La noche era un manto oscuro sobre los techos del suburbio, apenas roto por la débil luz de las farolas dispersas. Morana Mallory se asomaba por la ventana de su habitación, observando la calle silenciosa mientras los pensamientos bullían en su mente.
Desde joven había percibido que algo no encajaba en su familia. Había esos momentos de miradas furtivas entre sus padres, conversaciones que se detenían abruptamente cuando ella entraba en la habitación, y las inexplicables ausencias nocturnas de sus hermanos mayores. Pero esa noche, una conversación accidental entre su padre y un visitante en la sala de estar había encendido una chispa de duda que no podía ignorar.
Se deslizó por las sombras de su habitación, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Bajó las escaleras con cuidado, pisando con ligereza para evitar hacer ruido, y se detuvo al final del pasillo. Las voces bajitas venían de la sala de estar, donde su padre, el respetado político Orion Mallory, conversaba con un hombre cuya presencia irradiaba una seriedad inusual.
—Es crucial mantener la operación bajo estricta confidencialidad—decía el hombre, su voz apenas un susurro tenso.
Morana se apoyó contra la pared, tratando de contener la respiración mientras escuchaba cada palabra, su mente tratando de encajar las piezas de un rompecabezas que nunca antes había tenido la oportunidad de ver completo.
—¿Y qué hay de mi familia?—preguntó su padre con voz firme pero cautelosa—¿Están a salvo?.
El hombre asintió con solemnidad—La seguridad de su familia es nuestra prioridad, señor Mallory. Pero necesitamos su compromiso absoluto.
Morana tragó saliva, sintiendo el peso de lo que acababa de escuchar. Su padre, un hombre que siempre había admirado por su integridad y dedicación al servicio público, estaba envuelto en algo mucho más oscuro y peligroso de lo que jamás hubiera imaginado.
En ese momento, supo lo que debía hacer. Tenía que descubrir la verdad detrás de los secretos de su familia, sin importar los riesgos.