Capítulo IX. No dolió que la leyera. Dolió que fuera ella
Averen
La vi cruzar el corredor. Cabello recogido a medias. Pies descalzos. En la mano… la carta. Mi carta.
No a ella. A Thais.
O eso creí.
Porque verla con ese papel fue como ver mi interior escrito sin haber sido consultado.
No me moví. No desde la sombra. Estaba a la vista. Y ella pasó… como si ya me hubiera visto.
Eso me rompió.
Porque no me temía. No me evitaba. Tampoco me buscaba.
Simplemente lo sabía.
Y ese nivel de certeza sólo lo he sentido en los que están a punto de romper algo.
Yo no recuerdo haber dejado esa carta para ser leída. Pero los muros de este feudo respiran historia, y Thais fue mejor conjuradora de lo que me atreví a nombrar. Ella debió guardarla aquí para Maelis. No para advertirla… sino para conectarnos.
Porque la carta no habla de traición. Habla de reflejo y cuando la escribí, lo entendí: Yo fui dos amores. Pero ella… fueron dos finales. Y uno no me incluía.
Me retiré. Pero no por vergüenza, sino por necesidad.
Necesitaba volver al lugar donde guardo las cosas que aún me nombran: el relicario de la piedra partida. Donde conservo la única gota de memoria líquida que aún me permite recordar su voz… sin romperme.
Y esta noche… la gota no se detuvo.
Está latiendo. Como si supiera que ella sí leyó y que no me va a preguntar nada… porque ya lo sabe todo.
Maelis… es el tipo de amor que más mata a los Fane.