Antes de que existieran los universos, antes de que la vida tomara forma y significado, solo había un infinito vacío. En esa vastedad inerte, reinaba el silencio absoluto y la fría soledad de la nada. No había tiempo, no había materia, solo el eco del vacío.
Entonces, una Voz resonó en la oscuridad, una Voz que era principio y fin, creación y destrucción. Y aquella Voz dijo:
"Que se haga la luz."
Y hubo luz. Y la luz fue buena.
El segundo día, la luz se expandió como un río de fuego celestial, trazando senderos dorados en el tejido del vacío. Surgieron estrellas, galaxias y mundos, cada uno con su propia esencia y propósito. Y en medio de esa expansión, las manos del Creador descendieron y tomaron una esfera ardiente. Con el fuego de las estrellas y el polvo del cosmos, moldeó a los primeros seres vivos.
Así nacieron las cinco primeras facciones, cada una con un propósito sagrado, encargadas de mantener el equilibrio de la creación:
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La Facción Celestial: Fueron creados del fuego de las estrellas y el polvo del universo.
Su misión: custodiar las galaxias, guiar a los viajeros y mantener el orden en los universos.
Eran heraldos de la luz y la justicia, los primeros guardianes de la creación.
La Facción Santa: Nacidos de la misma luz del Creador.
Su propósito: proteger la verdad y llevar el mensaje divino a todas las criaturas.
Guerreros y mensajeros, eran la voluntad encarnada del Creador.
La Facción Humana: Hechos a imagen y semejanza del Creador.
Dotados de libre albedrío, con la capacidad de amar, conocer y elegir.
Su misión era la conexión directa con el Creador y el descubrimiento del cosmos.
La Facción de las Bestias: Forjados con la esencia de la tierra y el agua.
Su propósito: ser el vínculo entre la naturaleza y los demás seres.
Guardianes de la paz y la fuerza de la vida, con instintos primordiales y pureza salvaje.
La Facción de los Espíritus: Formados del aliento del Creador.
Habitaban en el mundo etéreo, donde el tiempo y el espacio se entrelazaban.
Mantenían el equilibrio en el mundo espiritual, asegurando que el ciclo de la existencia se cumpliera.
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El Creador contempló su obra y vio que era buena. Todo vivía en armonía. Durante seis días moldeó y perfeccionó su creación, y en el séptimo, descansó. Con un gesto final, otorgó a todas sus criaturas el don supremo: el libre albedrío.
No deseaba súbditos que lo sirvieran por obligación, sino seres que lo siguieran por amor.
Pero en el corazón de la luz, nació la sombra.
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Entre los seres de la Facción Santa, había uno que brillaba con un resplandor incomparable. Era el primero nacido de la luz del Creador, el más sabio y poderoso de su facción. Su nombre era Luzbel, el Portador de la Luz.
Luzbel caminó por los jardines del Edén, recorrió los rincones del universo y conoció los secretos más profundos de su Hacedor. Pero en su corazón comenzó a germinar un deseo prohibido. Ya no quería servir… quería reinar.
Se acercó a sus hermanos y susurró:
"¿Por qué debemos inclinarnos ante el trono, si podemos sentarnos en él?"
"¿Por qué ser heraldos, si podemos ser dioses?"
Poco a poco, la duda y el orgullo envenenaron a la mitad de la Facción Santa. Luzbel y sus seguidores se rebelaron, desafiando el orden sagrado. Entonces estalló la Primera Guerra Celestial, una guerra santa que estremeció los cimientos de la creación.
Durante cincuenta años, las facciones se enfrentaron en una batalla sin igual. Mundos enteros fueron destruidos, estrellas se apagaron y el mismo tejido del universo tembló.
Pero al final, Luzbel cayó.
Como un relámpago, él y su ejército fueron expulsados de los cielos. Cayeron del firmamento como meteoros ardientes, consumidos por su propia arrogancia. Su castigo fue la deformación de su ser: sus alas de luz se convirtieron en cenizas y en su lugar surgieron alas de murciélago y de cuervo, símbolos de su caída.
Así nació la sexta facción:
La Facción de los Malditos (o los Demonios): Antiguos heraldos de la luz, ahora desterrados al mundo inferior.
Gobernados por el rencor y el ansia de venganza.
Desde las sombras, anhelaban corromper la creación y desafiar al Creador.
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Cuando Luzbel impactó contra la tierra, su furia y desesperación rasgaron el tejido de la realidad. De la grieta oscura emergieron cinco entidades antiguas, seres de un poder insondable que no pertenecían ni a la luz ni a la oscuridad, sino al vacío absoluto.
Eran abominaciones, corrupciones de la creación misma. Se alimentaban del miedo, el caos y la desesperación. No servían a ningún propósito, solo existían para desafiar el equilibrio y al Creador mismo.
Fueron llamados Los Herederos del Apocalipsis.
Los últimos cinco serafines restantes, sabiendo que no podían derrotar a los Herederos del Apocalipsis, ofrecieron su existencia como sacrificio.
Se reunieron en el corazón del cosmos, y con su propia esencia, forjaron un sello divino en forma de medalla. A medida que sus cuerpos se desvanecían en luz, su energía fluyó hacia la medalla, encadenando a los cinco seres en un vacío eterno.
Los Herederos del Apocalipsis fueron sellados… pero no destruidos.
Se dice que si la medalla es destruida o si cae en manos de los Malditos, los cinco regresarán, trayendo consigo el fin de todas las cosas.
Los antiguos profetas lo llamaron:
"El Día del Juicio Final."
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Cuando Luzbel cayó, el equilibrio de la creación se rompió.
La luz creó seres de luz, y la oscuridad forjó seres de la oscuridad. De su unión y conflicto surgieron seres titánicos que reclamaron para sí el dominio del cosmos. Se nombraron a sí mismos dioses y comenzaron a moldear su propia realidad.
Así nació la séptima facción:
Los Dioses Antiguos: Seres de poder primigenio, más allá del bien y el mal.
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Editado: 15.04.2025