Capítulo XVIII. Cuando su silencio fue más traición que cualquier palabra
Averen
Lo encontré junto al pedestal roto del Ala Este. Fahirra solía decir que allí solo se sentaban los cobardes. Pero esta vez, la piedra tenía forma de confesión.
Él (Valnor Fane, lo recordé al verlo) estaba de rodillas. No en oración. En negación.
Me detuve a metros. No hablé al principio. Porque ya lo sabía.
Él la había visto y se arrodilló.
—¿Sabes lo que hiciste? —mi voz no fue grito. Fue puñal envainado.
Valnor alzó los ojos. Vacíos, pero húmedos.
—Ella portaba el fragmento…
—¡Y aún así la dejaste pasar!
—No podía detenerla. No por miedo… porque ya la conocía, aunque no debería.
Silencio.
—¿La recuerdas?
—No.
—¿Entonces por qué temblaste?
—Porque mis venas... recordaron por mí.
Eso… me dolió más de lo que dije. Me acerqué.
—¿Sabes qué significa eso?
—Que el ciclo empezó.
—No. Que tú no eres digno de estar de este lado cuando se cierre.
Toqué su frente. No para marcarlo. Para reclamar el reflejo que me traicionó.
En su piel apareció una grieta. Pálida. Luminosa. Como si su nombre empezara a borrarse de los registros vivos del clan.
—No hablarás de ella. Ni de esto. No mientras respires.
Y me fui.
Pero su sombra no volvió a pegarse a sus talones.
Y eso… eso significa que él ya no camina con convicción. Solo con recuerdo.
Y Maelis… Maelis ya es más que un reflejo.
Es pacto reactivado.