Los secretos de Fos

Hades IX

—Actuó como toda una dama allá atrás ¿Eh? Señorita—          Señale mientras Ceres caminaba con altanería por los pasillos de la escuela, procurando que todos a su alrededor la miraran, cosa que no era difícil, en realidad.

Los pasillos parecían parte de un elegante castillo, con alfombrado azul con algunas mesas distribuías por ahí y donde descansaban los reconocimientos que la escuela había recibido, que no eran pocos. Había grandes ventanas desde donde se podían ver los patios y el bosque. Las puertas eran elegantes, de madera finamente barnizada y seguro de madera cara.

Oye, yo tampoco se dé cosas de ricos, era de clase media baja cuando estaba en mi mundo y con trabajos caía agua en mi colonia.

—Yo tuve en parte la culpa— Dijo la chica sin pestañear— ¿No es lo que siempre dices? Que no debo culpar a otros por mis errores y aceptar lo que hice, pues eso… Ambas estábamos distraídas.

—Nerviosas…

— ¡Claro que no!— La chica negó enérgicamente con la cabeza.

Estaba claro que sí pero no dije nada. Lo notaba hasta en sus caminados altaneros.

Por otro lado, el aceptar sus errores fue algo que yo no le enseñe y solo estuve presente durante el proceso pero supongo que su orgullo no le dejaría ir más allá de aceptar que aprendió la lección por su cuenta.

Era tan rara y cargaba un orgullo inútil.

La cosa es ¿Recuerdan que dije que Ceres trataba a Cleo como un juguete en el juego original? Pues era verdad.

Ceres veía a Cleo como su dama de compañía en la escuela pese a no serlo, la ponía a hacer cosas vergonzosas con tal de divertirse y luego, sin pensarlo dos veces, todavía la ponía a hacer sus quehaceres en su cuarto.

Cleo la odiaba pero no podría ir en contra de ella pues Ceres tenía poder, no solo mágico si no político que de menos le serviría en un futuro a su familia.

— ¡Mierda!— Grito Ceres aquel día, lo que me orillo a aparecer junto a ella pese a que yo estaba en su cuarto, durmiendo.

— ¡Señorita, buen uso de las maldiciones! Pero no la digas en voz alta, por favor— Le dije, entonces mire la vasija rota con una mueca en el rostro— Eso es de su padre ¿No? Está en problemas.

Por lo bajo no pude evitar pensar en cómo la iban a cagar y en como lo iba a disfrutar solo un poquito.

¿No les pasa que encuentran placer en ver como los malcriados son regañados?

—No… Diré que fue Cleo— La chica sonrió por lo bajo, apretando su vestido— Lo he hecho antes, así que no creo que haya problema, solo será un regaño y listo ¿Qué tan malo sería otra vez?

— ¿Y si le cortan las…?— Pregunté, levantando mis manos.

— ¡No!— La chica negó con la cabeza, visiblemente asustada— No llegaría a eso pero si lo hago, no podrá venir a jugar conmigo en un tiempo, además… No, no quiero quedarme sola en casa con mi hermano.

La chica temía más quedarse sola con su hermano que otra cosa así que se lo pensaría dos veces antes de castigar a la chica que le hace compañía más por compromiso que por otra cosa.

Las relaciones de los ricos deben ser tan falsas que por eso son tan mierdas aunque eso no los justifica de eso, claro.   

Quizá porque el mundo es real ahora pero la actitud de todos era un poco más creíble. Para empezar, pese a que los niños malcriados no tienen empatía, el que me haya escuchado antes con Martha y que ahora ella misma este valorando a Cleo solo puede significar que no sigue al pie de la letra el arquetipo en el que está basada o sea, una villana sin justificación.

— ¿Tu…?

—Haga lo que crea correcto, señorita— Dije, encogiéndome de hombros.

— ¿No me dirás nada?

—No…— Veremos si me arrepiento o no.

—Pero ¿Podrías quedarte conmigo?

—Por supuesto, señorita…

No sé de qué serviría yo ahí pero tampoco tenía nada que perder, quizá estaba por ver un gran desarrollo de personaje o quizá solo vería a la chica malcriada volver a caer a las salidas fáciles. 

— ¡Ceres! ¡¿Qué paso con mi jarrón?!— Grito su padre, provocándole un escalofrió a la chica que casi pude ver. Ella ya se había olvidado del jarrón tanto así que estaba dibujando sin preocupación en su cuarto.

Ceres corrió a ver a su papá en la sala donde estaba su jarrón.

—Yo…— Ceres apretó su vestido— Fue…

— ¿Quién?— Su padre la miro con severidad.

El señor Bianchi tenía la apariencia de un hombre de mediana edad, de ojos azules brillantes, tez clara, un bigote bien recortado, labios delgados, nariz respingada. Era un hombre en forma y se notaba en su postura y sus brazos.

La realidad es que en el juego ni salía pero yo que lo conozco desde hace dos años puedo decir que este tenía más la personalidad de un villano.

—Cleo…

Esperaba demasiado de Ceres…

—Tendré que hablar con esa niña y con su padre para que…— Comenzó el hombre pero Ceres le detuvo, sujetándolo del borde de su traje elegante negro— No me detengas, hija, esa niña debe…




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