ALICE
¡Odiaba a Nathan!
Después de los acontecimientos del día de ayer, la indignación que sentía por su comportamiento no había disminuido; por el contrario, ardía en mí como un fuego incontrolable.
Pensé que quedarme atrapada en mi habitación sería la solución ideal, esperando que mis padres y mi hermana se esfumaran de la casa, pero la vida no parece favorecerme.
Tenían planes de pasar el día en casa, así que no había manera de escapar de la agonía de coexistir con ellos.
El rugido de mi estómago resonó en el silencio de mi habitación, y una maldición escapó de mis labios.
¡Carajo! ¿Por qué me pasan estas cosas a mí?
Con pasos sigilosos, como si fuera un ladrón en mi propia casa, salí de la cama hacia la puerta, conteniendo la respiración mientras examinaba el pasillo. Cuando vi que estaba despejado, abrí la puerta con cuidado y me deslicé hacia la cocina.
¡Aleluya, amén!
La felicidad fue efímera, pues no había un alma a la vista.
Saqué los ingredientes y me preparé un sándwich rápido, eligiendo la opción más fácil para calmar el hambre que me martillaba.
Regresé a mi "guarida", como solía llamar a mi habitación, con el primer bocado en la boca, cuando el sonido de una notificación me distrajo.
Me acerqué a mi móvil y encendí la pantalla; era solo un ruido soso de una app.
De repente, escuché pasos que se acercaban y apagué rápidamente el teléfono, sintiendo que la ansiedad me apretaba el pecho.
Dos golpes resonaron en la puerta y me acerqué a abrir, sabiendo que enfrentarme a mi madre era inevitable.
—¿Algo que quieras compartir? —preguntó, su tono nervioso incompatible con el brillo en su mirada.
Tragué en seco, tratando de borrar la ligera mueca que había aparecido en mi rostro al escucharla.
—¿Necesitas algo, madre?
Me escaneó, de pies a cabeza, una mirada que decía más que mil palabras.
—Deberías peinarte. No sabes quién pueda llegar de sorpresa y encontrarte así. Péinate.
Bufé internamente, deseando que dejara de imponerse así.
—Pero ese no es el punto —continuó, con la voz llena de mando— Tu padre y yo saldremos de viaje por negocios, así que te quedarás con tu hermana... Espero que no le des dolores de cabeza, ¿entendiste?
Asentí, aún sumida en mis pensamientos.
—¿Por cuántos días?
Ella revisó su reloj con una frialdad que me irritaba.
—No tengo tiempo para tus preguntas, pronto sale el vuelo —exclamó, con un tono que dejaba claro que su paciencia se agota— Solo, compórtate.
Se dio la vuelta con la elegancia que la caracterizaba y desapareció por el pasillo. Me quedé sola, sintiendo el golpe de la realidad.
Me paré frente al espejo, tomando el peine del tocador y pasándolo por mi larga cabellera negra, mi única marca distintiva en un mar de rubias. Siempre había sido extraño en mi familia, pero ya no le daba importancia.
Tomé mi móvil y, al abrir los chats, noté que nadie estaba en línea. Me tumbé en la cama, permitiendo que mis pensamientos vagaran, trayendo a mi mente los recuerdos del día anterior, especialmente de él.
Luca, el ardiente y sensual chico de la guitarra.
Contrólate, hermana.
¿Nunca habías visto un chico guapo?
Me cuestioné si realmente debería ir al parque.
Probablemente... no había nada que me lo impidiera.
Así que comencé a trazar un plan.
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Una vez que mis padres abandonaron la casa, ejecuté mi plan.
Esperé a que mi hermana saliera a sus ensayos de ballet, y luego emprendí mi huida.
Me apliqué un poco de rímel y un bálsamo para los labios, tomé mi cartera, mi móvil y una pequeña cantidad de dinero antes de salir.
Al llegar al parque, lo avisté de nuevo.
¡Sí!, grité en mi mente y una risa nerviosa salió de mis labios.
Él llevaba una camisa de mangas cortas que dejaba al descubierto la piel de sus brazos, y noté algunos tatuajes.
Aprovechando la multitud, me escabullí entre las personas para poder verle más de cerca sin ser descubierta, manteniéndome alerta mientras me acercaba.
Las notas de su guitarra danzaban en el aire, y su voz... era como un hechizo. Era un placer escucharle tocar.
Mientras el tiempo pasaba, me di cuenta de que, como la noche anterior, su actuación concluía y la gente empezaba a dispersarse. Mis piernas, por voluntad propia, se dirigieron hacia él, sin que pudiera controlar la fuerza de mi atracción.
Cuando me vio, vi una chispa en sus ojos que me hizo sentir especial, aunque me costó entender por qué.
—Yo... hola de nuevo —exclamé, sintiendo el rubor en mis mejillas.
—Alice, ¿verdad? —Su sonrisa iluminó mi mundo, haciendo que dos hoyuelos aparecieran en sus mejillas.
Asentí y traté de esconder el color de mis mejillas.
—Se te da muy bien la música —admití— ¿Siempre fue así?
Se rio, un sonido ronco que fluyó como un susurro a través de la multitud.
—De niño me costaba tener un instrumento... Mi madre nos crio sola a mi hermana y a mí, así que no había dinero para esas cosas —dijo, sus ojos llenos de nostalgia—. Pero luego, empecé a trabajar. Hice una promesa: cumpliría ese sueño que tanto anhelaba. Y mírame ahora —sonrió, con una luz de orgullo que resonaba en sus palabras.
Lo observé con admiración, sintiendo una extraña conexión. Su historia contrastaba con la mía, y me dolía en lo profundo pensar que nunca podría hablar de mi madre como lo hacía él.
La conversación fluyó durante dos horas, como si conectáramos en un nivel que nunca había experimentado.
—Puede que sea un poco rápido lo que te voy a decir —dijo con cautela—, pero si no te sientes cómoda, házmelo saber, ¿vale? —me miró con una sinceridad que me hizo derretir—. ¿Te gustaría acompañarme a un bar? Hay una banda que tendrá una presentación y pensé que podrías querer ir.