… a base de cocodrilos o pirañas.
Y así fuimos avanzando, inventando el liderazgo feudal ("yo te dejo un trozo de tierra, tú me das lo que saques"), el liderazgo industrial ("trabaja más, cobra menos, sonríe nunca") y hasta el liderazgo powerpointiano con Teams (me persiguen por todas partes) del siglo XXI, donde el directivo que mejor cambia el color de las slides es el auténtico macho alfa de la manada.
Y eso es lo que vamos a desgranar hoy; a pesar de tantos siglos, seguimos con el mismo dilema: ¿liderar desde el miedo, desde el carisma o desde el “te doy un café a cambio de un buen NPS”? Hoy hablaremos (leeréis) de liderazgo transaccional, transformador, sirviente, y otros muchos. Posiblemente alguno/a se vea reflejado y es que la evolución del liderazgo es la prueba más divertida de que el hombre puede inventar la rueda, la imprenta o la IA… pero cuando toca liderar (versión ordeno y mando) , a veces sigue creyendo que el garrote del cavernicola es la solución definitiva.
Pues empecemos, aunque no esperéis unas nomenclaturas muy ortodoxas. Pero esto ya lo suponíais si sois mis lectores habituales.
1. EL JEFE PIRAMIDAL: “Aquí se hace lo que yo digo… ¡y rápido!”
También llamado con un punto de sarcasmo; liderazgo transaccional (el “mando-y-control” de toda la vida) basado en premios y castigos.
Problema: cuando sólo cuentan los palos y las zanahorias, el compromiso se desinfla. El Gallup State of the Global Workplace 2024 calcula que el des-enganche mundial cuesta el 9 % del PIB. ¿Os imagináis la pasta que es eso?. Pues ni con esas.
Pero os doy mas datos; El CIPD Good Work Index 2024 revela que los empleados que han experimentado conflictos con sus superiores reportan un 23% menos de satisfacción laboral. Además, estos empleados también muestran menor confianza y lealtad hacia sus líderes, y perciben que sus superiores no facilitan su participación en la empresa.
Resultado: pirámide firme -de momento- que para eso está el faraón, pero talento huyendo cual becario a la hora de cerrar el bar. O lo que todos y todas entienden; el látigo no sube los KPI (salvo el de la fustración).
2. EL LIDER TRANSFORMADOR: “Venid, que vamos a cambiar el mundo… y el Excel”
Fue James M. Burns quien tuvo la feliz ocurrencia de ponerle nombre al invento, y Bernard Bass quien decidió que no bastaba con postureo: lo midió con precisión de reloj suizo.
¿El resultado? Que cuando el jefe se dedica a inspirar, retar y dar un propósito que no sea “hazlo porque lo digo yo”, los equipos suben como la espuma: satisfacción y engagement crecen entre un 11 y un 17 %, según los meta-análisis que puedes consultar en el PMC (pmc.ncbi.nlm.nih.gov) —que no es un fichero de SAP pero casi -.
Algunos con mala leche llaman a estos lideres lo del speech que pagan nóminas. Pero todo es envidia, cuando Satya Nadella llegó a Microsoft en 2014, el eNPS interno pasó de -6 a +50 en cuatro años; y en el mismo período vio crecer la capitalización x5.
Te lo simplifico mientras me tomo una cañita en el Barrio Gótico: con liderazgo transformador consigues que la peña se venga arriba sin necesidad de guitarras, ni hacer after-works que duran más que la obra de la Sagrada Familia.
3. EL LIDER COACH: “Yo no mando, pregunto… ¿y tú qué opinas?”
Ojito, que cuando el jefe se transforma en el Pep Guardiola de la moqueta, la cosa se pone interesante: escucha como si no hubiera un mañana, lanza desafíos con más efecto que un córner cerrado, devuelve feedback como un pase al hueco y deja que el talento marque goles por la escuadra.
¿El marcador? Negocio en racha (el del coaching especialmente) : la ICF Global Coaching Study 2024 canta 109.200 coaches profesionales en el mundo y un facturón de 4,56 mil millones de dólares, un 60 % más que en 2019 —y no, no es por inflar balones, lo dice coachingfederation.org.
Y para los incrédulos: empresas que se montan su “cultura de coaching” reportan entre un 20 y un 40 % menos de rotación de personal, según casos tan finos como los de MD Anderson o IBM. Vamos, que, si el jefe pasa de sargento a coach, hasta Paco el de IT se queda a gusto.
4. EL LIDER AL SERVICIO (servant leader): “Primero el equipo, luego mi ego”
Y llega otro de los favoritos del público: el líder al servicio. Un tal Robert Greenleaf, que en los 70 se sacó de la manga el liderazgo al servicio y hoy lo veneran como si fuera el santo patrón de la retención laboral. Porque sí, cuando el jefe se quita la corona trae churros, desatasca marrones y escucha dramas varios, la gente se lo piensa dos veces antes de salir por patas.
¿Pruebas? Diversos estudios (como el researchgate.net) dicen que cuando los empleados ven comportamientos serviciales, la intención de fuga se reduce hasta un 25 %. Y LinkedIn, que de postureo sabe un rato (eso ya lo sabíais) , reporta mejoras de retención “de dos dígitos” en agencias públicas.