Solo pasaron unos segundos en lo que todo era oscuridad, y cuando las sombras se disiparon lentamente ambas miradas volvieron a encontrarse.
La cercanía no era tanta, pero aun así el corazón de Jake estaba frenético, y sus ojos se dilataron ante el brillo de los orbes oscuros de la pelirroja. Recorrió cada centímetro de su rostro, quedando embelesado ante tal imagen.
Gigi empujó con brusquedad al chico, acabando con la magia en segundos.
—¿Qué haces? Aléjate de mí –le apuntó con su ballesta, retrocediendo unos pasos tambaleante– ¿Dónde estamos?
—Vamos, nena. Baja eso. –sonrió divertido por la reacción histérica de la chica.
—¿Es que no oyes? ¿Dónde estamos? –repitió con exigencia, alzando la voz.
—En el cielo.
—¿Qué?
—El cielo –volvió a decir frunciendo el ceño– ¿No es así como le decían al castillo de cazadores?
Por supuesto que sí. Gigi desvió la mirada a su alrededor, dándose de lleno con el panorama perturbador del castillo hecho ruinas. Paredes quemadas, escombros desperdigados, columnas inservibles. Lo que era su hogar se ha convertido en algo sin nombre.
—¿Por qué? ¿Por qué estamos aquí?
—Quería estar a solas contigo. –confesó, irritando a la muchacha, lo que le pareció divertido.
—No juegues conmigo, dime ahora qué está pasando. –Jake guardó silencio al ver lo alterada que estaba poniéndose la cazadora. Suspiró incómodo.
—De acuerdo. Hablemos –intentó sonar suave para tranquilizarla–. Lo que viste en el palacio fue el poder de mi hermano alterado por sus emociones –hizo una pausa para ver su expresión y luego continuar–. Las ilusiones de Jungwon son peligrosas a cualquier ojo, incluso al de los vampiros, y enojado es aún más.
—Entonces…
—Te traje para ponerte a salvo de ellas.
Silencio. El furioso sonido de la brisa nocturna se entremezclaba con la respiración pesada de la cazadora y el latir desbocado del corazón de Jake… o ¿era el de ella?
Sí, era ella. Estaba teniendo un ataque de ansiedad. La visita al palacio no había salido como quería, estuvo tan confiada que no paró a ver las grietas en su plan. Ahora se encontraba del otro lado del pueblo… lejos de sus amigas.
—¿Dónde están mis compañeras? –susurró tragando grueso. Para Jake era evidente lo que estaba pasándole.
—En el corazón del bosque. También a salvo.
—Llévame con ellas. Ahora. –ordenó.
—Primero hablemos…
—¡No quiero hablar! –explotó, una lágrima rebelde resbalando por su mejilla, la cual limpió con brusquedad–. Me niego oír al enemigo.
Dio media vuelta sobre sus talones y comenzó a andar. Jake frunció el ceño al verla irse, por lo que usando su velocidad de vampiro la alcanzó.
—Te conviene escucharme, rojita. ¿Es que acaso no te da curiosidad saber la razón por la que te protegí? Yo. Un vampiro. Enemigo eterno de los ca…
Se detuvo a media frase cuando vio parar en seco a Gigi. La pelirroja lo miró furiosa y este le contestó con una sonrisa coqueta.
—No, no me interesa. Es tu problema si traicionas a los tuyos por proteger al enemigo. –contestó y continuó su camino.
—¿Así como tu compañera? Traicionando a tu raza por mí hermano.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Sujetó con fuerza la ballesta y le apuntó a solo centímetros de su rostro. El vampiro se congeló en su lugar, alzó sus manos en señal de paz y esbozó una sonrisita.
—Te prohíbo que hables de mis compañeras cuando no están para partirte en dos –advirtió entre dientes, acercándose al tiempo que él retrocede–. Sugiero que me dejes en paz y te vayas al infierno, maldito demonio chupasangre.
Ante esto, Jake hizo una mueca exagerada de disgusto y mordió su labio inferior.
—Oh no, nena. Tú de verdad no has dicho eso. –soltó empujando el interior de su mejilla con la lengua, en un gesto de irritación.
La cazadora lo ignoró olímpicamente y volvió a dar la media vuelta sin añadir nada más. Jake no iba a dejarla ir tan tranquila. Conteniéndose solo un poco avanzó hasta ella y la tomó de la mano, al darle la vuelta Gigi se zafó de su agarre y le apuntó nuevamente con la ballesta.
Ella no logró acertar su disparo, Jake empujó su brazo y la rodeó de la cintura, apegándola a su cuerpo. Una exclamación de sorpresa escapó de los labios de Gigi al sentir el torso duro del muchacho.
—Hazlo de nuevo. Llámame demonio chupasangre otra vez. –la retó, Gigi volvió a recuperar la compostura y le propinó un pisotón que él no vio venir.
—¿O qué? ¿Crees que te temo?
—Sé que no me temes, rojita –dio un paso más cerca de ella–. No ahora, pero sí lo harás.
—No lo apostaría –negó con fingido pesar–. Pues no pienso encontrarme contigo nunca más.
—Te aseguro que te encantaría volver a encontrarte conmigo. –volvió a acortar la distancia.
—No pongas palabras en mi boca que ni siquiera he pensado. –colocó una mano en el pecho del contrario para apartarlo.
—Nena, si supieras lo que quiero poner en tu boca –ronroneó, recibiendo una bofetada al instante. Rió ante la reacción de la chica– ¿Sabes? El universo juega sucio con los humanos como tú.
—No puede importarme menos, principito. –escupió con sorna.
—De eso estoy hablando.
La empujó haciendo que su cuerpo impactara contra una columna, ella volvió a apuntarle pero Jake, harto del juego, tomó la ballesta y aventó lejos. Los ojos de la pelirroja se abrieron como plato cuando la mano quemada del contrario apresó su cuello y pegó sus frentes.
—Aquellos humanos como tú, que fingen ser rudos, que se creen los fuertes, que no tienen ninguna debilidad. Cuando por dentro tiemblan y lloran en una situación desesperada –aflojó su agarre y le acarició suavemente con sus dedos el rostro–. Son realmente patéticos.
—Yo no finjo nada. –se le entrecortó la respiración al sentir los dedos traviesos de Jake bajar peligrosamente desde su cuello hacia la clavícula y el escote.
Editado: 25.06.2024