Dakota nunca había comprendido del todo lo que significaba perseguir un sueño hasta que se dio cuenta de que llevaba años corriendo tras algo que no podía definir. El amor, como una llama distante, parecía estar siempre fuera de su alcance. Su corazón solo conocía la frialdad de la soledad, un acompañante fiel pero cruel. Pero todo cambió el día en que conoció a Dante.
Era una tarde gris de invierno. Dante trabajaba en la galería de arte del centro, una joya escondida que rara vez recibía visitantes. Se había acostumbrado a las horas de silencio, a las sombras que proyectaban los cuadros sobre las paredes desgastadas. Pero esa tarde, el sonido de la puerta cerrándose resonó como un trueno en su mundo tranquilo.
Levantó la vista y vio a Dakota entrar. Su vestido blanco contrastaba con la penumbra de la sala, iluminando el espacio como si trajera consigo un rayo de sol. Dante no pudo apartar la mirada. Había algo en ella, algo que le robó el aliento y lo dejó paralizado. Dakota caminó despacio, observando las pinturas, completamente ajena a su presencia. Pero él ya estaba perdido en ella.
Cuando finalmente sus miradas se cruzaron, Dante sintió un golpe en el pecho, como si el aire se hubiera vuelto más pesado. Dakota le sonrió, y su mundo se derrumbó y se reconstruyó en un instante. Fue un momento tan sencillo, pero al mismo tiempo tan trascendental que supo que nada volvería a ser igual.
—Hola —dijo ella, con una voz tan suave como el susurro del viento.
—Hola —respondía él tras un instante de vacilación. Su voz sonó temblorosa, como si nunca antes hubiera hablado—. ¿Puedo ayudarte con algo?
—Solo estoy mirando —contestó ella, pero sus ojos brillaban con curiosidad—. Este lugar es hermoso. Nunca había estado aquí antes.
—Es un lugar especial —dijo Dante, tratando de sonar más seguro de lo que se sentía—. Cada cuadro tiene una historia.
—¿Y cuál es tu favorito? —preguntó Dakota, acercándose a una pintura de colores vívidos.
Dante se detuvo un momento, sorprendido por la pregunta. Señaló un cuadro al fondo, una escena tranquila de un lago al amanecer.
—Ese. Me recuerda que incluso en los días más oscuros, siempre hay una nueva oportunidad para empezar.
La sonrisa de Dakota se ensanchó.
—Es hermoso. Creo que también me gusta más que los demás.
Hablaron de arte, de los cuadros que adornaban las paredes y de lo que la había llevado a la galería ese día. Era una charla trivial, pero cada palabra que salía de los labios de Dakota parecía cargada de magia. Dante se atrevió a bromear:
—Quizá este lugar estaba esperando por ti.
Las mejillas de Dakota se sonrojaron ligeramente, y ambos rieron, aunque Dante no estaba del todo bromeando.
Semanas después, Dakota regresó a la galería, esta vez con una sonrisa que hizo que Dante sintiera como si el tiempo no hubiera pasado. La conexión entre ellos se sintió inmediata, como si sus almas ya se conocieran. Pasaron horas hablando, caminando entre las obras de arte, perdiéndose en sus historias.
El día de su primer beso llegó como una tormenta inesperada. Estaban en un café cercano, refugiados del frío exterior. La lluvia golpeaba las ventanas, pero dentro todo era cálido y acogedor. Dakota se inclinó para decir algo, y de pronto, sin pensarlo, sus miradas se encontraron de nuevo.
—Hay algo que he querido decirte —empezó ella, su voz cargada de una mezcla de nervios y determinación—. Desde que te conocí, siento que...
Dante no dejó que terminara. Se inclinó y la besó. Fue un beso lleno de gratitud, de promesas silenciosas, de un amor que no necesitaba explicaciones. Cuando se separaron, la sonrisa de Dakota fue la respuesta que él no necesitaba en palabras.
Esa noche Dante no pudo dormir. Recordaba cada detalle: el calor de los labios de Dakota, la forma en que sus manos temblaron ligeramente al tocarlo, la suavidad de su respiración. Supo en ese momento que estaba perdido, que había caído completamente bajo su hechizo. Pero no le importó. Por primera vez, la idea de perderse en alguien no lo asustaba; le daba esperanza.
Con Dakota, cada día era una nueva aventura. Le enseñó a ver la belleza en las pequeñas cosas, en los momentos que antes había pasado por alto. Caminaron por parques, compartieron secretos bajo cielos estrellados y rieron hasta que les dolieron las mejillas. Dakota lo hizo creer en la posibilidad de un amor que no solo llena, sino que también sana.
Una tarde, mientras paseaban por un jardín lleno de flores, Dakota se detuvo de repente. Lo miró a los ojos y dijo:
—Sabes, siempre creí que el amor era solo para otros, pero contigo... contigo siento que he encontrado mi lugar en el mundo.
El corazón de Dante se detuvo un momento antes de latir con fuerza renovada. No pudo responder con palabras, así que la besó. Fue un beso lleno de gratitud, de promesas silenciosas, de un amor que no necesitaba explicaciones.
Dakota se convirtió en su ángel, su luz en los días oscuros, su refugio cuando el mundo parecía demasiado grande y aterrador. No era perfecta, pero para él lo era todo. Y aunque aún no sabía qué les deparaba el futuro, estaba seguro de una cosa: mientras Dakota estuviera a su lado, no habría sueño que no pudiera perseguir, ni obstáculo que no pudiera superar.
Porque con ella, finalmente había encontrado lo que su corazón había estado buscando todo este tiempo.
Esta es la historia de Dakota & Dante. Si este final te hizo decir "¡Así sí creo en el amor!", deja un 💖 en los comentarios.