Capítulo VI. La traición que no fue elección
Averen
La flor sigue en su sitio. Pero ya no es dalia. Ahora es un símbolo.
Anoche alguien la tocó. La empujó hacia la habitación desde adentro. Sin miedo. Sin molestia. Con una respuesta.
Y eso… me partió.
Porque significa que lo supo. Que algo en ella pese a no recordar del todo respondió. Y esa conexión me rompe más que la distancia.
No debía seguirla. No debía escuchar, sin embargo, estoy en el techo del pasillo exterior, encima de su recorrido hacia el Salón de la Sangre Sellada.
Ella no sabe que ese lugar aún respira con el nombre de Fahirra en sus grietas.
Tampoco sabe que esa misma sala me encerró por elección hace siglos, cuando rompí mi último voto. Ni siquiera lo rompí por amor. Lo rompí por… curiosidad sincera. Y eso los del clan no lo perdonan.
La observo desde arriba. Ella no me ve, pero se detiene. Mira al techo. Justo aquí. Y dice, sin voz: “Lo sé.”
Me caigo hacia dentro. No físicamente. Espiritualmente. Como si su certeza me arrancara de mi postura ritual y me obligara a volver a ser el Averen que dejé… en aquella grieta donde dijiste mi nombre.
Maelis.
Esta vez lo pronuncio. En voz baja. Pero el castillo lo escucha. Las lámparas titilan, el eco regresa multiplicado, mi reflejo se quiebra en el vidrio de la lámpara invertida. Y cuando me asomo al metal oscuro que me acompaña desde hace siglos, ya no me veo como antes. Me veo esperando. Como alguien que no quiere salvación, solo explicación.
Yo no era esto antes, pero tú eras alguien más también, y ahora… ahora hay un ciclo que se vuelve a abrir y ya no estoy seguro si vine a evitarlo… o a cumplirlo.
Thais desde algún lugar intermedio ni vivo, ni completamente ausente, tal vez esto sea la carta, tal vez sea un testimonio… o, tal vez es el eco de una promesa incumplida.