1.
Aria
Hoy todo tiene que salir perfecto.
Ni un maldito error. No en mi reloj.
Cada detalle impecable, cada paso calculado.
Porque cuando jugas con monstruos, no podes permitirte titubear… aunque vos también lo seas.
Así que sí, tendré que alistarme. Lucir bien, pensar mejor, y estar lista para todo.
Porque con esa gente nunca se sabe…
Son tan podridos como nosotros.
Aunque claro, nosotros ganamos en eso. Somos los Sallow. La maldad se nos hereda, se nos incrusta en la piel.
Ojalá nadie me caiga mal hoy.
Sería una verdadera lástima tener que matarlo.
O tal vez no.
Tal vez haya mujeres… y eso sí que sería interesante de ver.
—Te estás comiendo la cabeza otra vez —escucho la voz de mi hermano detrás de mí, como si fuera un pensamiento que no pedí.
—Alguien tiene que hacerlo —respondo sin mirarlo—. Esto tiene que salir bien. Podríamos conseguir aliados útiles entre esa gente… y con eso, expandirnos. Más control, más territorio.
—Por una vez, tenés razón —admite con ese tono que siempre roza la burla—. Solo hay que medir bien las palabras… y hablando de eso, te dejé algo en tu habitación. Considéralo un incentivo.
Siento su mano en mi cabeza. Como siempre, demasiado cómodo para mi gusto.
—No hacía falta que lo dijeras —respondo con fastidio, apartándome un poco—. Ya sé jugar este juego mejor que muchos de ustedes.
Se fue sin decir una sola palabra más. No me importó.
Me quedé en la sala, observando cada rincón durante unos treinta minutos. Analizando. Pensando. Controlando.
Después subí. Mi habitación está en el quinto piso, junto a las de mis hermanos.
Ni una arruga, ni un solo objeto fuera de lugar. Como a mí me gusta.
Sobre la cama, un vestido negro de espalda descubierta me esperaba. Largo, elegante, afilado como una promesa. Al lado, unos tacones de suela roja Louboutin. Clásico regalo de uno de mis hermanos cuando quiere que me porte “bien”.
Resoplé. Fina manipulación.
Me metí a la ducha. Necesitaba despejar la cabeza.
Al salir, dediqué una hora a domar mi cabello colocho. Un dolor de cabeza, literal, pero necesario.
Cuando terminé, me puse el vestido, los tacones… y salí.
Afuera ya estaban ellos. Mis hermanos.
Todos vestidos de negro, como si el luto les quedara cómodo.
Lo único que los diferenciaba era la altura y el color del cabello.
Aunque, claro, Forcis y Griffin siguen siendo copias exactas el uno del otro. Una pesadilla genética.
Al entrar, todo estaba exactamente como debía estar: impecable.
Perfecto.
El caos no tiene cabida en mi espacio.
—Recuerda bien —su voz fue lo primero que rompió el silencio—. Solo nos llamas por nuestros apellidos, Aria.
Me giré lentamente, lo observé por un segundo y asentí sin ganas.
—Entendido, Sallow. —Fue lo único que dije, con ese filo contenido que tanto les molesta… y que tanto me gusta usar.
Veo a Hades extender su brazo hacia mí. Con una sonrisa leve —más por cortesía que por cariño— se lo acepto.
Juntos descendemos por la entrada principal hasta la limusina que nos espera. Todos suben en silencio, cada uno ocupando su lugar como si fuera una escena ensayada. Lo es.
El destino: uno de nuestros bares privados, donde se reunirán los demás invitados.
Me informaron que vendrá gente de otros países.
Solo espero, con todo mi maldito corazón, que no haya ni un alemán ni un ruso.
Siempre son un fastidio.
Violentos. Impulsivos.
Obsesionados con la guerra, como si el mundo les debiera sangre.
Nunca entienden el valor de un buen acuerdo… solo saben golpear primero y preguntar después.
Qué aburrido.
—Espero que haya rusos. Hacer negocios con ellos nos vendría bien. —rompe el hielo Griffin, con esa sonrisa despreocupada que siempre me molesta.
—A mí los rusos no me agradan. —respondo sin filtro, cruzando las piernas con calma—. Demasiado impulsivos, huelen a traición desde lejos.
—Nos servirían para expandirnos. —interviene Gregorio, como si su tono tranquilo pudiera equilibrar la conversación.
—No me fío de los rusos. No creo que sean buenos socios. —dice Hades a mi lado, coincidiendo conmigo por una rara vez.
—Nunca he tratado con uno, así que no sabría qué aportar... pero estoy con Gregorio. Sería estratégico aliarnos con ellos. —agrega Forcis, encogiéndose de hombros.
El silencio cae por un momento.
—Igual eso lo decido yo. —dice Fausto, seco, cortando la conversación como un cuchillo bien afilado.
Y sí, como siempre, la última palabra es de él. Pero la mía, cuando llegue, arderá.
No pienso abrir la boca otra vez. Me limito a mirar por la ventana, perdiéndome en las luces de la ciudad que pasan como sombras alargadas. Algo me carcome por dentro. Un presentimiento asqueroso. Sé lo que buscan, sé lo que quieren… rusos. Y aunque no haya tratado con uno aún, sé leer los ojos de un depredador. Y ellos, ellos no son distintos a nosotros… solo que más sucios.
—Sallow, ya llegamos. —la voz grave de Fausto corta mi pensamiento como un disparo al aire.
—Claro, Sallow. —respondo con desdén, sin ocultar mi fastidio.
El cristal ya no me refleja. Lo que veo ahora... es guerra disfrazada de acuerdos.
Uno a uno salieron mis cinco hermanos. Yo fui la última en bajar… pero la primera en caminar al frente. Como siempre. Fausto se colocó a mi lado, como una sombra silenciosa, y juntos cruzamos el umbral del lugar. Bastó un paso dentro para que todas las miradas se volcaran hacia nosotros. Era de esperarse. No hay muchas familias como la nuestra, y mucho menos mujeres como yo. Confirmado: era la única entre esa jauría de hombres.
Nos quedamos quietos unos segundos, observando. Analizando. Y después, como si fuéramos dueños del lugar, seguimos avanzando hacia la mesa asignada. En ningún momento bajé la cabeza ni dejé que una emoción se escapara de mi rostro. Soy una Sallow. Y los Sallow no muestran grietas.