El poder del Ëthera resonaba en cada rincón de Lÿraeth, un eco vibrante que despertaba tanto a los vivos como a los elementos que habían permanecido inactivos durante milenios. Los Primogénitos, ahora unidos en propósito y poder, regresaron a sus tierras, cada uno con la carga de sus respectivos clanes y la responsabilidad de lo que el mundo ahora demandaba de ellos.
El amanecer sobre los Mares de Erïen se desplegó en tonos de fuego y agua. Eryon Dälis, Primogénito de Blau, contemplaba el horizonte desde la costa, la marea acariciando sus pies. El poder del Ëthera zumbaba en su sangre, pero sabía que la verdadera prueba aún estaba por llegar. La paz que habían logrado en el centro de Kalvaris no significaba que el mundo se había liberado de sus conflictos. Algo se había despertado. Algo que no deseaba ver la luz del día.
— Eryon, debemos regresar. Algo se mueve.
La voz de Kaeth Yrion lo alcanzó desde la distancia. Eryon volteó hacia su hermano, viendo la figura del Primogénito de Rot, imponente como siempre, pero con una mirada inquieta.
— ¿Qué sientes? — preguntó Eryon, el viento agitando su cabello con fuerza.
Kaeth miró las aguas turbias, sus ojos reflejando la furia de los volcanes que rugían en su interior.
— El equilibrio está siendo alterado. Algo está emergiendo desde las profundidades de los Valles Oscuros.
La profecía de la sombra que había sido murmurada en las leyendas de los clanes más viejos comenzaba a materializarse. De alguna manera, el despertar del Ëthera había desencadenado un proceso irreversible: los vientos oscuros de Vaalok, el Tejedor de Sombras, comenzaban a deslizarse nuevamente por el mundo, buscando revancha por la derrota sufrida en la Primera Guerra Primordial.
La noticia llegó rápidamente a los demás clanes. Lyra, Primogénita de Grün, al igual que sus compañeros, sentía una creciente inquietud. Mientras su conexión con la tierra crecía más fuerte que nunca, también lo hacía la sombra que se cernía sobre su gente. En el corazón de Verdälis, las antiguas raíces que protegían el bosque parecían temblar bajo la presión de una presencia desconocida.
— Lo hemos despertado. Y ahora debemos enfrentarlo — dijo con voz grave, reunida con Maerin Folwen, la madre de su linaje.
Maerin asintió, su mirada profunda.
— El Ëthera nos ha dado poder, pero no sin costo. Los Vientos Oscuros, aquellos que dominaban los secretos de la oscuridad antes del primer resplandecer de la Luz, ahora buscan recuperar lo perdido.
Las antiguas runas, dispersas en todo el mundo, comenzaron a brillar con un color rojo intenso, lo que indicaba que la profecía estaba por cumplirse. El tiempo para esperar se había agotado.
Con las tierras temblando bajo el peso de los presagios y las antiguas fuerzas despertando, los Primogénitos convocaron a sus clanes para una reunión en la gran llanura de Thyrïnys, el lugar donde la Primera Guerra Primordial había tenido lugar. El mismo campo de batalla que una vez estuvo marcado por la sangre y la destrucción, ahora se preparaba para ser testigo de otro enfrentamiento, uno aún más grande.
— La amenaza es real — dijo Eliana Solcar, Primogénita de Tunich, alzando la voz frente a la asamblea. El retorno de los vientos oscuros no es solo una sombra que acecha; es una fuerza que puede consumirlo todo.
Luthar Vaen, Primogénito de Tijax, se mantuvo al margen, observando con frialdad. Su mirada helada era implacable, pero la preocupación era evidente.
— Nuestro poder es grande, pero ¿será suficiente para enfrentar lo que está por venir?
Zareth Kïn, Primogénito de Nikté, sonrió, pero había una sombra en sus ojos. Su energía siempre había sido impredecible, y la incertidumbre lo hacía aún más peligroso.
— Si hay algo que sé, es que el caos puede ser nuestro aliado. No temamos lo desconocido. Vayamos a la guerra con lo que tenemos.
En ese momento, una poderosa ráfaga de viento pasó sobre la asamblea. Todos se detuvieron y miraron al cielo, donde las nubes se oscurecían rápidamente. El aire se volvió espeso y cargado de electricidad. Un portal, aparentemente hecho de pura oscuridad, comenzó a formarse en el horizonte, expandiéndose a medida que se acercaba.
— ¡El umbral está siendo abierto! — gritó Kaeth.
Las sombras comenzaron a desbordarse del portal, como hordas implacables que se lanzaban sobre el mundo. De entre ellas, emergieron figuras conocidas por los Primogénitos, las viejas entidades que habían sido selladas al final de la Primera Guerra Primordial: los Siervos de Vaalok.
La batalla comenzó de inmediato, y los clanes no tardaron en desplegarse. El poder del Ëthera les otorgó habilidades asombrosas, pero las sombras parecían adaptarse con una rapidez alarmante. A pesar de su poder conjunto, algo mucho más oscuro parecía estar gobernando los movimientos del enemigo.
La figura de Vaalok apareció ante ellos en el corazón del caos. Su forma era fluida, hecha de sombras puras, y su presencia oscura parecía absorber la luz de todo a su alrededor.
— Así que habéis despertado el Ëthera... — dijo Vaalok con una voz profunda y retumbante, como si viniera de lo más profundo de la tierra. Pero aún no comprendéis el alcance de lo que habéis desatado.
Lyra, con su energía verde fluyendo a través de ella, fue la primera en avanzar.
— Tu reinado de sombras ha terminado, Vaalok. No puedes ganar esta vez.
Vaalok soltó una risa amarga.
— ¿Creéis que la luz puede vencer a la oscuridad? La oscuridad es eterna, y nada que hagáis puede cambiarlo.
Y con un movimiento de su mano, las sombras que lo rodeaban comenzaron a formar criaturas que atacaron a los Primogénitos, obligándolos a luchar con todas sus fuerzas.
Pero a pesar de la oscuridad que los rodeaba, algo dentro de ellos comenzó a brillar con más intensidad. El poder del Ëthera, ahora completamente en sus manos, no solo les daba fuerza, sino también sabiduría para enfrentar lo desconocido.
Editado: 23.01.2025