Lucas vivía atrapado en un torbellino de pensamientos que lo asaltaban cada noche. Desde su pequeño departamento en la ciudad, las luces de los edificios cercanos se filtraban por las persianas como si quisieran recordarle que el mundo seguía girando, aun cuando él se quedaba estancado. Intentaba dormir contando ovejas, pero cada una se transformaba en un recordatorio de sus fracasos, de las oportunidades que dejó pasar, y de la soledad que se había convertido en su fiel compañera.
La música, que alguna vez fue su refugio, ahora se sentía como una cadena. Las melodías que componía parecían vacías, y sus letras, aunque cargadas de emociones, eran incapaces de llenar el vacío que lo consumía. Una noche, cansado de pelear contra su insomnio, salió a deambular por la ciudad. Terminó en un bar pequeño y oscuro, donde el humo de los cigarrillos flotaba pesado en el aire y la música de fondo era apenas un murmullo.
Fue allí donde conoció a Sol. Estaba sentada en la esquina, con una cámara colgando de su cuello y un cuaderno de bocetos abierto frente a ella. Había algo en su forma de observar el mundo, como si pudiera capturar su esencia con una sola mirada. Cuando sus ojos se encontraron, Lucas sintió que algo en su interior se agitaba, como si el caos de su mente hubiese encontrado un punto de calma.
—¿Eres músico? —preguntó Sol, señalando la guitarra que Lucas llevaba colgada al hombro.
—Lo intento —respondió él, con una sonrisa tímida.
Esa noche hablaron hasta el amanecer. Lucas le contó sobre sus luchas con la música y el insomnio, mientras que Sol compartió su pasión por la fotografía y su habilidad para encontrar belleza en los rincones más oscuros de la ciudad. Descubrieron que ambos estaban rotos, pero también que había algo en sus grietas que los hacía brillar.
Comenzaron a pasar las noches juntos, vagando por las calles desiertas y descubriendo lugares olvidados. Lucas tocaba la guitarra mientras Sol tomaba fotografías, y juntos encontraban una especie de magia en el caos de la ciudad. Sol le enseñó a Lucas a mirar más allá de sus fracasos y a encontrar belleza en lo imperfecto, mientras que Lucas le mostró a Sol que a veces es necesario detenerse y enfrentarse a uno mismo para avanzar.
Una noche, mientras caminaban por un parque iluminado solo por la luz de la luna, Sol se detuvo de repente y sacó su cámara. Apuntó hacia Lucas, que estaba sentado en un banco con su guitarra en las rodillas.
—No te muevas —dijo, sonriendo.
El clic de la cámara resonó en el silencio, y Lucas sintió que ese momento quedaba congelado para siempre. Él también sonrió, por primera vez en mucho tiempo sintiéndose visto.
Una noche lluviosa, Lucas y Sol buscaron refugio en una vieja librería que permanecía abierta hasta tarde. El dueño, un hombre de cabello canoso y gafas gruesas, les dio la bienvenida con una sonrisa cálida. Lucas exploró la sección de poesía mientras Sol se perdía entre los libros de fotografía. Encontraron un rincón junto a una ventana empañada donde compartieron lecturas en voz alta. Lucas recitó un poema que le recordó a ella, y por primera vez vio a Sol emocionarse hasta las lágrimas. Esa noche, la lluvia se sintió menos fría.
Sol invitó a Lucas a una exhibición fotográfica donde presentaba su trabajo. Las paredes de la galería estaban llenas de imágenes de calles vacías, rostros anónimos y cielos que parecían llorar. Pero en una esquina destacaba una foto en blanco y negro de Lucas tocando la guitarra en el parque. Lucas se quedó sin palabras al ver cómo lo había capturado: vulnerable, pero lleno de vida. Cuando la exhibición terminó, Lucas le susurró al oído: "Gracias por hacerme ver lo que no podía."
Pero a medida que su conexión creció, también lo hicieron sus miedos. Lucas temía que su amor por Sol fuera solo una distracción, algo temporal que eventualmente se desmoronaría. Por su parte, Sol lidiaba con la sensación de que su felicidad era frágil, como una burbuja que podía estallar en cualquier momento. Aunque se apoyaban mutuamente, también comenzaban a sentir el peso de sus propias inseguridades.
Una madrugada, mientras Lucas tocaba una melodía suave en su guitarra, Sol lo interrumpió.
—¿Qué es lo que realmente quieres, Lucas?
La pregunta lo tomó por sorpresa. Bajó la mirada hacia sus manos, que descansaban sobre las cuerdas.
—No lo sé. Quiero... quiero que este momento dure para siempre. Pero también sé que no es posible.
Sol asintió, como si entendiera perfectamente lo que él intentaba decir.
Una noche, Lucas regresó al departamento y encontró una nota sobre la mesa. Era de Sol. Le agradecía por haberle enseñado a ver más allá de las sombras, pero también le confesaba que no podía seguir siendo el refugio de nadie mientras ella misma se tambaleaba. Necesitaba irse para encontrarse a sí misma.
Lucas leyó la nota una y otra vez, incapaz de procesar sus emociones. Esa noche volvió a contar ovejas, pero ahora cada oveja tenía el rostro de Sol. Su música se transformó en un reflejo de ese amor fugaz que lo había cambiado para siempre, aunque nunca pudiera recuperarlo.
Lucas & Sol
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