Lÿraeth

Capitulo 4

El cielo sobre Lÿraeth comenzaba a teñirse de un gris pálido mientras la niebla de la batalla se disipaba lentamente. Los campos, marcados por la furia de los elementos y las cicatrices de la oscuridad, eran un recordatorio del precio de la victoria. Sin embargo, en el corazón del ejército, el espíritu de los clanes comenzaba a cambiar. Por primera vez, el fuego, el agua, la tierra y el aire no se enfrentaban, sino que fluían en una armonía frágil pero poderosa.

Mirna Asterion permanecía de pie en el centro del círculo formado por los líderes de los clanes, su luz menguando hasta convertirse en un brillo sereno, casi humano. La batalla había sido ganada, pero sus pensamientos estaban en otra parte. Sentía que la oscuridad que habían enfrentado era solo un eco de algo más profundo y más antiguo, un enemigo que aún no había revelado su verdadero rostro.

— Esto no ha terminado. — dijo, rompiendo el silencio. Su voz era firme, pero había una nota de incertidumbre en ella que no pasó desapercibida para los demás.

Kaeth Yrion, aún cubierto de ceniza y con una mirada desafiante, fue el primero en responder.

— Nunca termina. La guerra es el estado natural de este mundo. Solo hemos tenido una pausa. ¿Qué nos garantiza que mañana no estemos de nuevo luchando unos contra otros? — dijo, cruzando los brazos mientras una chispa de fuego danzaba entre sus dedos.

Eryon Dälis dio un paso adelante, su rostro reflejando la serenidad que siempre lo caracterizaba.
— No podemos seguir pensando así, Kaeth. Lo que enfrentamos hoy fue más que una simple batalla. Fue un llamado para algo más grande. Si no aprendemos a mantener esta unión, no habrá un mañana que defender.

Nyssa Valken, cuya armadura aún estaba manchada con la sangre de la batalla, miró a ambos con su acostumbrada calma calculada.

— Eryon tiene razón. Pero no basta con palabras bonitas. Necesitamos acciones. Necesitamos pruebas tangibles de que esta unión no es temporal. Si seguimos siendo clanes separados, divididos por nuestras antiguas rivalidades, no habrá esperanza de sobrevivir a lo que venga después.

Mirna asintió lentamente y levantó su mano para calmar la creciente tensión entre los líderes.

— La unión no es fácil, ni se logra en un solo día. Pero algo ha cambiado hoy. Todos lo hemos sentido. No estamos luchando por nuestras tierras o nuestros clanes; estamos luchando por Lÿraeth. Y para protegerlo, debemos aprender a confiar los unos en los otros.

Mientras los líderes debatían, Maerin Folwen, de los Grün, habló por primera vez desde la batalla. Su conexión con la tierra la hacía más sensible a los cambios en el mundo, y sus palabras siempre estaban cargadas de una sabiduría ancestral.

— La tierra susurra que algo antiguo ha despertado. Lo que enfrentamos hoy es solo una sombra de un mal mayor. Si queremos estar preparados, debemos convocar a un consejo formal, un Consejo de los Primogénitos. Será la primera vez en la historia que todos los clanes se sienten en igualdad para decidir el destino de nuestro mundo.

La propuesta de Maerin fue recibida con miradas de sorpresa y murmullos de incertidumbre. Un Consejo de los Primogénitos significaba renunciar, aunque sea temporalmente, a las rivalidades que habían definido a los clanes durante siglos. Pero Mirna intervino rápidamente, su mirada firme y su voz clara.

— Maerin tiene razón. Este es el momento de un cambio verdadero. Convocaré el Consejo y será aquí, en estas mismas tierras que hoy hemos defendido juntos. No será fácil, pero debemos intentarlo. ¿Quién está conmigo?

Uno a uno, los líderes levantaron la mano en señal de acuerdo. Algunos con más dudas que otros, pero todos entendían que el destino de Lÿraeth estaba en juego.

Mientras el ejército comenzaba a desmontar los campamentos y a prepararse para el viaje de regreso a sus tierras, una figura oscura observaba desde la distancia. Oculto entre las sombras de los árboles, un ser de ojos brillantes y sonrisa torcida murmuraba para sí mismo.

— Pobres necios. Creen que la luz puede unificarlos, pero la verdadera fuerza siempre nace del caos. Esto no ha hecho más que comenzar.

La figura desapareció en la penumbra, dejando un eco de risa que resonó en el bosque. Sin que los clanes lo supieran, las fuerzas que habían enfrentado no eran más que un pequeño fragmento de un mal más profundo que acechaba en las raíces mismas de Lÿraeth.

En los días siguientes, los clanes comenzaron a enviar emisarios y preparar a sus representantes para el gran Consejo. Thalion Wyrk, de los Bernstein, trabajaba incansablemente para asegurarse de que sus caravanas fueran seguras, mientras que Eliana Solcar, de los Tunich, ofrecía su energía solar para iluminar las noches y guiar a los viajeros.

En el campamento de los Blau, Eryon Dälis reflexionaba sobre las palabras de Kaeth. Sabía que la unión no sería fácil, especialmente cuando aún quedaban tantas heridas abiertas entre los clanes. Pero también sabía que había algo en Mirna que inspiraba esperanza, una chispa que podía ser el comienzo de algo nuevo.

Mientras tanto, Luthar Vaen y Zareth Kïn trabajaban juntos en los Archipiélagos de Cristales Celestes, diseñando artefactos que pudieran ayudar a los clanes a defenderse en caso de que el mal volviera a atacar. Aunque sus personalidades chocaban con frecuencia, ambos compartían una visión: la supervivencia de Lÿraeth era más importante que cualquier desacuerdo personal.



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En el texto hay: fantasía drama

Editado: 23.01.2025

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