Capítulo XIII. Lo que despertó conmigo no era solo mío
Maelis
Me desperté con los pies sucios. No de polvo. De barro fresco y eso… no era posible.
El castillo no tiene jardín. No hay lluvia. No hay tierra suelta.
Me incorporé sin mover las sábanas. Una idea me apretaba la garganta: ¿Dónde estuve anoche?
No soñé. O eso creía.
Pero en mi mano cerrada…una flor.
Una Dalia roja.
Temblaba. No por el frío. Por reconocimiento, como si su tacto me pidiera algo que no sé cómo darle.
El cuaderno abierto sobre mi escritorio mostraba algo que no escribí. Solo una palabra:
“Perdón.”
Pero no decía a quién o por qué.
Respiré hondo. Fui al espejo, el agua en el suelo (la misma de ayer, del cuarto que no encontré al salir) ahora estaba dentro de mi habitación. Sobre ella, flotando: una pluma. Oscura. Cobriza. De ave que no vuela. Y mi reflejo.
Pero no era exacto. Un detalle era distinto:
Mis ojos… lloraban. Y yo aún no había llorado.
Entonces supe: yo también soñé. Y ese sueño no era mío.
Era de él.
Y ahora me tocaba elegir si iba a correr en dirección contraria… o hacia la voz que aún no me habla, pero ya me arde detrás de los dientes.Me vestí. De negro. No por luto. Por reflejo. Porque lo que viene no se enfrenta con colores suaves.