25 de agosto del 2023.
Daniel Fell.
Llevo cinco minutos completos parado frente a la puerta de mi casa.
Ya he sacado las llaves de mi mochila y, en un acto nervioso, mis dedos recorren el llavero en forma del planeta saturno mientras, mis ojos no dejan de ver directamente la puerta.
Trato de convencerme que es debido a que soy muy observador y que me distraigo fácilmente, pero en el interior, muy en el interior, me encuentro repitiendo dos palabras con desesperación.
Por favor, por favor, por favor, por favor, por favor.
Y luego, muy lentamente, introduzco la llave en la cerradura y la giro para que se abra, adentrándome de lleno a la sala de mi casa, y luego, me quedo quieto de nuevo, esperando.
Esperando que mi madre salga de la cocina y me reproche para cerrar la puerta porque pueden entran los bichos. O esperando que mi padre salga de su habitación y me haga preguntas para saber cómo me ha ido en mi primera semana de clases o por mis amigos.
Pero nada de eso pasa, solo está la casa con su abundante silencio y un montón de muebles que huelen a desinfectante.
—¿Mamá? —no puedo evitar preguntar, en voz alta, rogando con todas mis fuerzas escuchar una respuesta—. ¿Papá?
Nada, ni una respuesta, ni un murmullo siquiera. Y antes de entrar por fin a la estancia, aprieto un poco los ojos, luego doy el primer paso en el interior.
Estoy solo, que casualidad.
Nunca me ha gustado mi casa. Es demasiado grande para una familia de tres, es demasiado grande para mí, cualquier ruido que haga se escucha en cada rincón de la casa, el eco es demasiado grande, demasiado asfixiante.
Sin importarme mucho, dejo caer la mochila en el suelo y luego me dejo caer en el sofá más grande de la sala. Luego saco mi celular y marco el número de mis padres.
Que ellos no me llamen no significa que yo tampoco lo haga.
No es sorpresa que ninguno de ellos me conteste, pero no puedo evitar ponerme nervioso.
Tranquilo, ellos están bien, deben estar ocupados.
Pero no puedo estar tranquilo, e importándome poco, marco el número del hospital, pese a que sé que ese número solo debo marcarlo en caso de emergencias.
Me sé el número de memoria, lo marco y casi al instante una mujer me atiende:
—Hospital de Salem, ¿En qué podemos ayudarle? —dice la voz al otro lado de la línea.
—Con el doctor Fell, por favor —, le respondo, con la voz amable, pasan unos segundos y la mujer vuelve a hablar.
—El doctor Fell se encuentra en una cirugía.
—Con la doctora Fell, entonces —vuelvo a pedir, esta vez, la mujer tarda un poco más en responder. Comienzo a morderme las uñas con nerviosismo.
—La doctora Fell está atendiendo a un paciente y pidió que no la molestara nadie.
—Pero yo soy su hijo —respondo, ahora con cierta irritación en la voz, como si en verdad necesitara que todos lo sepan. La mujer no responde, estoy seguro de que me va a colgar cuando de pronto vuelve a hablar:
—La doctora Fell dijo que nada de distracciones, está con un paciente crítico, supongo que su hijo entiende eso —me contesta la mujer, con cierto ápice de severidad en su voz.
Y de pronto me siento tan egoísta por querer llamar la atención de todos que me dan ganas de golpearme a mí mismo.
—Está bien, gracias — digo y no espero recibir respuesta, por lo que solo cuelgo para luego pasarme las manos por la cara en un gesto de pura frustración
A veces eres muy egoísta, Daniel.
Pero no puedo evitarlo, no he visto a mis padres en toda la semana, solo han llegado a dormir unas pocas horas cuando yo me encuentro en la preparatoria, por lo que no me los he topado para nada, y no es eso lo que me molesta, sino que no han tenido la decencia de mandarme un mensaje que dura tres segundos escribir.
Mi celular vuelve a sonar, y lo tomo rápidamente con la esperanza de que alguno de mis padres me haya enviado un mensaje cuando se enteraron de que llamé al hospital y me encuentro deseando que me reprochen por eso.
Un deje de desilusión se apodera de mí cuándo veo que, en realidad, es un mensaje en el grupo de mis amigos.
Val: “¿Dónde será?”
Todavía con un aire distraído tecleo una respuesta:
Dan: “Mi casa.”
Josh: “Nos vemos en 10.”
No me molesta que la reunión sea aquí, de hecho, últimamente habían venido más a mi casa que mis propios padres.
Ya había pasado la primera gran semana de clases, era viernes y todos sabíamos lo que eso significaba.
Viernes de pasta.
Usualmente los viernes de pasta siempre son en mi casa o en la de Adam, algunas otras veces son en casa de Stella. Aunque este verano, los viernes de pasta se convirtieron en semanas de pasta, y siempre eran en casa de Josh. Fue cuando Josh estaba mal, cuando pasó lo de sus padres.
Un escalofrío me recorre cada vez que lo recuerdo, cada vez que vuelvo a ver a mi mejor amigo, bajo la lluvia, con los ojos rojos y el cuerpo temblando.
Era el primero de junio, tan solo había pasado una semana desde que comenzó el verano, yo estaba, como de costumbre, solo en casa, estaba lloviendo ese día y no podía ir a casa de Josh porque él iba a estar fuera el fin de semana con sus padres a visitar a sus abuelos en California. Ya pasaban de las diez de la noche, yo estaba a punto de ver una película cuando tocaron la puerta.