La figura de Varokh se alzaba sobre el grupo, como un faro de oscuridad que absorbía toda luz a su alrededor. Sus ojos, si es que tenía, brillaban con un fulgor carmesí que parecía perforar las almas de quienes lo miraban directamente. Las criaturas que había invocado, hechas de sombras vivientes, se movían con una agilidad inquietante, como si desafiando las leyes del mundo físico.
Kaeth Yrion fue el primero en actuar, como era de esperarse. Con un rugido que resonó como un trueno, blandió su espada envuelta en llamas ardientes y arremetió contra la primera criatura que se lanzó hacia ellos.
— ¡¿Esto es lo mejor que tienes, Varokh?! ¡Enfréntame tú mismo!
El fuego de Kaeth quemó a la criatura, pero esta no gritó ni mostró señal de sufrimiento. Simplemente se deshizo en una nube de humo que se reconfiguró detrás de él, como si el combate no tuviera fin.
— Estas cosas no pueden ser destruidas con fuerza bruta. — gritó Eryon, empuñando su tridente mientras invocaba una ola de agua para detener el avance de otras criaturas.
— ¿Entonces qué sugieres, sabio del agua? — replicó Kaeth, retrocediendo al ver cómo la sombra volvía a formarse.
Lyra Thalwen, que había permanecido observando en silencio, levantó sus manos hacia el suelo seco. Un destello verde brotó de sus dedos y una serie de raíces comenzaron a emerger, atrapando a varias de las criaturas y ralentizándolas.
— Esto no es solo una batalla física. — dijo Lyra, con voz firme. — Hay algo más aquí. Estas criaturas no son reales, no del todo.
Nyssa Valken, siempre atenta a los detalles, observó las grietas de las que surgían las sombras. Sus ojos rojos brillaron con intensidad mientras extendía una mano hacia una de ellas. Su magia de sangre pulsó en el aire, haciendo que las criaturas cercanas a la grieta se retorcieran y retrocedieran.
— Las grietas. Son su ancla. — declaró Nyssa. — Si cerramos las grietas, las sombras desaparecerán.
A pesar de sus diferencias, los miembros del grupo comenzaron a trabajar juntos.
Eryon dirigió su agua para sellar una de las grietas, enfriando el suelo hasta que dejó de pulsar con energía oscura.
Kaeth protegió a los demás, cortando a las criaturas con su espada para darles tiempo.
Lyra utilizó su conexión con la naturaleza para reforzar el terreno, haciendo que las grietas no se expandieran más.
Nyssa siguió drenando la energía de las sombras, debilitándolas lo suficiente como para que fueran manejables.
Mientras tanto, Veyra Kaln y Kael Dryst se encargaron de las criaturas más alejadas del grupo. Veyra era una sombra en movimiento, sus dagas atravesando con precisión cada enemigo, mientras que Kael utilizaba los cristales que llevaba consigo para crear explosiones controladas que mantenían el terreno despejado.
Sirius Alkar y Elios Wynar trabajaban al unísono, invocando ráfagas de luz y energía eléctrica para iluminar el campo de batalla y disuadir a las sombras de avanzar.
Cuando la última grieta fue cerrada, las criaturas se desvanecieron. Pero el peligro no había pasado. Varokh, que hasta entonces había permanecido observando, avanzó hacia ellos con pasos lentos pero imponentes.
— Veo que tienen potencial. — dijo, su voz resonando como el eco de mil voces superpuestas. — Pero esto es solo el comienzo.
Con un movimiento de su mano, el cielo sobre ellos se oscureció por completo, y una esfera de energía negra comenzó a formarse entre sus dedos.
— Si desean atravesar el Desierto Oscuro, deberán enfrentarse a mí. Solo los dignos podrán continuar.
Kaeth, incapaz de contenerse, corrió hacia él, pero antes de que pudiera llegar, una fuerza invisible lo arrojó hacia atrás, estrellándolo contra el suelo.
— No puedes simplemente atacar sin pensar, Kaeth. — dijo Eryon, ayudándolo a levantarse. — Esto no es una simple batalla.
— Entonces, ¿qué propones, genio? ¿Hablar con él? — escupió Kaeth, sacudiéndose el polvo.
Eryon miró a los demás, buscando respuestas. Fue Lyra quien dio un paso adelante.
— No es fuerza lo que busca. Es propósito. Cada uno de nosotros debe demostrar algo más allá de nuestras habilidades físicas o mágicas.
Varokh levantó ambas manos, y el grupo fue envuelto en una luz cegadora. Cuando la luz se desvaneció, cada uno de ellos estaba separado, enfrentándose a lo que parecía ser una versión distorsionada de sí mismos.
Kaeth vio una figura envuelta en llamas, pero sus ojos estaban vacíos, llenos de rabia ciega.
Eryon enfrentó un océano en calma, pero su reflejo mostraba un rostro lleno de dudas.
Lyra se encontró en un bosque marchito, donde cada árbol parecía acusarla en silencio.
Cada uno de ellos se enfrentaba ahora a su propia sombra, una prueba personal diseñada para quebrar sus voluntades.
La luz cegadora que separó al grupo dejó a cada uno frente a un reflejo distorsionado, una manifestación de sus miedos, dudas y fallos más profundos. Varokh, el Guardián de Kalvaris, observaba desde una grieta elevada, disfrutando el espectáculo.
— ¿Creen ser dignos de atravesar estas tierras? — resonó su voz en el aire. — Primero, enfréntense a ustedes mismos.
Kaeth se encontraba en una vasta llanura volcánica, pero algo estaba mal. El fuego, su elemento, no respondía a su llamado. Frente a él, una figura idéntica a la suya avanzaba. Este otro Kaeth tenía ojos encendidos como brasas, pero su rostro estaba torcido en una mueca de ira descontrolada.
— ¿Quién eres? — preguntó Kaeth, empuñando su espada.
— Soy lo que serás si no controlas tu fuego. — respondió la sombra. — Eres un esclavo de tu rabia, y tarde o temprano, destruirás todo lo que amas.
Kaeth rugió y arremetió con su espada, pero cada golpe atravesaba a su oponente como si no fuera más que humo. La sombra se rió, su voz burlona como el eco de una caverna.
— El fuego no obedece al caos, Kaeth. El poder sin control no es fuerza; es destrucción.
Editado: 23.01.2025