«—Y te quedarás aquí hasta que vuelva—» fueron las palabras de la anciana luego de abandonar a Alicia en el jardín con una bata transparente y atada de manos en su jardín, con la mirada gacha de la pena y vergüenza que sentía.
Todos los guardaespaldas en vez de fantasear sintieron una pena enorme hacia la señorita de la mansión de los jefes, ellos piensan que ella al ser tan buena chica no merecía atravesar ese infierno. Y fue, cuando aquella anciana de escaso cabello blanquecino, piel arrugada y amarillenta, con ojeras moradas pronunciadas salió de la casa como un alma en pena llena de rabia y coraje.
Su aspecto a simple vista daba pánico, se podía convertir fácilmente en tu próxima pesadilla durante las noches por lo horrorosa que se veía está tarde. Uno de los guardaespaldas tuvo que reprimir sus enormes ganas de vomitar al verla, en realidad ese aspecto daba asco.
—¡Zorra!
Le gritó y azotó con una fusta sobra la espalda de la dulce joven, quién reprimió un gemido de dolor al sentir el cuerpo chocar contra la tierna piel de su espalda llena de marcas.
—¡Manchada!
Y nuevamente azotó su espalda sin remordimiento por los lamentos que emitía la joven.
Ella reprimía su dolor, ahogaba los gemidos de dolor en su garganta para hacer menos los azotes.
Y aquella anciana fea lo hacía, si Alicia gritaba la anciana le volvería a golpear la espalda, las piernas y brazos.
Prontamente el maltrato habría acabado con Alicia inconsciente en el suelo de su habitación con la espalda sangrante, eran enormes gotas de aquel líquido rojizo.
Al despertar respiró con calma y bajo la mirada a sus muñecas, estaban rojas y moradas por las mordazas que habían atado alrededor de ellas.
Quiso moverse para ir al baño y limpiar su manchado cuerpo pero el dolor no se lo permitió, al contrario soltó un alarido de dolor cuando movió su brazo y las heridas abiertas de la espalda se contrajeron. En su fiero interno maldijo su nombre, su existencia al menos por un rato. Luego recordó que eso no estaba bien y de su madre estar viva le habría reñido.
Cómo pudo se puso de pie y avanzó hasta la habitación del baño dónde se metió en la bañera ya con el agua ambientada, lo que le da a entender que una de las criadas lo preparó todo para cuando despertara. Se sacó la ensangrentada bata del cuerpo quedando en paños menores y con una esponja llena de agua la pasó por sus brazos, las heridas abiertas de la espalda ardían al contacto con el agua y ni hablar de los hematomas del brazo.
Siguió bañando su cuerpo hasta sacar la última gota de sangre seca y salió de la habitación envuelta en sábanas suaves, eran esenciales al momento de secar las heridas que seguían entre rojas y moradas. Alicia al ser trigueña se le notaban mucho, y las de sus brazos ni se diga.
Usó una ropa especial para estos momentos y salió al balcón para esperar la cena que Alfonsina subiría en breve.
—Alicia.
Al girarse encuentra a Alfonsina en el umbral con una bandeja de comida.
—Siguen doliendo. —. Alicia nuevamente reprimió su llanto.
—Lo se cariño, entre tu abuelo y yo lo vimos todo por la ventana.
Era una pena que su abuelo no pueda hacer nada al estar en sillas de ruedas y prácticamente sin votos a su favor.
—Se que en algún momento todo esto acabará.
Alicia revolvió su cabello negro a un lado restándole importancia a toda su tóxica situación.
—Te he traído tu puré de papa preferido.
Eso la hizo esbozar una pequeña sonrisa risueña, desde ayer no consumía nada de comida o bebidas ya que estaba castigada.
La abuela se había enfadado con Alicia por una mentira que le contó una de las viejas adictas al casino que eran amigas de la anciana fea. Le dijeron que vieron a Alicia saliendo de un motel con un hombre y la anciana fea se enfadó. En su religión no se podía tener relaciones sexuales hasta el matrimonio, y a según aquellas viejas chismosas Alicia había fallado.
—Siempre he creído que te tienen envidia. —. Le comentó Alfonsina a su lado acompañándola.
—¿Qué puede envidiarme? Soy tan básica delante de ellas.
—Ah, ¿Tu belleza tal vez? —. Alicia rodó sus ojos sin creerle nada a Alfonsina.—. ¿Alicia, te has visto al espejo? Eres hermosa, la chica más hermosa en todo el pueblo es lógico que varias viejas decrépitas te tengan envidia.
Eso hizo revolver el cuerpo de Alicia.
Lo que menos quería era llamar la atención.
—Lo mejor es no salir más y evitar estos golpes.
Ella siempre, siempre queda afectada emocionalmente luego de cada abuso. Aún en su fiero interno no encuentra las palabras para describir lo que siente siempre que su abuela le pone la mano encima, o la fusta en este caso.
—Alicia no puedes encerrarte por su culpa. Eres joven y mereces conocer.
Alfonsina le duele cada que la anciana fea golpea a Alicia pero no puede entrometerse o si no ella también será castigada.
—Es lo mejor.
Ya con la noche encima Alicia se recuesta en su cama luego de pasar el pestillo y evitarle el paso a su abuela, con cuidado recostó su cuerpo sobre su suave colchón quejándose en silencio ante el dolor que aún sentía en su espalda a causa de los azotes.
A la mañana es despierta por los bruscos movimientos de su abuela en su brazo, de inmediato salió de la cama para darse un baño y prepararse para el instituto. Ató su pelo pero al notar que varias de sus heridas se veían fácilmente en su cuello decidió que lo mejor sería llevarlo por hoy suelto.
Luego de abrocharse su chaqueta de mezclilla a su cuerpo en compañía de cinco guardaespaldas salió de su casa, claro no sin antes ponerse en su tobillo un monitor que usan los policías con los presidiarios para saber dónde se encuentran, ese aparato sonará si Alicia sale del instituto a otro lado que no sea la mansión.