Los Susurros Del Castillo

Prólogo. Yo no la soñé. Ella me recordó.

Prólogo. Yo no la soñé. Ella me recordó

Averen

Hay algo cruel en la eternidad: y el cual no es el tiempo. Es la certeza de que olvidarás a todos… excepto a quien no debías amar.

Su nombre era Maelis. Y antes de ser Portadora, antes de saber sellar ciclos o romper pactos, ya me había quebrado sin siquiera tocarme.

No supe que la conocía hasta que la vi por primera vez. En la biblioteca, acariciando un libro prohibido con la ternura de quien no sabía que ese texto contenía mi voz escrita en siglos. No me miró. Pero el aire se crispó como si el tiempo hubiese contenido el aliento.

Desde entonces lo supe: ella era mi deuda. La que no pagué durante el pacto de los Robles. La que elegí olvidar cuando Fahirra me ofreció el silencio como redención.

Nunca creí que un humano pudiera romper a un vampiro. Pero Maelis no era humana. Era la grieta entre dos versiones de mí. La que callaba, y la que aún deseaba ser invocado y recordado por alguien.

Yo fui testigo cuando desapareció entre túneles que nadie recordaba. Y aún la escucho. A veces como eco, a veces como juicio. Siempre como si fuera un conjuro bien dicho que ha sido olvidado por todos excepto por ella.

Este libro no es una confesión. Es una advertencia.

Porque ahora, siglos después, ha vuelto a aparecer. No como un reflejo maldito o una versión de ella que nadie conoce. Sino como elección.

Y esta vez, el clan Fane no está preparado para ella.

Yo sí.

Y aunque ya no soy su Averen, aún puedo ser la última grieta antes del nuevo eclipse.




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