El aire estaba cargado de nostalgia mientras Sophie recorría las calles adoquinadas de Praga, con el corazón latiendo al ritmo de los recuerdos. Era su primera visita en años, pero la ciudad seguía siendo tan mágica como siempre: una mezcla de historia y misterio, con el Vltava serpenteando bajo el imponente puente de Carlos. Sophie cerró los ojos y pudo escucharlo de nuevo: la melodía de un saxofón que flotaba en el aire aquella tarde de primavera cuando lo conoció.
Había sido en 1999. Ella estaba sentada en una pequeña cafetería junto al puente, intentando olvidar un amor fallido y convencida de que el destino era una broma cruel. Entonces, él apareció: Artur. Su cabello desordenado, la chaqueta de cuero que llevaba a pesar del calor y esa sonrisa que parecía guardar todos los secretos del universo. Artur no era el tipo de hombre que pasaba desapercibido, y ciertamente no lo hizo para Sophie. Se sentó sin preguntar, con un café en la mano y una propuesta insólita.
—No te conozco, pero siento que debería hacerlo. ¿Te gustaría caminar conmigo?—dijo, señalando hacia el puente.
Ella, entre divertida y escéptica, aceptó. Algo en su mirada la desarmó por completo. Caminaban sin rumbo fijo, hablando de todo y nada, mientras la ciudad se desplegaba como un escenario preparado solo para ellos. Artur hablaba del universo, de cómo creía que las almas estaban destinadas a encontrarse más allá de las circunstancias, mientras Sophie trataba de no enamorarse de cada palabra que decía.
—Si te dijera que nos hemos conocido en otra vida, ¿me creerías?—preguntó Artur mientras se detenían bajo la sombra de una estatua gótica.
Sophie se río suavemente, pero algo en su pecho se apretó. Había una conexión entre ellos que no podía explicarse con palabras. Una chispa que hacía que el mundo alrededor se desdibujara.
Esa noche, compartieron una cena improvisada junto al río. Artur sacó una vieja armónica de su bolsillo y tocó una melancólica melodía que se quedó grabada en el alma de Sophie. "Nunca nos separarán", le dijo en un susurro antes de besarla bajo las estrellas.
Durante meses, su amor fue un torbellino. Viajaron juntos por Europa, explorando ciudades pequeñas y perdiéndose en mercados desconocidos. En una ocasión, se perdieron en las calles laberínticas de Venecia. Era pleno invierno, y la niebla cubría los canales como un manto etéreo. Encontraron refugio en un pequeño restaurante donde las velas proyectaban sombras danzantes en las paredes. Compartieron risas y promesas mientras el olor a vino caliente llenaba el aire.
En París, pasaron una noche inolvidable en la cima de Montmartre, contemplando las luces de la ciudad. Artur le mostró un cuaderno donde había escrito fragmentos de canciones y poesía inspirados en ella. Sophie sintió que estaba viviendo un sueño, uno que nunca quería terminar.
En Budapest, se encontraron con un grupo de músicos callejeros en el Bastion de los Pescadores. Artur, siempre impulsivo, pidió prestado un violín y tocó una melodía improvisada mientras Sophie bailaba bajo la luna. Era como si el tiempo se detuviera, como si el mundo entero se redujera a ese instante.
Pero, como ocurre con las historias mágicas, también llegó el conflicto. Artur tenía un espíritu libre, siempre buscando algo más, mientras Sophie quería echar raíces. Las diferencias comenzaron a desgastar la magia.
Finalmente, una noche en Viena, se dijeron adioses entrelazados de lágrimas y promesas rotas. "No importa lo que pase, Sophie, nunca dejaré de amarte", le dijo Artur mientras ella subía al tren que la llevaría de vuelta a su hogar.
El tiempo pasó, pero Sophie nunca pudo olvidarlo. Intentó seguir adelante, incluso se casó con alguien que le prometió estabilidad. Pero en las noches más silenciosas, cuando la luna brillaba con una intensidad particular, recordaba los ojos de Artur, las melodías que tocaba y las palabras que susurró bajo las estrellas.
Ahora, años después, estaba de vuelta en Praga, buscando algo que ni siquiera podía nombrar. Al llegar al puente de Carlos, el corazón de Sophie dio un vuelco. Allí estaba él, con la misma chaqueta de cuero, aunque el tiempo había dejado rastros en su rostro. Artur estaba tocando su armónica, y la melancólica melodía llenaba el aire.
—Sabía que volverías—dijo sin dejar de tocar cuando Sophie se acercó.
Ella no pudo contener las lágrimas. El universo había conspirado para reunirlos una vez más. Se abrazaron bajo la luz del atardecer, dejando que los años de separación se desvanecieran como el eco de una nota lejana. No necesitaron palabras; su conexión seguía intacta, como si el tiempo no hubiera pasado.
Artur la llevó a la misma cafetería donde se conocieron. "Nunca dejé de pensar en ti, Sophie. Nadie pudo llenar el vacío que dejaste", confesó mientras sostenía sus manos.
Sophie sonrió. Por primera vez en años, sintió que su corazón estaba completo. Tal vez el destino no era una broma cruel, después de todo. Había tardado, pero finalmente habían encontrado el camino de regreso el uno al otro. Y mientras el sol se ocultaba tras las colinas, ambos sabían que nada ni nadie podría volver a separarlos.
"Nunca nos separarán", repitieron al unísono, como un voto renovado bajo las estrellas de Praga.
Sophie & Artur.
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