A menudo llevamos máscaras que ocultan lo que verdaderamente sentimos. Si me lo preguntas, te diré que no hay nada más doloroso que reprimir las emociones. En este mundo, todo parece girar en torno a las apariencias, y un solo paso en falso puede costar una reputación cuidadosamente construida.
Mis padres nunca aceptaron mi pasión por el maquillaje, pero para mí era un refugio; un espacio donde podía expresar quién era sin temor a ser juzgada. Era mi manera de escapar de la opresión de lo que se esperaba de mí.
Todo cambió el día que lo conocí a él. De alguna manera, llegó a mi vida justo cuando más lo necesitaba, llenando un vacío que había sentido durante años. Por primera vez, experimenté el verdadero amor: alguien que me amaba, que anhelaba mi felicidad por encima de todo. La sensación de ser querida erguía mi espíritu, dándome fuerzas para ser auténtica.
Sin embargo, nunca imaginé que esa conexión se convertiría en mi perdición. Así comenzó nuestra historia, desde un juego inocente de coqueteo hasta un amor prohibido, un amor que parecía imposible, pero que estaba dispuesta a luchar por hacer realidad, sin importar el costo que tuviera que pagar. La pasión y el deseo fueron más fuertes que cualquier temor, y en su abrazo encontré tanto la felicidad como el riesgo.
Al final del día, la vida es muy corta para ocultar lo que realmente eres. Y por primera vez, decidí quitarme la máscara de una vez por todas.