Querido diario.
Hoy vuelvo a reflexionar sobre lo que me ha pasado a lo largo de los años. Hay algo que me pesa en el corazón y que me resulta imposible borrar de mi mente: ¿Cómo puede alguien tener el valor de decirle a una niña de apenas cinco años que no es suficiente? Ese mensaje, esa cruel verdad, se clava en mí como un eco que jamás se disipa.
A veces me pregunto qué pasará por la cabeza de alguien que hace eso a su propia hija... Pero, en fin, esa fue mi realidad. Desde el día en que vine a este mundo, he sido víctima de comentarios hirientes. Al principio, dolían de una manera que no puedo describir, pero preferí guardar ese sufrimiento para mí misma, como un secreto prohibido.
Ver a mi hermana rodeada de amor, recibiendo caricias y miradas llenas de ternura de mis padres, era como un puñal que se incrustaba en lo profundo de mi ser. Aunque la amaba con todo mi corazón, no podía evitar sentir una punzada de celos. Me hacía falta una pregunta habitual en mi mente: ¿Qué se sentiría ser verdaderamente amada? Ese anhelo de un abrazo que todo lo sana, esa necesidad de consuelo que solo puede ofrecer una madre.
Recuerdo los primeros eventos a los que mis padres me llevaron. Al principio era confuso recibir esas muestras de afecto en público. Pero, con el tiempo, me acostumbré, aunque sabía muy dentro de mí que no eran reales. Para el mundo, Thomas Clarke y Ruby Jones formaban el hogar perfecto, un lugar desbordante de amor. Pero al cruzar la puerta de casa, ese amor se desvanecía, dejándome sola en la oscuridad.
Durante mi adolescencia, la música se convirtió en mi única compañía, mi refugio en los momentos más oscuros y tristes. Siempre agradeceré a esas letras que me entendían y aliviaban mi soledad, convirtiéndose en el único consuelo que conocí.
Cuando cumplí quince años, experimenté lo que muchos llaman un primer amor. Me enamoré de un chico por el que habría hecho cualquier cosa, pero, como suele suceder en estas historias, ese amor no fue correspondido. La caída fue dura; mi rendimiento académico se desplomó y, de ser la Alice estudiosa, pasé a convertirme en la chica invisible, con malas notas y un temperamento difícil de controlar.
Mi graduación fue un evento que no disfruté como hubiera querido. Simplemente me senté al margen, un poco más que un espectador en mi propia vida.
Ahora, con diecinueve años, miro el mundo con otros ojos. A pesar de tener supuestamente "todo", a menudo creo que no tengo nada. Es un sentimiento extraño que me persigue, como una sombra que no puedo ignorar. La búsqueda de ese amor que nunca vi en casa sigue siendo mi mayor desafío. ¿Cuándo, finalmente, aprenderé a sentirme suficiente?
Alice