Lycoris Radiata
Aquello que parece oscuridad y frío se envuelve en mí, me acaricia la piel y toca mi cabellera rubia, tratando de darle alguna forma a esta.
Aquella oscuridad que se sentía en la habitación se hacía cada vez más latente, más presente; todos estaban buscando a la pequeña que desapareció de manera misteriosa, la niña que habitaba en aquella casa, en aquel castillo donde los secretos y misterios se escondían. La princesa desapareció y los guardias reales la buscaron por todo el palacio. La reina malvada solo lloraba por la aparición de aquella niña; el rey, bastante molesto, exigía la presencia de muchos más soldados.
Los príncipes, en cambio, buscaron por sí solos a la princesa, ya que algo les decía que lograrían encontrarla ellos mismos. No se rendirán tan fácilmente; la princesa es bastante preciada… de cierta manera.
Llegaron a una zona, un pequeño descampado, donde la luna reflejaba bastante bien un pequeño galpón.
El galpón estaba abierto. Los príncipes se miraron, indecisos. Por primera vez en mucho tiempo, sintieron algo olvidado: un miedo que los hizo temblar y sudar frío.
Corrieron a una gran velocidad; este lugar les traía recuerdos perturbadores y excitantes; a veces, pero solo a veces, deseaban entrar y jamás salir de aquel lugar, pero algo les impedía volver. Recordar aquella misión, donde una pequeña niña rubia fue atacada, los mantenía inquietos todas las noches.
Ahora, como hace ocho simples años, volvían a sentir el pánico de que aquella niña fuera lastimada.
Pero eso jamás podría suceder de nuevo,ya que sus cabezas y la poca paz que tenían se vería en juego.
Nadie puede atraparla a ella sin que alguien muera en el camino.
No la atrapaste, ella te atrapó a ti.
Los príncipes se acercaron al galpón de manera lenta y temerosa; cuando se acercaron lo suficiente, lograron notar unas pequeñas manchas de sangre no solo en el suelo, sino también en la manija de aquel perturbador lugar.
Eran sus huellas, pero no su sangre… Era la sangre del carcelero, persona que debían mantener viva durante un cierto periodo de tiempo. Debía ser entregado a su nación luego de un tiempo, pero por lo visto estaba bastante en malas condiciones.
Los jóvenes encendieron unas linternas para ver que había bastante sangre por todo el lugar; algo había sucedido.
Sed de sangre…
Los jóvenes lograron descubrir ciertas huellas de unos pies, las huellas de la princesa. Temerosos por lo que podría suceder, intentaron seguir el poco rastro que les quedaba. Esas huellas se internaban en el bosque. Corrieron con las linternas en mano.
El miedo de encontrar a la persona responsable del estado del carcelero y ver a otra persona lastimada era latente.
Había muchas posibilidades y la peor de todas estaba enfrente de ellos.
Se acercaron de manera lenta, sin querer despertar a la bestia de su profundo sueño. El improvisado camino estaba lleno de flores que llevaba al centro del bosque, donde la luz de la luna daba a la pequeña princesa, que estaba durmiendo de manera tranquila; su cabellera rubia estaba con pequeñas manchas rojas, pero su boca y vestido estaban llenos de ellas.
Los Príncipes comenzaron a mirar a su alrededor, totalmente atónitos, sin saber bien qué hacer; estaban asustados, podía ser una trampa o una emboscada de algo completamente malévolo; no sabían bien, algo les decía que esto no terminaría bien.
Se acercaron de manera lenta y precisa, no queriendo hacer ruido alguno; no escuchaban nada que no fuera los grillos y sus corazones latiendo de manera frenética en sus oídos.
Cuando estaban por llegar, les faltaba menos de un metro para tomar a la princesa y huir; el reflejo de algo brillante hacia la derecha distrajo a un príncipe.
Algo de gran velocidad se acercaba, una flecha, una bien apuntada hacia sus cabezas.
Ruel, al notar aquella flecha, tiró a su hermano al suelo, sin antes apuntar hacia aquel lugar con su daga, que siempre tenía a mano.
—Toma a Morana y corre lejos, yo lo distraeré lo mejor que pueda —dijo Ruel, pero antes de poder decir otra palabra, dos flechas se aproximaban con suma rapidez. Podía oler a la persona; sabía que estaba ahí, con una sonrisa en su rostro.
Los jóvenes príncipes cayeron en su trampa; aquel desconocido sabía que ellos buscarían de manera mucho más desesperada a la niña, pero ellos no eran estúpidos: venían armados, y eso le encantaba mucho más.
Salió de las sombras con su arco y sus flechas en su espalda, así como un arma escondida. No tenía miedo, solo adrenalina, y eso era lo que más le encantaba al desconocido.
Ruel corrió hacia él, dejándose llevar por sus instintos salvajes, sin pensar en absolutamente nada; Emris en cambio fue detrás de su hermano, olvidando por completo a Morana.
—Vengan, Príncipes, vengan con el verdugo que los estuvo esperando durante tanto tiempo; vengan conmigo para probar durante unos minutos la gloria —dijo el desconocido con una sonrisa. Su rostro no era visible en la oscuridad y menos con su capucha; se lo escuchaba extasiado y bastante orgulloso.
Frente a ellos, el desconocido se balanceaba con una actitud relajada, pero su rostro seguía envuelto en sombras bajo una capucha. Apenas se podía distinguir un atisbo de sonrisa burlona en la penumbra.
—Hace años que no nos vemos —dijo el desconocido—. Me preguntaba si seguían con vida. Qué decepción me hubiera llevado si no pudieran ni darme un buen calentamiento.
Sin más aviso, el desconocido se lanzó hacia adelante. Su velocidad supera la de cualquier humano normal. Ruel apenas tuvo tiempo de levantar los brazos antes de que el primer impacto lo lanzará hacia atrás, chocando contra un árbol, partiéndolo por la mitad.
Emrys aprovechó la apertura y se movió en un ángulo bajo, buscando la zona ciega del desconocido. Su puño se envolvió en una energía vibrante mientras atacaba, directo a las costillas. Pero el desconocido lo vio venir y, con un giro fluido, bloqueó el golpe con una mano, atrapando el puño de Emrys como si fuera un juego de niños.