Love at war

2.A talk about sexual health

«Mierda». Esa palabra se repite una y mil veces en mi cabeza mientras camino al lado de mi primo y la pelinegra para salir de la preparatoria a esperar a nuestros padres.

Intento concentrarme en cualquier cosa, menos en el hecho de que mi padre es muy observador y experto en unir hilos con demasiada facilidad, mas aquellos hilos que no necesitan de una segunda mirada, como mi labio.

Le doy una ojeada por última vez a la preparatoria para dejar de comerme la cabeza.

«Cugat Alcaste», es una de las preparatorias publicas más grande de España. Posee una fachada en blanco a sus afueras, con pilares a cada extremo de la puerta negra de entrada. En su interior, es un lugar bastante espacioso con auditorios, espacios recreativos y una biblioteca que se convirtió en mi lugar favorito en las horas de receso.

Es ecológica y son muy estrictos en cuanto al uniforme; camisa blanca, chaqueta y pantalón azul, excepto las chicas que utilizan faldas a cuadros azules y grises. Lo único que aborrezco son las molestas corbatas que en el día de hoy me rehusé a usar.

—No vi a tu hermana hoy —Elliott rompe el silencio, mirando a la chica de reojo cuando bajamos los primeros escalones.

Katie, la hermana menor de Dakota, es tres años menor que nosotros y hoy culmina la secundaria. A diferencia de su hermana, Katie es una chica tímida, introvertida y con el rostro lleno de pecas pequeñas que la hacen ver adorable. Es igual de menuda que su hermana, pero más rellenita que Dakota. Siempre viene a la preparatoria a esperar a su madre junto a su hermana ya que la secundaria solo queda a unas pocas cuadras de la preparatoria.

—Hoy no quiso asistir a clases, prefirió quedarse durmiendo —se limita a responder, sentándose en los penúltimos escalones donde da la sombra de los árboles.

No tardamos nada en seguir su acción y nos sentamos a sus extremos.

—Y nosotros aquí, como niños responsables asistiendo hasta el último día de clases —bufa mi primo, abotonando los primeros botones de su camisa para ocultar las marcas que tiene. Sabe tan bien como yo, que a George no se le escampan ni esos detalles —. Tengo que replantearme mis decisiones. Ahora mismo podría estar durmiendo, perdiendo la cuenta de los corderitos que saltan la valla.

Ruedo los ojos por segunda vez en la tarde ante su pequeña rabieta infantil. Se lo tiene callado, piensa que lo hemos olvidado y que no recordamos que hoy es su cumpleaños, que hoy cumple la mayoría de edad.

—¿Y perdernos todo lo que nos brindó la mañana? Ni de coña —intervengo sonriendo, arrojando indirectas bien directas —. Me alegro de no dejarme ganar por mi flojera hoy.

Kota me regala una sonrisa ladina que causa que Elliott empiece a burlarse de nosotros, dejando su pataleta de hace unos minutos. Meto las manos al fuego si niega que no la ha pasado de puta madre con alguna de sus amigas desde que nos separamos más temprano en el auditorio. No me trago el cuento de que mantuvo la polla en sus pantalones toda la tarde.

A pesar de ser primos, nuestros padres prefirieron que estuviéramos en secciones distintas, ya que juntos podemos llegar hacer un desastre.

—¿No vais a extrañar volver aquí? —la pelinegra hace una pregunta con un ápice de nostalgia.

—No —contestamos mi primo y yo al unísono, de manera inmediata —, para nada —agrego.

—¿Ni a las personas? —inquiere dándome una mirada fugaz.

—Yo echaré de menos a las personas, atesoraré los buenos momentos, pero no echaré de menos este lugar. Se terminó una etapa y comienza otra —concluyo más relajado, sin apartar la mirada de ellos, especialmente de ella.

—Bien dicho —concuerda el chico.

El silencio vuelve a reinar otra vez y nos quedamos viendo como los pocos alumnos que aún quedan, son recogidos por sus padres. Un bonito auto naranja aparece y se detiene a unos metros, debajo de un árbol.

La madre de Dakota agita su mano por fuera de la ventana del auto para llamar su atención y mi amiga se levanta sin apartarse el cabello del cuello.

Chica lista

—Os veo luego —se sacude el polvo del trasero y se encamina hacia el auto.

Mi primo me mira enarcando una ceja y ella, antes de adentrarse al auto, me guiña un ojo.

—Dijiste que sería la última vez —me cuestiona, confundido.

Me encojo de hombros, sonriendo ante su ignorancia. Algunas cosas las tarda en procesar.

—Ahora solo somos amigos, sin derechos.

Entrecierra los ojos en mi dirección.

—No me lo creo. ¿Y a qué ha venido eso de “os veo luego”?

Me hago el desentendido y dejo sus preguntas sin respuestas en el aire. Ambos vemos como el auto desparece y le da paso a uno negro que nos dispara los nervios.

—Muévete y actúa normal —le espeto, levantándome rápido y comienzo a caminar hacia el auto, sin apuros.

Elliott me sigue a regañadientes y se sube en los asientos de atrás. Cuando intento abrir la puerta para sentarme junto a él, papá llama mi atención.

—Tu siéntate en el puesto del copiloto.

Resignado y con los nervios de punta, accedo y subo a su lado, cerrando la puerta.

—Pensé que hoy llegarías tarde a casa —saco conversación antes de que él lo haga, siempre es bueno tomar la iniciativa antes que él.

Me pongo el cinturón de seguridad, sin quitarle los ojos de encima. Me analiza con una ceja enarcada.

Papá es tan idéntico a mí, físicamente. Tiene el cabello negro, ya algo canoso. Tez blanca e iris grises que no herede por poseer los ojos negros de mamá. El día de hoy lleva su uniforme de médico, sin la bata blanca, debido al calor que aire acondicionado del auto trata de mermar.

—Creí haberles dicho esta mañana que terminaría temprano por un par de asuntos que tengo pendientes en casa —pone el auto en movimiento y con disimulo, ladea un poco la cabeza hacia mi primo. Ese es su asunto pendiente. Bueno, le prometió al tío Edmund que lo ayudaría con una sorpresa para Elliott.




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