Me paro frente al espejo, tratando de averiguar cómo obtener de nuevo esos archivos que mi propio reflejo se llevó. Giro mi cabeza de un lado a otro, buscando alguna incoherencia, pero no la encuentro. Frustrada, insisto, observando cada detalle, cada sombra.
—¿Sigues ahí? —pregunto, con la voz temblorosa, mientras mis manos sudan.
Un escalofrío me recorre la espalda y mis piernas tiemblan. Detrás de mi reflejo, veo una mano aparecer. Es negra, densa, y desprende un humo pesado que parece moverse por sí solo. Me giro rápidamente, asustada, pero no hay nada detrás de mí. Al volverme hacia el espejo, veo que ya no es solo una mano… ahora hay un rostro.
Pero ya no se parece a mí. Está cubierto por humo, como una máscara etérea, con destellos rojos brillando donde deberían estar sus ojos.
—¿Eres tú, verdad? —murmuro, mirando directamente a esos ojos rojos. Un destello me hace retroceder, y siento que mi corazón se detiene por un segundo. La figura se acerca a mí, moviéndose lentamente desde el otro lado del espejo.
—¿Todavía me temes? —pregunta con una voz grave.
—No sé quién o qué eres… Obviamente tengo miedo. No te conozco —respondo, frustrada, observando cada uno de sus movimientos.
La figura se acerca al espejo, apoyando su mano en la superficie. Sus dedos, al igual que el resto de su cuerpo, están envueltos en humo, y sus uñas son largas, afiladas, como si pertenecieran a una criatura mucho mayor.
—Si quieres saber la verdad, debes confiar en mí —dice, sonriendo de una manera que me pone los pelos de punta. Sus dientes son filosos, brillantes.
Respiro profundo, sintiendo el miedo apoderarse de mí, pero también una extraña curiosidad. Doy un paso hacia el espejo, con la guardia en alto.
—¿Cómo puedes ayudarme?
Ella suelta una risita oscura.
—No solo tengo el archivo que me entregaste ayer. También sé mucho más sobre quién eres realmente —dice, moviendo los dedos contra el cristal, provocando un sonido agudo que me crispa los nervios.
Mi mente da vueltas. ¿De verdad existe?
—Claro que existo, tonta —responde. Mi corazón se acelera cuando me doy cuenta de que ha leído mis pensamientos—. Soy parte de ti. Puedo sentir lo que sientes… eso jamás podrás evitarlo.
—No entiendo a qué te refieres —digo, aún más confundida. Ella mira su mano apoyada en el espejo, y luego me mira directamente.
—Solo hay una manera de averiguarlo, ¿no crees?—su tono es casi burlón, retándome a actuar.
Coloco mi mano en el espejo, justo como ella lo hace. Cuando acerco mi rostro al cristal, siento una vibración recorrer mi cuerpo. ¿Qué estoy haciendo?
Mi frente toca el frío vidrio y cierro los ojos, esperando que el mareo pase. Pero no sucede. Todo gira a mi alrededor, como si el espejo me estuviera arrastrando a otra realidad, una que no controlo. La sensación de desconexión me golpea como una ola, haciéndome tambalear, pero aun así mantengo mis ojos cerrados, confiando en la poca fe que me queda.
A lo lejos escucho unas voces como susurros apenas audibles, palabras que no logro descifrar pero que me resultan inquietantemente familiares. Algunas suenan como risas distorsionadas, otras… como fragmentos de mi propia voz, perdidas en algún rincón oscuro de mi mente.
Abro los ojos de golpe al escuchar un grito agudo. Es tan fuerte que siento como si atravesara mi cráneo, haciéndome retroceder tambaleante. El sonido reverbera en mis oídos, y mi visión se nubla por un segundo. Todo a mi alrededor parece desmoronarse.
El suelo bajo mi cuerpo es tan frío que me cala hasta los huesos, y el blanco de las paredes parece devorar cualquier sombra.
La luz es cegadora, implacable. Mis ojos tardan en adaptarse, y parpadeo repetidamente, intentando enfocarme. Todo parece... limpio, como un laboratorio, pero algo en ese silencio es profundamente inquietante.
Mi mente corre en círculos mientras trato de procesar lo que veo. Este no es mi cuarto, no es mi casa. No debería estar aquí. El pasillo parece interminable, pero no recuerdo haber caminado hacia él. Todo en mí grita que algo está muy, muy mal.
A lo lejos, un eco rompe el silencio. Un ruido apagado, como si algo pesado se arrastrara por el suelo. Mis piernas no responden, pero mi corazón late con fuerza, anticipando lo que sea que esté a punto de aparecer.
Giro mi rostro lentamente para encontrarme con una persona… No, una niña, su cabellera rubia larga casi tocando aquel suelo frío, sus pies descalzos, su mirada perdida y piel pálida mirando al suelo.
Esta niña se detiene para girar su rostro de manera lenta. Una alarma se prende en mi cabeza, que dice que me vaya de ahí, que tome a la niña y corra lejos de ahí con ella.
Las dos estamos en peligro.
Esa niña, que debería estar llena de luz y alegría; solo queda en ella una oscuridad que la consumía de a poco. Cuando logro ver el rostro de esa pobre niña algo en mí reacciona; sus ojos celestes casi grises son los que me llaman la atención.
Es igual a mí, es el reflejo de lo que fui, de lo que soy y probablemente seré.
Una niña asustada y casi sin vida.
Mi cuerpo tiembla; tratando de entrar en razón, intenté levantarme apoyándome de la pared a mi lado. Mis piernas completamente dormidas reciben la orden de moverse.
La niña me mira sin emoción alguna desde su lugar, al final de un gran y largo pasillo. No puedo creerlo; antes de que pueda acercarme a ella, a mí, la toman del brazo para comenzar a arrastrarla, provocando que de su boca salgan fuertes gritos que me dejan aturdida.
—¡Ayudame, sé que puedes ayudarme, no le temas, no le temas!—Grita con desesperación; ella gira su rostro mientras está siendo llevada a la fuerza a Dios sabe donde; estoy tan congelada en mi lugar que no puedo moverme—.¡Sabe quién está haciendo esto…! ¡Destruyélos a todos!
Mi cuerpo por fin reacciona y comienzo a correr detrás de la niña que es llevada con mucha más fuerza y lo más rápido posible,un dolor en mi brazo derecho hace que gire mi rostro, encontrándome con moretones en forma de mano, como si alguien me hubiera tomado con fuerza.