Aetérnum
Morana no sabía cómo todo había sucedido tan rápido. Sus hermanos estaban extrañamente tranquilos, sin decirle una sola palabra. Habían llamado a alguien para arreglar el espejo del baño, pero algo en el ambiente no se sentía bien. Había una tensión palpable, como una cuerda que estaba a punto de romperse. Morana podía sentir cómo sus músculos se contraían, cada vez más tensos, como si su propio cuerpo le advirtiera que algo malo estaba por suceder.
Lo peor era la actitud de Ruel y Emrys. No dejaban de mirarla, siempre a su lado, siguiéndola como sombras. Cada vez que se levantaba o intentaba hacer algo, ellos estaban allí, listos para intervenir.
¿Qué es lo que no me están diciendo?, pensó Morana mientras su ansiedad crecía. Había algo más en todo esto. Algo que ellos sabían, pero que ella no.
Los tres se giraron al unísono cuando escucharon pasos en la escalera. Morana permaneció sentada en el comedor, observando cómo dos hombres vestidos de gris bajaban con seriedad. No parecían simples trabajadores. Eran más rígidos, más amenazantes, como si llevaran consigo un peso oscuro.
Su mirada se fijó en uno de ellos, el más joven. Jamás había visto a un hombre fuera de su familia, y su figura la desconcertó. El joven de cabellos oscuros y brazos tatuados le devolvió la mirada con igual intensidad. Había algo en sus ojos, un frío distante, pero a la vez una chispa de deseo que la hizo sentirse cohibida.
¿Por qué me mira así?, pensó, sus nervios aumentaron cuando él giró completamente para observarla.
Morana sintió el calor subirle al rostro, su respiración se volvió un poco errática. Los ojos celestes del joven no se apartaban de los suyos. Era atractivo, de una forma peligrosa. Pero al mismo tiempo, había algo que le resultaba inquietante en él. No era solo su mirada, era algo más... algo que no podía definir.
Ruel lo notó de inmediato. Era como si se hubiera activado una alarma en su interior. Sabía que su pequeña hermana llamaba la atención, pero no le gustaba nada la forma en que ese chico la miraba. Se acercó con pasos firmes, colocándose entre Morana y el joven.
—¿Necesitas algo? —preguntó Ruel con una voz que parecía contener una amenaza latente. El joven dio un paso atrás, claramente nervioso, pero incapaz de apartar los ojos de Morana. El ambiente se tensó aún más.
El jefe del joven, un hombre de rostro cansado, se apresuró a intervenir. —Lo lamento mucho, señor —dijo, sujetando el brazo del joven—. Es nuevo... no sabe los protocolos. Por favor, no le haga nada.
Ruel no respondió de inmediato. Lo miraba con una furia contenida que hacía que el aire en la habitación pareciera más denso. Emrys se acercó y, con su habitual calma, habló en su lugar.
—Que no vuelva a suceder —dijo Emrys, mirando al joven con frialdad. Su tono era neutral, pero había una advertencia clara detrás de sus palabras.
—Sí, señor, lo siento —respondió el jefe rápidamente, tirando del joven para sacarlo de allí lo más rápido posible.
Morana observaba la escena en silencio, con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Sentía que algo en todo esto no cuadraba. ¿Por qué ese joven la miraba así? ¿Qué era lo que la inquietaba tanto de él?
Ruel y Emrys intercambiaron una mirada antes de volver a centrarse en ella. Están escondiendo algo, pensó. Antes de que pudiera hacerles preguntas, un ruido afuera de la mansión rompió el silencio.
Las puertas se abrieron de golpe, y sus padres entraron con pasos apresurados. Orion Mallory, su padre, la buscó con urgencia.
—¿Dónde está mi princesa? —llamó con una voz autoritaria, pero cariñosa. Al escuchar su voz, el corazón de Morana, que hasta entonces había estado en un caos, pareció calmarse de inmediato.
—Papi —dijo ella, su voz más suave de lo que había planeado.
Orion se apresuró a abrazarla, rodeándola con sus fuertes brazos. Morana se dejó envolver en ese calor familiar, dejando que el miedo y la ansiedad se desvaneciera por un momento. Él la miró con intensidad, revisando su cuerpo en busca de heridas, y al no encontrar ninguna, suspiró aliviado.
—Cariño, ¿estás bien? —preguntó mientras la estrechaba más fuerte.
Ruel y Emrys observaban la escena en silencio, pero había algo en sus miradas que no coincidía con la paz que Morana sentía. Había una rigidez en sus posturas, un nerviosismo que no podían ocultar.
En ese momento, Morana notó algo. Una sombra en la entrada. Mamá. Su madre observaba la escena desde la distancia, su rostro pálido, sus ojos llenos de algo que parecía... terror.
¿Por qué tenía esa expresión? ¿Por qué parecía horrorizada al ver a Orion abrazarla?
Entonces, Morana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Algo en el abrazo de su padre comenzó a sentirse diferente. Más frío. Más... calculado. Como si hubiera una presión en su pecho que no solo provenía de sus brazos, sino de algo más profundo.
Mientras cerraba los ojos, dejándose llevar por el calor de su padre, escuchó algo. Un susurro, apenas audible, que le hizo abrir los ojos de golpe.
—No es el padre que crees... —susurró una voz familiar, pero distante. La voz de Umbra, resonando desde lo más profundo de su mente.
Morana sintió cómo su cuerpo se tensaba, la seguridad que había sentido unos segundos atrás se evaporó en un instante. ¿Qué está pasando?
Levantó la vista hacia los ojos de su padre y, por un breve segundo, creyó ver algo oscuro en ellos. Algo que no había visto antes.