Capítulo XIV. La elección que ya no es mía
Averen
No suelo caminar por los pasillos altos. Hace décadas que nada me llama hacia ahí. Pero hoy… sentí el rastro.
No un aroma. Un latido invisible que recorría el castillo y tenía forma de pluma.
La encontré en la escalera espiral que da al Salón de Velo Suspirante. Flotaba. Como si aún buscará a la mano que la dejó caer.
Cobre. Cobriza. Color que solo un sueño es capaz de tener.
Toqué la pluma con dos dedos. Mi piel respondió antes que mi mente: una imagen. Ella. Dormida. Pero con los labios entreabiertos como si… me nombrara.
No pude soportarlo.
Caminé hasta el Archivo de Reliquias Selladas. Saqué mi diario, el que jamás debería abrirse. El que usé solo cuando Fahirra me traicionó… no por maldad. Por amor mal dirigido.
Y escribí, sin pensar:
“Si vuelve a tocarme sin saber, si sigue soñando lo que no vivió, tendré que elegir entre ser su guardián o su verdugo y ninguna elección me pertenece ya.”
La tinta ardió. La página tomó calor, como si la palabra “verdugo” le hubiera dolido al papel y eso me confirmó todo:
La pluma es la respuesta. Pero yo aún no hice la pregunta. Y Maelis… ya está cruzando el umbral de su reflejo como una reliquia que solo se activa cuando alguien verdaderamente destinada la toca.
Esta vez, Maelis va a encontrar un objeto que perteneció a Averen durante el primer ciclo. No sabe qué es. No sabe por qué reacciona. Pero sí sabe una cosa: ese objeto la reconoció antes que ella a sí misma.