ALICE
Ese día, el cielo de Londres me recibió con un gris que solo ellos saben hacer. Sí, otra vez, «Londres, la ciudad de la niebla», pensé, mientras los recuerdos de mi abuela inundaban mi mente como una canción pegajosa de las que no puedes sacar de tu cabeza.
Me desperté súper temprano, mucho antes de que mi alarma sonara.
Nunca había amado tanto mi habitación en casa de la abuela como en ese momento.
El aroma de galletitas recién hornadas todavía llenaban el aire, aunque ya no estaba.
Luego de pasar algunos días compartiendo con ella, llegue a acostumbrarme tanto a su presencia, que ahora, que me encontraba rumbo a mi verdadero hogar, el vacío en el pecho no pasaba desapercibido. La despedida en el aeropuerto fue todo un drama.
«Te voy a extrañar, cariño» Dijo ella con la voz temblorosa y sus ojos encharcados.
Me abrazo, como si fuera la última vez que lo haría, y aunque sabía que nos veríamos de nuevo, deseaba con todo mi corazón poder llevármela conmigo.
Con cada minuto que pasaba me hacía menos fuerte, por lo que las lágrimas no tardaron en aparecer.
La abracé tan fuerte y le repetí lo mucho que la quería antes de finalmente separarme y besar sus mejillas.
Después de mil horas de vuelo (ok, en realidad fueron casi dos) me encontré de nuevo en mi dichosa casa.
No demoramos en pisar el interior, cuando mi padre ya había desaparecido encerrándose en su estudio, mamá desapareció por la puerta de su habitación, y Amelia ataco compulsivamente su móvil con mensajes.
En resumen, la casa se sentía más fría que el clima exterior.
Toda la alegría que había gozado en casa de mi abue, se esfumó.
Camine sin ánimos a mi habitación, arrastrando las maletas tras de mí, hasta que finalmente me deje caer en mi cama.
Mire a mi alrededor.
Las paredes seguían exactamente igual que hace unos cuatro años.
Posters y fotos que contaban una historia que ya no me emocionaba.
Antes de que me diera cuenta, mi mente se aventuró a pensar en cosas extrañas. Mi abuela había mencionado algo sobre una caja escondida en el sótano justo antes de irnos. "Encontrarás algo importante allí", dijo ella. Pero, ¿qué podría ser tan relevante que tuviera que esconderse de una chica de 19 años como yo?
La curiosidad fue mucho más fuerte, así que hice mi camino hacia el sótano.
Al empujar la puerta del lugar, el aire polvoriento me dio la bienvenida.
Había una escasez de luz, por lo que saque mi móvil y lo agite hasta que dio luz.
Luego de buscar y buscar, vi en un estante cubierto por un poco de polvo y telarañas, una caja metálica, muy al estilo de «Juego de gemelas»
Bingo.
¿Recuerdas la caja donde Anne guardaba la foto de su padre?
Era muy similar, solo que esta no tenía a la reina Elizabeth II como portada.
Sin pensarlo dos veces la abrí con sumo cuidado al no saber su contenido.
Dentro, entre algunas fotografías de paisajes y una flor seca, encontré un diario.
Su portada estaba desgastada, y una pequeña llave colgaba de su lado con una inicial.
«A»
Sin saber por qué, sentí que este diario era la clave. ¿Qué secretos guardaba? ¿Por qué mi abuela había dicho que era tan especial y que nadie podía saber de él?
Levante la tapa, y encontré una caligrafía exquisita.
Joder, envidiaba ese pulso.
Empecé a ojear las primeras páginas las cuales no tenían nada relevante, hasta que llegue a lo que indicaba ser el inicio del diario.
Apunte con la linterna para tener más acceso al contenido y me apoye en un armario buscando soporte.
18-11-2002
Querido diario,
Conocí a alguien, una presencia enigmática que irrumpió en mi vida como un torrente imparable, como una tormenta que transforma el paisaje. Él es, irónicamente, todo lo que no puedo tener, pero al mismo tiempo, es precisamente lo que mi alma ha estado anhelando desde hace tiempo. Su mirada, tan profunda como el abismo, tiene la capacidad de penetrar en mis pensamientos más íntimos y llevarme a un lugar donde la realidad se siente más vibrante, más intensa. Su sola presencia trajo consigo un aire fresco, una chispa de emoción que creía haber extinguido tras las rutinas y los deberes de la vida cotidiana.
Es difícil de describir, difícil de poner en palabras, pero hay en él una combinación inusual de peligro y magnetismo que me atrapa como un insecto en una tela de araña. La primera vez que nuestras miradas se cruzaron, un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y en un instante, supe que algo había despertado en mí, algo que había permanecido dormido por demasiado tiempo. Cada risa compartida y cada palabra susurrada en medio de una multitud ajena son actos de rebeldía, pequeñas transgresiones que nos permiten escapar, aunque sea por un momento, de las reglas implacables que gobiernan mi existencia.
Soy consciente de que este lazo es prohibido, lo sé; la lógica me grita que debo alejarme, que no puedo permitir que lo que siento crezca. Sin embargo, mi corazón, travieso y desobediente, se aferra a la idea de que tal vez esta es la aventura que la vida me había prometido en algún rincón lejano de mis sueños. En sus abrazos, descubrí un refugio inesperado, un santuario donde las tensiones del mundo se desvanecen y donde puedo ser simplemente yo, sin máscaras ni expectativas que cumplir.
A menudo, me siento como una mariposa atrapada en un frasco, cada pensamiento sobre él una gota de veneno y al mismo tiempo, de ambrosía. Esta lucha interna posee un delicioso encanto; la forma en que mi corazón late desbocado, el impetuoso desfile de mis sueños furtivos que brotan como flores silvestres en un campo estéril. La risa de él se ha grabado en mi mente, un eco persistente que reverbera en cada rincón de mi ser y me recuerda que, a veces, lo prohibido tiene un sabor insensato, pero exquisito.