ALICE
Estaba perdida en sus ojos, sumergida en un torbellino de confusión y desasosiego, cuando de repente sentí manos firmes, rodear mi cintura y darme la vuelta.
Frente a mí se encontraba Nathan, con el ceño fruncido en una expresión que no dejaba lugar a dudas: estaba molesto.
Su lenguaje corporal gritaba su descontento y mi corazón latía más rápido, no solo por el temor a su reproche, sino por el remordimiento que me carcomía.
—¿Sabes algo? —replicó, su voz cortante, como el hielo— Esperé cualquier cosa de ti, menos que te escaparas de la gala.
La rabia se encendió en mi pecho.
Me odié por tener que explicarle mis sentimientos a alguien tan insensible, pero sabía que mi padre había dejado muy claro que de esto dependía mi carrera, mi vida... mi sueño.
—Estar con tanta gente me agobia y... —Intenté explicar, pero él me interrumpió, con su tono escalando.
—Me importa un carajo si la gente te agobia —provocó, abriendo su mirada indiferente—. ¿Crees que da una buena imagen que abandones la gala y a tu novio también?
Cerré los ojos un instante, tratando de contener la frustración que amenazaba con estallar.
No podía permitir que me hablara de esa manera.
—No te permito que me hables así —le respondí, con una firmeza que apenas sentía—. Sé que eres un idiota, pero conmigo no lo vas a hacer.
Nathan retiró sus manos de mi cintura, apretando los puños con tal fuerza que me temí por el posible final de esa noche.
Su mirada se volvió dura, casi amenazante.
—Escúchame bien, Alice, te lo voy a repetir solo una vez —anunció, su expresión se endureció— He tenido mucha paciencia contigo, pero esa paciencia llegó a su fin, Sabes cómo funciona esto; dejé muy claras las instrucciones antes de salir del auto, ¿no es así?
Su mirada penetrante me hizo un nudo en el estómago, pero me negué a ceder.
—Déjame en paz —intenté pasar a su lado, pero su mano tomó mi brazo con fuerza, obligándome a quedarme.
—Cuida tu tono, muñequita —susurró, acercándose lo suficiente para que su aliento me helara la piel— No estás hablando con cualquiera, y como tu novio merezco respeto. Así que tendrás que empezar a controlarte, ¿estamos?
Al instante, sentí la mirada de varias personas en nuestra dirección, lo que hizo que mi necesidad de ocultarme aumentara.
—Ahora, vamos a volver a la gala —sentenció, dando un paso hacia mí— Harás todo lo que te pida y no pondrás objeciones.
—No voy a volver ahí —repliqué, con la determinación brotando de las profundidades de mi ser.
—No te lo pregunté, te lo ordené, así que camina —dijo, afirmando su dominio al tomar mi mano y comenzar a arrastrarme tras de él.
—Ya te dije que no —aplicando fuerza, desafié al chico, haciendo que se frenara por completo y me mirara, furioso.
—¿Qué dijiste? —Su mirada chispeaba de enojo.
—Creo que escuchaste muy bien lo que te dijo la señorita —una tercera voz sorprendió mis oídos.
Me giré y ahí estaba él, el chico que había estado observando antes.
Ahora, de cerca, noté que era alto y tenía una aura que contrastaba con la tensión palpable en el aire.
La cara de Nathan se contorsionó al mirar a este extraño, un resentimiento visceral iluminando sus ojos.
—Yo creo que no es de tu incumbencia, amigo, esta charla es entre mi novia y yo —gritó, una mezcla de arrogancia y rabia en su tono.
—Y yo creo que sí lo es, no voy a quedarme de brazos cruzados viendo el trato que le das a la chica, Así que, si no quieres tener problemas, es mejor que te largues de una buena vez —dijo el chico, en voz baja, pero con una firmeza que hizo que una chispa de esperanza brotase en mí.
Sentí una extraña seguridad al tenerlo a mi lado.
Por un instante, la amenaza representada por Nathan palideció.
—Camina, Alice —me ordenó nuevamente, pero esta vez fui yo quien se plantó ante él.
—No —repudí.
—Está bien, te dejaré hacerte la valiente —Nathan sonrió con desdén—. Pero créeme que a tu padre le encantará saber de esto —se acercó y, de un modo repulsivo, aplastó sus labios contra los míos antes de apartarse con desdén, golpeando el hombro del chico que había intervenido.
Lo vi alejarse, abrazándome a mí misma, con un frío incómodo arrastrándose por mi piel.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó el chico, y al mirarlo entendí que había algo en su voz que me reconfortaba.
A medida que examinaba sus profundos ojos oscuros, sentí una conexión que nunca había experimentado antes.
—Yo... sí, claro, muchas gracias... —tartamudeé, incapaz de saber cómo dirigirme a él.
—Luca, me llamo Luca —respondió, brindándome una ligera sonrisa que animó mis ánimos en medio del caos.
—Luca —repetí su nombre, saboreándolo—. Siento lo que presenciaste, No tenías que haber visto eso.
—No te disculpes —me interrumpió, su voz firme y protectora— Por muy enojado que esté, tu novio no tiene que tratarte de esa manera... no deberías aguantar sus malos tratos.
Ya sabía eso, pero me sentía atrapada, como una marioneta en un escenario del que no podía escapar.
—Tengo que irme, debo volver —musité, mirando sus ojos, buscando fuerzas en su presencia— De nuevo, te agradezco, Luca.
—No deberías quedarte con alguien que te obligue a hacer algo que no quieres hacer —su frase resonó en mi mente, pero la tristeza me detenía de responder.
Le sonreí, aunque la sonrisa se sentía vacía, y mientras nos mirábamos una vez más, algo se quebró en mí.
Me dirigí de regreso a la gala, sin saber lo que me esperaba.
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Al llegar a casa, intenté abrir la puerta del auto de Nathan, pero al asomarme noté que había puesto el seguro.
—Espero que sea la primera y última vez —me advirtió, lanzándome una mirada severa.