Los Susurros Del Castillo

Capítulo III. El lugar donde el eco no obedece

Capítulo III. El lugar donde el eco no obedece

Maelis

Lo primero que noté fue la ausencia de sonido.

No silencio. El silencio es otra cosa. Esto era… retención. Como si las paredes tragaran cada roce, cada respiración, y decidirán si merecía rebotar o no.

El corredor al que descendí era alto, angosto y hecho de piedra viva. No rugosa, no pulida. Viva. Había una humedad que no tocaba la piel, solo el alma.Y un olor (tierra, madera vieja, algo quemado hace siglos y aún latente). Algo mío.

Di pasos lentos, contando mentalmente. Veinte. Veintisiete. Treinta y tres. Al paso de treinta y cuatro, el suelo cambió.

Madera. Oscura, ondulada. Como si respirara. Sobre ella, un tapiz largo de hilos que formaban símbolos que no conocía, pero que me dolían entre los omóplatos al mirarlos. Decían algo. O a alguien. No quise saber más. Así que seguí.

Las paredes se abrían poco a poco y revelaban espacios laterales sin puertas: Una galería de espejos tapizados con tela negra. Una sala circular llena de relojes detenidos en la misma hora. Una biblioteca de un solo estante, pero donde los libros cambiaban de color si parpadeaba demasiado.

Había presencia. Eso lo sentía. No como una amenaza. Como… una mirada extendida en el aire. Una que no necesitaba ojos. Una que parecía… conocerme.

Pasé junto a una lámpara apagada y sentí calor. Pasé junto a una figura esculpida de mármol blanco y sentí frío en la nuca. Pasé junto a una pintura y… me detuve.

Era un retrato. Una mujer de espaldas, con cabello largo, trenzado, piel apenas visible. Sin embargo, mi cuerpo la reconoció antes de que mis ojos terminaran de verla.

Mi boca dijo “Thais” sin que yo lo ordenara. Y algo en el aire se crispó como si hubiese pronunciado un conjuro antiguo que está estrictamente prohibido citar.

—No puede ser —me dije en voz baja—,Thais no está aquí.

Ella había muerto. ¿O había elegido quedarse donde no debía?

Seguí caminando. Quería encontrar un sitio donde dejar mis cosas. Donde fingir que este lugar era hospedaje y no una trampa.

Me ofrecieron una habitación. Una voz detrás de una puerta de terciopelo rojo dijo:

—Está lista. Para usted solamente, Portadora.

Pero nadie abrió.

Voltee para ver a esa persona, pero parecía que esa voz solo se escuchò dentro de mi cabeza.

Por lo que yo lo hice. Dentro había lo indispensable: Una cama enorme que no parecía usada en siglos. Una cómoda donde cada cajón olía a un perfume distinto. Y un espejo… cubierto de niebla desde dentro. No me vi reflejada.

Y entonces lo sentí.

Un aroma. Leve. Conocido.

Cobre, polvo, biblioteca, memoria.

No había nadie. Pero alguien había estado ahí hace segundos.

No dejé mi bolsa. Solo saqué el cuaderno, escribí unas líneas como quien lanza una ancla en el mar para no perderse en lo profundo del mar:

“No soy parte de este lugar. Pero no me niega. Y si la niebla vuelve a llamarme por un nombre que no es el mío… responderé igual.”

Maelis.

Cerré el viejo cuaderno que tiene las hojas amarillentas y desgastadas,y cuando me giré hacia la puerta para salir, vi que alguien había dejado una flor sobre el picaporte interior. Negra. Doblada hacia mí.

Una dalia.

Thais usaba esas en la solapa cuando quería decir “no lo digas aún, pero ya lo sabes.”

Y yo ahora lo sabía.

No estaba sola, o no del todo, como yo creía.

Y eso era lo más aterrador.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.