Los siameses Berthol

El final del Bosque. El pueblo de Baba.

Otra de las leyendas de los siameses Berthol

Comenzaron a buscar por todas partes, pero no aparecían. No quedaba remedio alguno que seguir. Todo se volvía difuso.

 

Esperaron unas horas, mientras desayunaron. Silva y Jaime fueron hacer un chequeo completo de la zona. Cubrieron casi toda la región a metros de donde se había ubicado para pasar la noche. Solo encontraron hojas y maleza por doquier. Ningún indicio, o prueba fehaciente de que sus compañeras y compañeros estuvieran allí. Como si se los hubieran tragado o llevado. No había nada que diese una pista interesante. Ninguna evidencia o manifestación. El bosque seguía tan calmo con sus vestigios de siniestralidad, como lo veían ellos desde un principio en el cual ingresaron. Y la noche se había cobrado algunas reliquias de valor, y se cobrará otras, porque así ha de ser cuando la niebla comience a subir.

 

- ¿Dónde se metieron? – comenta con los nervios calados Ana. –

 

- No lo sé, lo único que se ve es una carpa vacía, incluso, no llevaron nada. Ni sus bolsos, las bolsas de dormir están abiertas. Como si los hubieran raptado sin quitarles nada. – explica Joan. -

 

- ¿Lo abran abducido? – comenta Silva. -

 

 

El grupo de estudiantes lo observa con ironía, y sarcasmo, por aquel comentario que parecía fuera de lo normal.

 

- Bueno no me miren así, podían haber sido ovnis, o acaso no creen que pueda llegar a suceder ¿A dónde pudieron ir si no fuera por ellos mismos? - explica Silva con enojo.

 

- Silva, tiene razón. Es muy extraño que se los hayan llevado. Deben haberse ido solos.

 

– comenta Ernest

 

- Pero, ¿por qué? – comenta Fausto

 

- No puedo dar una respuesta lamentablemente. – se resigna Ernest –

 

- ¡Vengan por aquí! – da un aviso Elvio.

 

 

 

 

Todos se dirigen a donde Elvio. Jaime estaba a lo lejos intentando encontrar pistas. -

 

 

- Vean, hay una huella de un calzado. Un zapato entre las hojas, como una marca. – explica Elvio.

 

- ¿Cómo logras ver ello? –

 

- Ahí, lo pueden ver. Es una marca, y otra y otra, siguen derecho. Son varias las pisadas.

 

- Mi amigo, no veo nada – comenta Jaime. –

 

- Yo tampoco logro ver nada. – Dice Fausto

 

- Tampoco – comenta Jonny sin H.

 

- Menos – dice Silva. – ¿y ustedes?

 

- Definitivamente nada. – explica el resto. –

 

- Vamos por ese camino. Chicos guarden todo lo que haya. Todos los bolsos, y desarmen los refugios. Iremos por aquel camino a ver si podemos encontrarlos.

 

- ¿Y el pueblo? ¿Y las vacaciones? – comenta Fausto.

 

- Posiblemente nos lleve al pueblo, y primero debemos encontrar a los demás. – cita Ernest.

 

- Debemos ir por el camino, el mismo que nos llevaba al pueblo. – comenta Elvio. – es por aquí que estoy seguro que fueron. No quepa duda alguna.

 

Elvio parecía tan seguro de sí mismo, aunque no daba asomo de lo que podría llegar a saber, inclusive estaba bastante serio desde el accidente, algo que pudo percatar su amigo de travesía Jaime.

 

El grupo comenzó su viaje por el camino desde la mitad de la mañana para encontrar a los demás. Los pastizales estaban como de costumbre un tanto altos, la leve brisa los hacia moverse de un lado para el otro. No había una dirección propia por parte del viento. Los árboles se acumularon en una cantidad que en un instante parecían cerrar el camino. Cada vez se iban cruzando hasta que en el medio del sendero estaba uno de ellos como queriendo evitar el paso. Era extremadamente tétrico en su funesta forma tenía las ramas secas, sin hojas, la corteza estaba casi húmeda, pero con una resina que sobresalía. En ella no había vestigios de haber sido consumida por algún insecto como las termitas. Teníamos la misma sensación de que todo este bosque estaba abandonado sin nada que lo poblara que no fuera la vegetación aledaña.

 

 

 

 

- ¡Qué horrendo ejemplar! – dice Joan

 

- Lo sé. Realmente lo sé – le responde Silva. –

 

- ¡Vamos! No hay tiempo para esperar. – Avisa Elvio. –

 

 

Por los contornos a los costados del árbol lo sortean, sus ramas puntiagudas parecen como filosas navajas. Una corta sin que se dé cuenta a Fausto. Éste se toma el brazo, pero apenas dice algo, solo una blasfemia producto de aquel acontecimiento.

 

- ¡Maldito árbol! - Se queja Fausto. -

 

- ¿Te has lastimado? – le dice Ernest. –

 

- Prosigamos. Mientras más rápido salgamos de esta maleza, mejor. – comenta nuevamente Elvio. -

 

Al pasar todos, y cada uno por aquel roble desgastado, prosiguieron ahora en una fila de otros ejemplares de la misma calaña. Como si hubieran crecido allí a propósito para evitar el paso, en los alrededores de la ruta de viaje, solo pastos pequeños. Unas especies de pará, cuyo suelos apenas puede discernirse de lo que haya allí. Con un color verde claro, y seco se reproducen en una cantidad extrema. Ernest, llega a ver todo un espacio inmenso, pues el camino se encuentra concluido con el último espécimen seco de aquellos robles gastados por el tiempo y la vida que no fue. Desde el horizonte no puede visualizarse nada, ya que es una llanura plana de pará, por lo que continuaron su trayecto directo. El cielo estaba grisáceo, y con matices del mismo color. Silva le dio aviso a los demás del grupo, pues había gotas de humedad en los tallos de las extensas hojas. Esto quería decir que posiblemente vendría una lluvia. Con más razón fueron a paso ligero sin esperar, ni distraerse por nada del otro mundo. En caso de no encontrar a sus compañeros, por lo menos debían llegar al pueblo de Baba. Realizan tres kilómetros interminables sin cesar. Joan, Jonny, y Silva, estaban exhaustos. Fausto no tenía esos problemas, era un tipo atlético por lo que podría llegar y regresar sin problema. Los otros no les hacia el mínimo efecto.




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