Capítulo VII. “No me fui. Solo me callé donde dolía menos”
Thais
¿Creías que me había ido? Yo tampoco, sin embargo, aquí estoy.
No sé si esto que escribo te llegará en un sueño, en un eco, o como una grieta al fondo de un espejo que evitaste mirar. Pero si lo lees, Maelis… es porque ya cruzaste al otro lado de lo que juramos no tocar.
Lo supe en cuanto lo oliste. Ese aroma… cobre, polvo, memoria. Nunca fue tuyo. Siempre fue de él, y tú, tonta luminosa, decidiste olerlo más fuerte. Elegiste no temerle al aroma que sabías que te cambiaría.
Yo te vi, Maelis. Te vi cuando tocaste por primera vez el símbolo que no debía resonar contigo. Te vi cuando dejaste caer la dalia en el ritual de fuego y diste un paso atrás…
pero no suficiente como para escapar y dejar todo atrás.
Y aún así… ¿sabes qué fue lo peor? Que yo no te detuve. Porque aunque sabía que el ciclo te rompería, también sabía que tú eras la única que podía romperlo de vuelta.
Yo no fui fuerte. Yo huí. Tomé la otra ruta, la del olvido. La del sacrificio sin nombre.
Averen me miró un día y me dijo: “Tu reflejo es tan bello… pero no es tuyo.” Y tenía razón.
Siempre viví a través de cómo tú me veías, y eso… me salvó, pero también me perdí por eso.
Pero ahora estás en su casa. Caminas por corredores donde mi eco aún tropieza. Estás tocando paredes donde yo grité y nadie respondió.
Maelis… si sientes un roce cuando no hay viento, no temas. Soy yo y no es para asustarte.
Solo para recordarte que no estás sola, aunque el ciclo quiera que lo sientas así.
Y si alguna vez, en medio de todo, te preguntas si lo que sientes por Averen es peligro… ríete. Porque sí, lo es.
Pero también es hermosamente inevitable.
Perdón por no quedarme. Perdón por no advertirte a tiempo y gracias… por ser quien sí se quedó de pie.
Nos veremos.
En sueños, o en el espejo que aún me recuerda.
T.