La sala estaba envuelta en la oscuridad más profunda, más densa que cualquier sombra que los Primogénitos hubieran enfrentado antes. Las energías de Lÿraeth parecían desvanecerse, absorbidas por la presencia del enemigo. Los ecos de la risa de Vaalok aún resonaban en sus oídos, una burla, una amenaza.
Mirna estaba ante ellos, pero ya no era la misma. La esencia que una vez la había iluminado, la esperanza de la unión entre los clanes, ahora estaba oscurecida por la corrupción de la torre y el poder de Vaalok. Los Primogénitos sabían que no podían fallar, que su mundo entero dependía de ellos.
Eryon Dälis, el líder de Blau, fue el primero en reaccionar. Sabía que el agua tenía un poder particular para purificar, para restablecer el equilibrio en momentos de caos. Pero este no era un caos común; este era el tipo de oscuridad que corrompía no solo la naturaleza, sino también la voluntad misma.
— Mirna... — susurró, avanzando con cautela, su voz llena de dolor. — ¿Qué te han hecho?
La figura de Mirna se desvaneció de nuevo, como si no fuera más que un espectro en la penumbra.
— No es Mirna la que está aquí. — La voz de Vaalok retumbó, esta vez más cerca, más fuerte. — Ella es solo la clave. La puerta. La que abre el camino para mi regreso total. Vosotros, primogénitos, no sois nada más que piezas en mi tablero. Creísteis que podíais detenerme, pero nunca entendieron el verdadero poder de Lÿraeth.
Los ojos de Maerin, la Primogénita de Grün, brillaron con una furia contenida. Su conexión con la naturaleza, con el alma de Lÿraeth, pulsaba con la desesperación de un mundo que se desmoronaba ante sus pies.
— No lo permitiré. — dijo ella con firmeza. — Lo que has hecho a Mirna, lo pagarás. El bosque, el agua, el aire... todo lo que somos, se levantará contra ti.
Eliana Solcar, la Primogénita de Tunich, tomó su lugar junto a Maerin. Su luz brillaba en la oscuridad, la energía solar que emanaba de su cuerpo formaba un halo resplandeciente.
— Nosotros somos los defensores de Lÿraeth. Y tú no tienes poder sobre su corazón.
La atmósfera estaba cargada de energía, pero la realidad seguía retorciéndose, como si la torre misma estuviera luchando contra ellos. Las sombras tomaban forma, y las criaturas de la oscuridad surgían a su alrededor, dispuestas a enfrentarse a cualquier cosa que se interpusiera en su camino.
El rostro de Nyssa Valken se endureció. La Primogénita de Holkan, con su dominio sobre la energía vital, avanzó sin vacilar.
— ¡No dejaremos que este mundo se hunda en las sombras! — gritó, su voz llena de determinación. — La sangre de nuestros ancestros corre en nuestras venas. Lo que somos no será destruido por un ser como tú.
Kaeth Yrion, Primogénito de Rot, desató su furia. Las llamas comenzaron a arder a su alrededor, un fuego que no solo destruía, sino que purificaba. En su corazón, un fuego primordial lo impulsaba, el mismo que había destruido y dado forma a las tierras. Su cuerpo brillaba con la furia de la lava, una fuerza que nadie podía ignorar.
— Te detendré, Vaalok. La oscuridad no tiene cabida aquí. — dijo, lanzando una llamarada que iluminó la torre con su resplandor.
De repente, la figura de Vaalok apareció en el centro de la sala, emergiendo de las sombras como un ser etéreo. Su presencia era imponente, la distorsión de la realidad a su alrededor manifestaba el poder que poseía. Su voz se convirtió en un murmullo, pero era imposible no escucharla.
— Tantos héroes, tan dispuestos a sacrificarse... Pero no lo entenderéis, ¿verdad? Esto es lo que está destinado a suceder. El ciclo de Lÿraeth debe completarse. Y Mirna será el último paso hacia la nueva era.
Eryon no vaciló, y en un movimiento rápido, extendió sus manos hacia el suelo. Las aguas de los Mares de Erïen comenzaron a ascender, subiendo en una corriente creciente que rodeó su cuerpo.
— ¡Lo que eres, Vaalok, es un monstruo! — gritó, desatando una poderosa ola que chocó contra las sombras. Pero Vaalok absorbió el impacto sin inmutarse.
La batalla estaba en su apogeo. Cada Primogénito, con sus poderes, luchaba contra las fuerzas oscuras de Vaalok. Cada golpe, cada hechizo, cada invocación parecía ser absorbido por las sombras, pero la determinación en sus corazones seguía ardiendo.
De repente, en medio del caos, una luz más brillante que todas las anteriores iluminó la sala. Un resplandor cegador que no provenía de los Primogénitos, sino de la figura de Mirna, suspendida en el aire. Su cuerpo comenzó a brillar con la pureza de Lÿraeth, como si toda la energía primordial que había estado reteniendo en su interior comenzara a liberarse.
Vaalok retrocedió, sus ojos reflejando la sorpresa por primera vez. La luz de Mirna se expandió por toda la sala, disolviendo las sombras a su paso.
— ¡Esto no terminará así! — rugió Vaalok, pero su voz comenzó a desvanecerse en la luz. — ¡Yo soy el creador del fin!
Sin embargo, Mirna, en su forma resplandeciente, alzó sus manos hacia el cielo, y las sombras que rodeaban la torre se disolvieron lentamente. La torre misma comenzó a temblar, y el suelo bajo sus pies se desmoronó como si el mal que había sido sellado por siglos ahora se estuviera desvaneciendo.
La luz de Mirna brillaba con fuerza, y las sombras finalmente fueron derrotadas, disipándose en una explosión de energía que iluminó todo Lÿraeth.
Editado: 23.01.2025